Philip Daileader - San Vicente Ferrer, su mundo y su vida

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San Vicente Ferrer, su mundo y su vida: краткое содержание, описание и аннотация

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Los siglos XIV y XV fueron tiempos de cambios tumultuosos en la Europa medieval; fueron testigos de la Peste Negra, del Gran Cisma de Occidente, de la agudización de los temores del Apocalipsis y de la eliminación de la población no cristiana de España. Pocas figuras estaban tan amplia e íntimamente involucradas en las luchas de la Europa medieval tardía como san Vicente Ferrer. Tal vez el predicador más importante de su época, Ferrer pasó las últimas dos décadas de su vida recorriendo Europa, preparando al mundo para su inminente destrucción. «San Vicente Ferrer, su mundo y su vida» reevalúa los motivos, métodos e impacto del controvertido predicador, trazando el viaje de Ferrer desde el oscuro lógico hasta el ángel del apocalipsis, como se le conocía. Además, el libro ofrece nuevas perspectivas sobre la profundidad y la amplitud de la anticipación apocalíptica medieval tardía, y sobre los procesos que finalmente condujeron a las expulsiones de judíos y musulmanes de España.

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Otras personas secundaron las acusaciones del cardenal y profundizaron en ellas, incluso después de que el propio Giffoni hubiera regresado con otros cardenales a la obediencia de Aviñón en 1403 (Bonifacio, el hermano de Vicente, describió con deleite su regreso y sumisión –señaló que Giffoni se había postrado a los pies de Benedicto en una calle pública y confesado que, durante su rebelión, había escrito «de manera detestable y traicionera»–). 138 En el Concilio de Pisa de 1409 ocho testigos diferentes mencionaron el proceso inquisitorial de Eymerich contra Vicente; algunos de aquellos testigos hablaban no de un único proceso, sino de múltiples. Vicente, según su versión, había apelado la condena a la curia papal y Clemente VII había nombrado a dos cardenales para investigar el asunto. El cardenal Pedro de Luna estaba ausente de la curia en aquel momento; cuando supo lo que había sucedido, escribió a uno de los dos cardenales encargados de investigar a Vicente y le instó a cerrar la investigación. Entonces el propio Pedro de Luna regresó a la curia papal. Y, tras su elección como papa Benedicto XIII, pudo tomar cartas en el asunto, quemando todos los documentos relevantes e imponiendo un silencio perpetuo a todos los implicados. 139

El cardenal Giffoni y los ocho individuos que testificaron en el Concilio de Pisa eran testigos hostiles, no imparciales. Pocos meses después de publicar el cardenal Ex suptuplici medio , tres autores anónimos publicaron contestaciones. Los tres trataban de despertar dudas sobre si se podía confiar en Giffoni en dicho asunto. Si los cardenales estaban tan seguros de que Vicente era un hereje condenado e injustamente indultado, ¿por qué entonces no le atraparon en 1398 cuando residía en la casa dominica de Aviñón en lugar de en el palacio papal? Giffoni afirmaba que Benedicto había quemado los documentos o los había hecho quemar –¿pero qué de las dos cosas?, ¿no cuestionaba dicha indecisión e inconsistencia la fiabilidad de la información obtenida de Eymerich? 140

Las tres réplicas anónimas buscaban desautorizar a Giffoni, pero ninguna negaba rotundamente que Eymerich hubiera llevado a cabo un proceso inquisitorial contra Vicente y le hubiera condenado por herejía, ni que Benedicto hubiera quemado los documentos del proceso. De hecho, incluso al crear dudas sobre las afirmaciones del cardenal, a la vez asumían que esas afirmaciones eran ciertas cuando defendían, o al menos declaraban negarse a juzgar, la destrucción de los documentos por parte de Benedicto. El autor de Sapiens attendens afirmaba que no deseaba comentar la cuestión, porque no sabía en qué estaba pensando Benedicto cuando ordenó quemar los documentos. 141 El autor de Responsurus ad rationes quería que el papa y Vicente arrojaran más luz sobre el asunto, lo que al parecer nunca hicieron; en sus sermones existentes que mencionan a Judas (y que datan o parecen datar todos de las dos primeras décadas del siglo XV), Vicente simplemente aseveraba que Judas había sido condenado y no comentaba nada acerca de haber sido acusado y condenado por herejía con anterioridad por predicar lo contrario. 142 El autor de Sicut dicit Isidoris argumentaba que el papa estaba en su derecho legal de reafirmar su jurisdicción en aquella cuestión. 143 El propio Giffoni escribió a finales de 1398 o principios de 1399 una respuesta a los tres tratados anónimos; se atenía a su acusación original y añadía otras que eran más imprecisas. Vicente era también culpable de errores heréticos relacionados con los sacramentos de la penitencia y la eucaristía. 144

Al igual que los tres autores anónimos de 1398 que cuestionaban la alegación del cardenal Giffoni, Jean Gerson también se protegió contra la posibilidad de que las acusaciones fueran ciertas. En 1402 Gerson trató las afirmaciones del cardenal en sus Replicationes , que escribió, tal y como explicaba el propio Gerson en la conclusión del tratado, no para excusar o justificar las acciones de Benedicto, a quien consideraba estar pobremente aconsejado, sino para proporcionar al papa los argumentos que podía emplear para defenderse contra las acusaciones de herejía y especialmente de obstinación o pertinacia, que era un elemento de la herejía. 145 Cuando los enemigos de Benedicto señalaban sus «maquinaciones», el papa podía responder fácilmente «bien negándolas o bien dando una interpretación positiva a los propios actos que son interpretados de manera negativa». 146 Entre dichas maquinaciones estaba la quema de los documentos del proceso inquisitorial contra Vicente. Gerson sugería que el papa podía tratar de negar la acusación, dado que «será difícil demostrar» la veracidad de la acusación. Negar una acusación por ser difícil de demostrar no es ni mucho menos lo mismo que negar una acusación por ser falsa. Gerson también sugería que, si la acusación era cierta, el papa podía abjurar de sus acciones y, en cualquier caso, aunque era «quizá sospechoso que Benedicto XIII no diera ninguna otra razón para quemar los documentos», su inmolación no era evidencia de la pertinacia o herejía de Benedicto. No en vano, el papa podía absolver a aquellos que realizaban afirmaciones heréticas. 147

Dado lo mucho que Vicente tomó prestado de Eymerich en su Tractatus de moderno ecclesie scismate , y dada su lealtad común a Benedicto, la acusación de herejía de Eymerich contra Vicente resulta, en ciertos aspectos, sorprendente. Por otra parte, en el momento en que comenzó su proceso contra Vicente, Eymerich había acumulado casi cuatro décadas de experiencia como inquisidor y durante dicho tiempo demostró ampliamente su belicosidad y su voluntad de generar polémica, especialmente en su lucha contra los lulistas de Valencia, los partidarios del polémico mallorquín Ramón Llull, muerto seguramente en la década de 1310. Es improbable que aquella lucha tuviera una relación directa con la decisión de Eymerich de acusar y condenar a Vicente por herejía, pero el curioso desenlace de la pugna es relevante con respecto a las afirmaciones de que Vicente había sido condenado por herejía y de que Benedicto había destruido después todos los documentos relacionados con dicho proceso inquisitorial.

A comienzos de la década de 1370 Eymerich desarrolló un interés por Llull, de cuya ortodoxia religiosa comenzó a dudar por diversos motivos, como el hecho de que hubiera escrito tratados teológicos en lengua vernácula, exponiendo a los laicos a conceptos y cuestiones difíciles que, en opinión del inquisidor, no estaban preparados para manejar. 148 En 1372, a petición de Eymerich, el papa ordenó al arzobispo de Tarragona reunir los escritos de Llull, examinarlos y quemarlos si el arzobispo encontraba que contenían las declaraciones heréticas que Eymerich propugnaba. 149 Paralelamente, Pedro IV exilió a Eymerich de la Corona de Aragón en 1375, por un asunto que no estaba relacionado con ello. Mientras estaba en el exilio en Aviñón, Eymerich continuó con su agenda antilulista. En 1376 obtuvo la expedición de la bula papal Conservationi puritatis catholice fidei , que condenaba veinte de los libros de Llull y doscientas declaraciones heréticas que presuntamente contenían dichos libros; el papa ordenó también analizar otros escritos de Llull para determinar si eran igualmente heréticos. 150 Tras la muerte de Pedro IV en enero de 1387, Eymerich regresó a la Corona de Aragón y Juan I lo reinstauró como inquisidor general en abril de 1387. 151

El inquisidor repuesto comenzó a investigar y procesar a los lulistas de Valencia de acuerdo con la bula papal de 1376 y, en un principio, con el apoyo de Juan, que en 1387 prohibió la posesión de escritos de Llull y la enseñanza de sus ideas en la Corona de Aragón. 152 La renovada persecución de lulistas de Eymerich provocó una respuesta potente y bien organizada en Valencia. En junio de 1388 un representante de la ciudad, Joan de Cera, fue a la casa dominica de Valencia y acusó a Eymerich de difamar a Valencia y de abusar de su cargo. Para apoyar dichas acusaciones, la ciudad recolectó el testimonio de 48 testigos, una cuarta parte notarios que habían registrado los interrogatorios llevados a cabo por Eymerich. Según los testigos, Eymerich perseguía a buena gente de la que no había sospecha de herejía y él y sus oficiales exigían pagos de manera injusta a cambio de conceder absoluciones a los que ellos mismos condenaban. Particularmente grave para aquellos testigos era el trato de Eymerich a Pere Saplana, el párroco de Silla; cuando la gente habló en defensa de Pere Saplana, Eymerich inició procesos inquisitoriales también contra sus defensores. 153 Así, en julio de 1388 el rey Juan escribió a varios oficiales reales y al propio Eymerich suspendiendo sus actividades inquisitoriales en Valencia y ordenándole abandonar el Reino de Valencia. 154

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