Vicente, por su parte, actuó como mensajero entre los infantes reales Juan y Martín. En 1387 Juan acusó recibo de una carta de Martín que el fraile había llevado consigo. Igualmente, los hermanos realizaron peticiones a Vicente, como una críptica solicitud en la que Martín pidió al fraile que le enviara una «ordenanza» sin especificar de un «señor» sin especificar. 129 Vicente también se escribía con los hermanos, agradeciendo a Martín su intercesión ante el rey en beneficio de la casa dominica de Valencia. Como gesto de gratitud, Vicente prometió componer un libro de sus propios sermones y enviarlo, junto con una carta de dedicatoria en lugar del prólogo o de otra introducción, a Martín, que sería, recalcaba, la primera persona en recibir semejante colección de sermones del dominico. 130
Tanto Juan como Martín se convertirían en reyes de Aragón: primero Juan, tras la muerte de Pedro IV en 1387, y después Martín, tras la muerte de Juan en 1396. El mes posterior a la muerte de su padre en enero de 1387 el rey Juan I proclamó abiertamente su lealtad, y la de sus territorios, a Clemente. Pedro de Luna, que no había estado en la Corona de Aragón desde diciembre de 1379, cuando habían fracasado sus intentos de persuadir a Pedro, regresó y estuvo presente en dicho anuncio. 131
A pesar de que los jurats de Valencia habían delatado a Vicente en 1379 con respecto a sus planes de predicar abiertamente en favor de Clemente, aquello no había iniciado ninguna desavenencia duradera entre ellos. Al contrario, en las décadas de 1380 y 1390 los lazos de Vicente con los jurats de Valencia, al igual que sus lazos con la familia real (aunque no con el propio Pedro IV), se reforzaron. Los jurats confiaban en el fraile para llevar la paz a los bandos enfrentados de la ciudad; los magistrados incluso pidieron a la familia real que librara a Vicente de sus obligaciones con ella para que pudiera dedicarse a la pacificación de Valencia. En abril de 1381 escribieron al infante Martín respecto a su petición de que Vicente se le uniera en Segorbe y predicara allí durante la Semana Santa. De hecho, unos pocos días antes, los jurats y el gobernador de Valencia le habían pedido que ayudara a pacificar la ciudad, una tarea en la que Vicente estaba profundamente implicado y que no podía obtener una conclusión exitosa sin su presencia y participación activa. Por lo tanto, los jurats pidieron a Martín que permitiera a Vicente permanecer en Valencia y que encontrara a otra persona para celebrar los servicios de Semana Santa en Segorbe. 132 Se desconoce, no obstante, si Martín accedió o no a la petición de los jurats .
Vicente también trabajó por mantener la paz entre el clero parroquial de Valencia y sus mendicantes. En 1389 él y un párroco mediaron en una disputa entre el clero parroquial y los dominicos sobre quién debía atender y rezar por los moribundos en sus últimos momentos, quién debía realizar los servicios funerarios, quién debía acompañar a los muertos en su camino al entierro y dónde debían ser enterrados. Todo ello importaba porque quienes realizaban aquellos servicios recibían pagos y donaciones por su tarea. En general, la resolución equilibró cuidadosamente los intereses del clero parroquial y de los mendicantes, pero en un punto la voz de Vicente parece resonar con claridad. El clero parroquial, con el apoyo del obispo de Valencia, había limitado cuándo y dónde podían predicar y confesar los dominicos, excluyendo aparentemente a los frailes de ciertos lugares. La sentencia arbitral declaraba enérgica e incluso furiosamente que dichas limitaciones sobre cuándo y cómo podían predicar y confesar los dominicos quedaban ahora «totalmente retiradas, completamente revocadas y nulas, y los coadjutores y sus representantes deben levantarlas en todos los respectos, de manera real y con efecto». 133 También prohibía al clero parroquial y a sus representantes volver a limitar la libertad de predicar y confesar de los dominicos, tanto por virtud de sus votos como por la costumbre ancestral.
Además de trabajar por llevar la paz a Valencia, Vicente también introdujo reformas morales. En abril de 1390 el Consell de Valencia concedió 100 florines para ser distribuidos entre las prostitutas valencianas que se habían arrepentido de sus pecados durante la Semana Santa y querían casarse, pero no podían hacerlo por ser ellas y sus posibles esposos demasiado pobres. El Consell accedió a proporcionar el dinero a las prostitutas arrepentidas, a la espera de consultar con los jurats y, si parecía apropiado, con Vicente, cuya predicación había producido el arrepentimiento de las prostitutas. 134 Ya fuera por su trabajo como pacificador, por su trabajo como reformador moral, por ambos, o por alguna otra razón completamente diferente, en diciembre de 1387 los jurats pagaron a Vicente la considerable suma de 200 florines –el doble de lo que pagarían a todas las prostitutas arrepentidas y a sus posibles maridos tres años más tarde–. 135
Resumiendo los primeros cuarenta años de la vida de Vicente, hacia la década de 1380 ejercía papeles y mostraba rasgos que serían evidentes cuando posteriormente se convirtiera en una figura de importancia europea, más que local o regional. Fanático inflexible en el asunto del cisma, era, no obstante, un conciliador en casa, una persona cuya autoridad moral, cuando era empleada entre partes enfrentadas, llevaba a firmar acuerdos de paz. También estaba adquiriendo la reputación de ser un predicador dotado, eficaz y solicitado. Sus sermones llevaban a las prostitutas al arrepentimiento; asimismo, ofrecía como obsequio una copia escrita de sus sermones. Con todo, en el Tractatus de moderno ecclesie scismate , Vicente expresaba ideas sobre visiones y el apocalipsis que no concordaban en absoluto con sus ideas y acciones posteriores.
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La década de 1390 no comenzó tan bien para Vicente y acabaría convirtiéndose en tumultuosa. Parece que Nicolau Eymerich, el inquisidor general de Aragón cuyos escritos sobre el cisma habían influido en la propia obra de Vicente, acusó y condenó a su compañero dominico por herejía.
En 1398 la mayoría de los cardenales obedientes a Aviñón rompieron abiertamente con el papa Benedicto XIII –anteriormente el cardenal Pedro de Luna–, que había sucedido a Clemente VII como papa aviñonés en 1394. Entre dichos cardenales estaba Leonardo da Giffoni, un franciscano que escribió el tratado Ex suptuplici medio durante el verano u otoño de 1398. 136 El tratado justificaba su renuncia y la de sus compañeros cardenales a su lealtad hacia Benedicto, que era, según el cardenal, un cismático y un hereje. Como prueba de la depravación de Benedicto, Giffoni señalaba la protección del papa a célebres herejes como el hombre que era ahora su confesor, Vicente Ferrer. Vicente había predicado un sermón de Viernes Santo en el que afirmaba que Judas Iscariote, el traidor de Jesús, había sido salvado y no condenado. Arrepintiéndose de su traición, Judas había tratado de confesar su crimen a Jesús durante la crucifixión, pero el tamaño de la multitud le impidió poder acercarse lo suficiente como para hablar con él, por lo que confesó el crimen internamente, de manera silenciosa. Jesús sabía del remordimiento de Judas y le perdonó; por lo tanto, Judas, o así lo había predicado Vicente, residía ahora en el cielo junto a Jesús. A la luz de las afirmaciones del predicador, Eymerich había iniciado un proceso inquisitorial contra Vicente, encontrándole culpable. El papa Benedicto XIII, para proteger la reputación de su confesor, se hizo con los documentos del proceso y los quemó, para que no quedara prueba o memoria de la condena. Pero el cardenal Giffoni y otros cardenales conocían dichos sucesos porque el propio Eymerich se los había relatado. 137
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