El Tractatus es tanto polémico como dialéctico. Vicente escribía para convencer a Pedro IV de que Clemente era el papa legítimo y de que el rey debía reconocerlo como tal. El argumento del dominico a favor de Clemente era sencillo, directo y derivaba en gran medida de los escritos de otros clementistas como Nicolau Eymerich y el cardenal Flandrin. 100 El Colegio Cardenalicio elegía papas. El Colegio Cardenalicio había notificado a la Cristiandad que la elección de Urbano se había celebrado bajo coerción y era canónicamente inválida; por lo tanto, Urbano nunca fue papa. El Colegio Cardenalicio había elegido a Clemente y comunicado que la elección era canónica; por lo tanto, Clemente era papa.
Para Vicente, el temor de los cardenales durante la elección de Urbano estaba fuera de toda duda –al respecto, todos los cristianos estaban obligados a creer «simple e infaliblemente» a los cardenales, que tenían la misma autoridad que tuvieron los apóstoles en vida de Jesucristo–. 101 La experiencia de los cardenales en relación con la crueldad de los romanos era larga y personal:
Ya desde la antigüedad el mundo entero ha sabido que los romanos siempre han estado acostumbrados a hacer el mal, dispuestos a montar en cólera, imprudentes en sus conspiraciones, temerarios en sus destrozos y asesinatos. ¡Querido Dios, cuántos papas y santos cardenales; cuán a menudo y cuántos santos mártires, hombres y mujeres, jóvenes y viejos; cuán a menudo y cuántos buenos reyes, pontífices y emperadores, han sido tratados de manera indecente, irreverentemente atacados y cruelmente asesinados por el orgullo y la maldad de los romanos! Ciertamente esto no puede ignorarlo nadie que haya leído las crónicas e historias de dicho pueblo. 102
Otro pensador medieval hostil a las nuevas corrientes intelectuales de su tiempo, el cisterciense del siglo XII Bernardo de Claraval, también tenía pocas cosas agradables que decir de los romanos en su obra De consideratione , escrita para preparar a un antiguo pupilo, recientemente elegido como papa, para la vida en Roma. En consecuencia, Vicente citó con extensión las críticas de Bernardo a los romanos. 103
De hecho, Vicente entendía y describía el cisma tanto en términos étnicos como religiosos. El profeta Daniel había predicho el cisma con una visión en la que contemplaba cuatro bestias terribles, cada una de las cuales representando uno de los cuatro grandes cismas que habían afligido a la Iglesia. El primero era el «cisma de los indios» que había ocurrido bajo el legendario Preste Juan, el segundo era el «cisma de los sarracenos» bajo Mahoma, y el tercero era el «cisma de los griegos» bajo el emperador de Constantinopla. El cisma papal estaba, como los otros tres, arraigado en la etnicidad, puesto que era el «cisma de los romanos bajo Bartolomeo». 104
Las sospechas étnicas también apuntalaban las objeciones de Vicente hacia la convocatoria de un concilio general de la Iglesia para acabar con el cisma. Según el fraile, dos cardenales exigían tal concilio. Pero ambos cardenales eran italianos y no se equivocaban al confiar en que en cualquier concilio general de la Iglesia los italianos dominarían los procedimientos; los asistentes italianos superarían en número al total combinado de los naturales de cualquier otra parte del mundo. Además, para Vicente había base eclesiológica y logística para rechazar una solución conciliar. El Colegio Cardenalicio ya había realizado su trabajo; convocar después un concilio general sería cuestionar la legitimidad del Colegio Cardenalicio. Asimismo, dadas las guerras que enfrentaban a los príncipes cristianos y la diversidad de opiniones respecto al cisma, no había lugar seguro donde pudiera reunirse un concilio de aquellas características. 105
A pesar de su obsequioso prefacio, el Tractatus ataca las políticas de Pedro IV y cuestiona al rey, si no nombrándolo, sí extensa y directamente. La conclusión del segundo capítulo afirma de modo acusador que «de lo anteriormente mencionado, es evidente que aquellos que afirman ser neutrales ( indifferentes ) en esta cuestión, y no aceptan como papa ni a uno ni a otro, están muy equivocados». Negar obediencia al verdadero papa –estas palabras perseguirían más tarde a Vicente– y apoyar a un falso papa eran grandes peligros para el alma del cristiano. 106 Todos los cristianos estaban obligados a defender a Clemente espiritualmente mediante la oración, oralmente mediante el debate y materialmente mediante donaciones monetarias en beneficio de su causa y, si fuera necesario, también mediante las armas y la guerra. 107 Los predicadores, además, tenían una responsabilidad especial, en tanto que el Tractatus afirma que, mientras que no todos los cristianos estaban obligados a hacerlo, los predicadores tenían que hacer saber públicamente la verdad –ya que no podían permitir que otros continuaran estando equivocados–. 108 Los predicadores debían cumplir su obligación de predicar públicamente en beneficio de Clemente, mientras que los cristianos debían cumplir su obligación de defenderlo con oraciones, con debates o con la guerra, incluso cuando sus gobernantes temporales les hubieran prohibido hacerlo. 109
El Tractatus concedía que no todos los que no reconocían a Clemente como papa eran igualmente censurables, pero Vicente parece haber redactado los criterios para determinar los diferentes grados de culpabilidad con el rey Pedro IV en mente. Entre los más censurables, aquellos cuya culpa era tan grande que cometían un pecado mortal e incurrían en la excomunión ipso facto , estaban los que ocupaban unos cargos más importantes que otros y los que «conociendo la verdad, no la desean reconocer por la riqueza que obtienen de ello, ya que durante el cisma ingresan las rentas eclesiásticas». 110 Esta última acusación apuntaba a Pedro por secuestrar los ingresos papales.
Al confiar en la dialéctica escolástica para revelar la verdad obturada por el cisma, Vicente rechazaba explícitamente otras formas mediante las que se podría haber descubierto dicha verdad. Su décima pregunta era si la identidad del verdadero papa debía determinarse según «los profetas modernos o los milagros aparentes, o incluso por las visiones declaradas». 111 En 1380 aquella no era una pregunta hipotética. Al igual que el papado de Aviñón había provocado visiones que llevaban a quienes las habían tenido a urgir a los papas a regresar a Roma, también el comienzo del cisma ocasionó visiones; los visionarios afirmaban que les había sido entregada la respuesta y la solución al cisma. Un visionario de especial importancia para la Corona de Aragón fue el hermano Pedro de Aragón, tío de Pedro IV y franciscano que había tenido visiones sobre el regreso del papado a Roma en las décadas de 1360 y 1370, las cuales continuaron tras el estallido del cisma. Como era de esperar, dado que sus visiones anteriores indicaban la necesidad del regreso del papa a Roma, las visiones de Pedro de Aragón posteriores a 1378 indicaban que el papa romano, Urbano, era el legítimo. 112
En su tratado de agosto de 1378, Nicolau Eymerich rechazaba la idea de que las visiones proféticas pudieran proporcionar una base para determinar al papa verdadero y en esto Vicente siguió también a su compañero dominico. 113 Una ley inmutable había gobernado a los pueblos cristianos desde el propio comienzo de la Iglesia y ninguna visión que fuera contraria a dicha ley era legítima –ni siquiera un pronunciamiento de un ángel de Dios podía aceptarse si era contrario a la ley eclesiástica–. 114 Las visiones podían tener un origen demoníaco más que divino y cualquier milagro alegado en favor de Urbano debía ser un engaño diabólico. 115 Los partidarios de Urbano podían afirmar que la dulzura llenaba su espíritu y la devoción sus corazones durante sus contemplaciones religiosas, pero de ello no se infería automáticamente que la dulzura y la devoción provinieran del Espíritu Santo. 116 Aunque Vicente animaba a los cristianos a levantarse en armas a favor de Clemente, al mismo tiempo les prohibía tratar de demostrar su legitimidad mediante un juicio por combate con la esperanza de que Dios obrara un milagro, ya que lo milagroso no podía tener ningún papel en el fin del cisma. Por el mismo motivo, Vicente prohibía a los cristianos someterse a cualquier tipo de ordalía, ya fuera por fuego u otros medios, en nombre de Clemente. 117
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