Philip Daileader - San Vicente Ferrer, su mundo y su vida

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San Vicente Ferrer, su mundo y su vida: краткое содержание, описание и аннотация

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Los siglos XIV y XV fueron tiempos de cambios tumultuosos en la Europa medieval; fueron testigos de la Peste Negra, del Gran Cisma de Occidente, de la agudización de los temores del Apocalipsis y de la eliminación de la población no cristiana de España. Pocas figuras estaban tan amplia e íntimamente involucradas en las luchas de la Europa medieval tardía como san Vicente Ferrer. Tal vez el predicador más importante de su época, Ferrer pasó las últimas dos décadas de su vida recorriendo Europa, preparando al mundo para su inminente destrucción. «San Vicente Ferrer, su mundo y su vida» reevalúa los motivos, métodos e impacto del controvertido predicador, trazando el viaje de Ferrer desde el oscuro lógico hasta el ángel del apocalipsis, como se le conocía. Además, el libro ofrece nuevas perspectivas sobre la profundidad y la amplitud de la anticipación apocalíptica medieval tardía, y sobre los procesos que finalmente condujeron a las expulsiones de judíos y musulmanes de España.

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Cabe decir que los papas no elegían sus nuevos nombres al azar, y tres papas previos que habían tomado el nombre de Urbano eran franceses. Al elegir el nombre de Urbano, tal vez Prignano estaba realizando un gesto conciliador hacia Francia. De ser así, fue el último gesto conciliador que tuvo con nadie más. Urbano VI fue pronto conocido por sus indigestas diatribas, a menudo dirigidas contra los mismos cardenales que lo habían elegido y en ocasiones seguidas de un puñetazo lanzado en dirección a algún cardenal. El papa recién elegido cargó especialmente contra los confortables estilos de vida y los grandes séquitos de los cardenales. Así, para el verano de 1378 algunos de los cardenales que habían elegido unos pocos meses antes a Urbano afirmaban abiertamente que la Iglesia carecía en aquel momento de papa, ya que la elección de abril había sido canónicamente inválida. 82

La seriedad de la fisura se hizo aparente cuando trece cardenales se reunieron en Anagni para ponderar su próximo movimiento. Tres cardenales italianos que inicialmente habían permanecido en Roma se unieron a sus colegas en Anagni, buscando negociar una solución a aquel impasse entre el papa y los cardenales rebeldes, pero sus esfuerzos de mediación no obtuvieron resultado. Por el contrario, en agosto uno de los cardenales disidentes, Pierre Flandrin, escribió con la ayuda de sus colegas un tratado defendiendo la posición de los cardenales rebeldes con respecto al hombre al que ya no reconocían como papa, Urbano VI, sino al que llamaban simplemente Bartolomeo Prignano. Habiendo perdido el apoyo de la mayoría de los cardenales que lo habían elegido en abril, Urbano nombró veinticinco nuevos cardenales, casi todos de ellos italianos, el 18 de septiembre. Dos días después, los dieciséis cardenales (ahora en Fondi) celebraron una nueva elección papal. Los cardenales italianos mediadores se abstuvieron, mientras que los otros trece cardenales eligieron papa a uno de los suyos, Robert de Genève –Roberto de Ginebra–, que tomó el nombre de Clemente VII. El objetivo inicial de Clemente era tomar Roma y validar su pretensión al papado mediante una victoria militar, pero sus fuerzas fueron derrotadas en abril de 1379 y se trasladó a Aviñón dos meses después. 83

Unas elecciones papales en litigio y procedimentalmente cuestionables no eran algo nuevo a la altura 1378. No obstante, las circunstancias hicieron que la doble elección de aquel año fuera altamente problemática. Con anterioridad a 1378 el individuo que lograba y mantenía el control de Roma, y del aparato administrativo pontificio ubicado allí, era papa. El que no lograba controlar Roma veía desvanecerse su apoyo y, por lo tanto, pasaba a la historia como un antipapa. Pero en 1378 grandes porciones de la administración papal (incluyendo sus importantísimos archivos) estaban todavía en Aviñón. Así, Clemente tomó posesión de dicha maquinaria administrativa y pudo contar con el reconocimiento y el apoyo francés. 84 En consecuencia, el control de Roma por parte de Urbano no fue suficiente para acabar con dicho cisma.

Tras la elección de Clemente, ambos papas enviaron embajadores a las cortes europeas, reclamando el reconocimiento del papa que les remitía. El resultado de la diplomacia era geopolíticamente predecible. Francia reconoció al papado de Aviñón. Inglaterra, buscando frenar la influencia francesa, reconoció al papado de Roma. Escocia y la Irlanda gaélica, buscando frenar a los ingleses, reconocieron al papado de Aviñón. Portugal, a menudo aliada con Inglaterra, reconoció finalmente al papado de Roma, como también haría el Sacro Imperio Romano Germánico. Pero los reinos no eran monolíticos e, independientemente de qué papa aceptaba un rey, las divisiones entre los partidarios de Urbano y los de Clemente penetraron en cada territorio, cada región, cada ciudad, cada diócesis, cada orden religiosa e incluso cada casa religiosa individual. 85

Por lo tanto, el cisma papal afectó a Vicente como súbdito de la Corona de Aragón, como valenciano y como dominico. En diciembre de 1378 Clemente envió al cardenal Pedro de Luna, nativo de Aragón, a la península ibérica para buscar el apoyo de sus reyes y reinos; el cardenal no volvería a salir de España hasta 1390. Tanto el rey de Castilla como el rey de Aragón se tomaron el cisma seriamente y procedieron con cautela. Juan I de Castilla envió oficiales a Aviñón y Roma para reunir información sobre las elecciones; los oficiales entrevistaron a testigos y llevaron los materiales recopilados de regreso a Castilla, donde en noviembre de 1380 el rey inauguró una asamblea en Medina del Campo. Las sesiones de la asamblea permanecieron en marcha durante seis meses, examinando pruebas y escuchando a los representantes tanto de Urbano como de Clemente (y Pedro de Luna estaba entre los que hablaban por los clementistas). Finalmente, en mayo de 1381, más de dos años y medio después de las elecciones de 1378, Juan otorgó su lealtad a Clemente. 86

De manera similar, el todavía rey de Aragón Pedro IV abrió una investigación sobre las elecciones. Su comisión operó en Barcelona desde mayo hasta septiembre de 1379, momento en que anunció que su postura era neutral: ni reconocía ni rechazaba a ninguno de los dos papas. A pesar de las acusaciones realizadas tanto durante su propia vida como por historiadores modernos de que eligió la neutralidad buscando obtener ganancias rápidas –embargó las rentas pontificias en sus dominios aduciendo que ninguno de los dos pretendientes tenía derecho a ellas–, parece que Pedro adoptó la neutralidad tanto por motivos pragmáticos como idealistas. La expansión de la Corona de Aragón hacia el Mediterráneo central inclinaba al rey hacia la neutralidad; controlaba Cerdeña y Sicilia, donde el sentimiento en favor de Urbano era fuerte, y el rey no deseaba mostrarse antagónico a los habitantes de ambas islas. Pero su neutralidad no era solo el resultado de una realpolitik regia. Siendo un monarca anciano (cuando estalló el cisma ya había reinado durante más de cuarenta años) con un fuerte sentido de la ritualidad regia (de aquí su apodo de Pedro el Ceremonioso), realmente deseaba que terminara el cisma. Comprendía igualmente que lograr una solución sería más difícil si los reyes se comprometían abiertamente con un papa u otro. En este sentido, era razonable esperar que negar las rentas pontificias a ambos pretendientes minaría sus posturas. Así, pese a ser ocasionalmente parcial hacia Urbano de vez en cuando, Pedro mantuvo su política de neutralidad durante el resto de su vida. 87 Sin embargo, para que su política pudiera haber sido eficaz, otros dirigentes también deberían haberla adoptado. Nadie lo hizo, excepto el rey de Navarra, y, en consecuencia, la neutralidad de la Corona de Aragón se convirtió en una excentricidad.

El rey Pedro fue neutral, pero no así Elias Raymond, el maestro general de la orden dominica. Reconoció a Clemente y, a petición de dicho papa, ordenó a los dominicos de la provincia de Aragón que rompieran lazos con sus cofrades urbanistas; Elias Raymond también nombró vicario general de la provincia a otro clementista, Gombau d’Oluja. Otros dominicos de la provincia también pertenecían al bando clementista, siendo el más notable el inquisidor general de Aragón, Nicolau Eymerich. Eymerich estaba en Roma durante la elección de Urbano, se unió al Colegio Cardenalicio en Anagni e, incluso antes de la elección de Clemente, escribió obras que atacaban a Urbano y argumentaban que su elección no era canónica. 88

La promoción de la causa clementista en la provincia de Aragón por parte de Elias Raymond chocaba tanto con la neutralidad del rey como con las simpatías urbanistas de algunos de sus compañeros frailes, incluyendo al provincial (o jefe) de la provincia dominica de Aragón, Bernat Armengol, quien en enero de 1379 buscó la protección real contra el mandato de Elias Raymond de que los dominicos obedecieran a Clemente. Confrontado al cisma que se abría también entre los dominicos, Pedro IV trató de mantener el statu quo . En septiembre de 1379 ordenó a los miembros de la orden de sus dominios continuar reconociendo al clementista Elias Raymond como maestro general y al urbanista Bernat Armengol como provincial. Además, el rey les ordenó no predicar sobre las elecciones papales ni sobre el cisma. También escribió a Elias Raymond y a Gombau d’Oluja, informándoles de que había tomado bajo su protección a los seguidores de Urbano. 89

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