Joaquín Corencia Cruz - La cuchillada en la fama

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¿Quién escribió el Cantar de mío Cid, La Celestina o el Lazarillo? ¿Cómo valoramos una obra literaria a partir de su autoría? ¿Cómo se enriquece la interpretación de los personajes y contextos? ¿Es mejor echar tierra sobre la firma de un narrador o intentar esclarecerla? Sin duda, identificar el autor permite captar la verdadera dimensión de una obra y el aluvión de investigaciones facilita la entera interpretación y valoración de cada texto literario. En el caso de la autoría del Lazarillo, entre tantos candidatos, sobresale la personalidad y dimensión literaria de Diego Hurtado de Mendoza, con su anverso humanista y bibliófilo, y su reverso político y vividor, «confesando yo no ser más santo que mis vecinos».

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Fray Juan de Ortega, de «ingenio tan galán y fresco» fue General de los jerónimos de 1552 a 1555, una razón objetiva para no firmar tal obra. En 2002 su autoría volverá a reivindicarse por Antonio Alatorre. 1

En 1607, de Diego Hurtado de Mendoza escribe Valerio Andrés Taxandro ( Catalogus clarorum Hispaniae scriptorum ) que fue autor de «poesías en romance y el libro de entretenimiento llamado Lazarillo de Tormes». Y en 1608, Andrés Schott ( Hispaniae bibliotheca ) apoyaba la posible autoría de Hurtado de Mendoza: «Se piensa ser obra suya el Lazarillo de Tormes, libro de sátira y entretenimiento». Nuevamente una atribución sin pruebas y cierta impersonalidad: «se piensa». Sin embargo, a su favor observamos que se apresuran a enmendar a Sigüenza y que la atribución procede de dos autores distintos, profesionales, independientes y sin sometimiento alguno al autor que proponen. Y otro dato favorable: como obra de Hurtado se imprimió La vida de Lazarillo de Tormes por Antonio Facchetti (Roma, 1600) y por Juan Pérez de Valdivieso (Zaragoza, 1599) como constata Alexander S. Wilkinson. 2 Es importante el hecho de que las reseñas provengan de dos localidades diferentes, y tan dispares. Después, Tamayo y Vargas ratificaba a don Diego en su Junta de libros la mayor que ha visto España en su lengua hasta 1624 , y citaba por suya la edición vallisoletana de 1603 y por Luis Sánchez.

Nicolás Antonio en 1873 remite como probables autores a Ortega y Hurtado, y, en 1970, E. Spivakovsky 3 reafirma la paternidad del segundo. Ya en 2010, Mercedes Agulló 4 vuelve a defender para don Diego dicho honor. Agulló publica el testamento y el inventario de bienes de Hurtado de Mendoza y basa su tesis en que en el cajón de los libros del secretario de Felipe II y administrador de Diego Hurtado de Mendoza, Juan López de Velasco, había «Vn legajo de correçiones hechas para la ynpressión de Lazarillo y Propaladia

En nuestra modesta opinión, el hallazgo es importante, pero la frase no prueba mucho. De un lado, tiene un valor de credibilidad parejo a la frase de fray Juan de Ortega sobre el «borrador» de José de Sigüenza: no hay texto conservado, ni el «borrador» ni las «correçiones», sólo un intento de atribución basado en suposiciones entusiastas. De otro, se citan dos conocidas obras literarias corregidas, censuradas, al parecer, por una misma persona, pero no se identifica plenamente quien hizo las correcciones para la impresión. ¿Velasco o Hurtado? ¿Qué modificaciones estaría haciendo Hurtado en obra ajena como la Propalladia ? ¿Por qué razón iba a imprimir el texto de Naharro? Y, si como humanista y exquisito bibliófilo hubiera decidido editar obras modernas, ¿para qué enmendar a otros autores? ¿Por qué sería él y no el censor Velasco el autor y dueño del legajo y de las presuntas «correçiones» en ambas obras?

Parece que todas las respuestas apuntan a López de Velasco puesto que sí sabemos que Velasco, por ventura, adaptó a los criterios inquisitoriales, «castigó», el Lazarillo de Tormes , la Propalladia de Torres Naharro y las obras de Castillejo. De manera que, a pesar del relativo orden de los inventarios de libros, legajos y documentos variados, pensamos que bien podrían ser los propios papeles del administrador Velasco, ya fallecido, mezclados con los de su administrado don Diego. El legajo subrayado por Mercedes Agulló estaba junto a «Vnos cuadernos y borrador de La rebelión de los moriscos de Granada y otras cossas de don Diego de Mendoça»; pero leemos que también con otro «legajo de papeles de Indias» 5 que seguramente no era suyo y sí de Juan López de Velasco, a la sazón, cosmógrafo y Cronista mayor de las Indias.

Felipe II encargó a López de Velasco su futura biblioteca de El Escorial. Velasco es conocido porque fue quien censuró el Lazarillo vedado por la Inquisición en el Índice de libros prohibidos de 1559, y quien lo editó «castigado» en 1573 (Madrid, Pierre Cosin). Además, fue el encargado de la administración de los bienes de don Diego Hurtado de Mendoza durante 14 o 15 años. Al morir López de Velasco, fue su testamentario el abogado Juan de Valdés, este recibió también los papeles de Hurtado de Mendoza. Cuando muere el jurista en 1599, su hermana, Francisca de Valdés, inventarió todos los libros y documentos de Hurtado, Velasco y Valdés, ya clasificados previamente por alguno de estos dos últimos.

Rosa Navarro Durán, 6 a quien veremos a continuación respaldando la autoría de Alfonso de Valdés, critica con cierta arbitrariedad las aportaciones del libro de Agulló, negando la candidatura de Hurtado, según ella «un prosista mediocre», al que atribuye la Segunda parte de Lazarillo de Tormes que define como alegoría política contra Carlos V (pero no se percata de la que existe en la primera parte). Mercedes Agulló se defiende 7 cuestionándose el porqué de la reedición del Lazarillo en 1573, sugiriendo que, a cambio de ella, Hurtado donaría sus libros a la biblioteca de El Escorial de Felipe II. Agulló se pregunta también si el hecho de que en el Índice de libros prohibidos no se etiquetase como anónimo supondría que conocían a su autor. Propone a Gonzalo Pérez como «Vuestra Merced». Insiste en que la carta de don Diego a su sobrino en 1557 incluía un libro para Felipe II que podría tratarse del Lazarillo y que Hurtado cuenta «con muchas posibilidades para ser considerado el autor». Desde luego es indudable su buena relación con Velasco y que, puestos a suponer, debido a su pasión por la literatura y condición de experto bibliófilo seguramente colaboraría en las correcciones del Lazarillo expurgado.

No podemos olvidar a otros muchos autores que optan a la autoría de la novela. Morel-Fatio y Manuel J. Asensio señalaron, basándose en el espíritu supuestamente anticlerical y erasmista de la obra, a Juan de Valdés (1499-1541) o algún «alumbrado» de su entorno ideológico. También su hermano, el secretario real de cartas latinas Alfonso de Valdés (1490-1532), fue propuesto como posible autor por Morel-Fatio (1904), M. J. Asensio (1959), Joseph V. Ricapito (1976). Más recientemente, en 2003, Rosa Navarro Durán lo afirmó tajantemente y llegó al extremo de editar la novela con su nombre, aunque su hipótesis no hubiera sido planteada a partir de objetiva y rigurosa argumentación. En ambas atribuciones, debido a las tempranas muertes de los dos hermanos, es incuestionable que la escritura del Lazarillo tendría que anticiparse dos décadas, exagerado salto retrospectivo para un texto tan popular y exitoso que no cuadra con un silencio editorial de 22 años, con la orden municipal de expulsión de mendigos y vagabundos de Toledo de 1546, con la cronología de la segunda parte de la novela (Amberes, 1555) que arranca con posterioridad a las Cortes de 1538-1539 y con Lázaro embarcando para la guerra de Argel de 1541, y, sobre todo, con la fecha de las cuatro primeras ediciones conservadas de 1554 (Burgos, por Juan de Junta; Medina del Campo, por Mateo y Francisco del Campo; Alcalá, con interpolaciones y editada por Atanasio de Salcedo; Amberes, por Martín Nucio).

Rosa Navarro Durán imagina una hoja arrancada en el Lazarillo que incluiría, casualmente, el argumento. Este sería erasmista al estar basado, por las buenas, en el secreto de confesión. Además, «Vuestra Merced» sería una mujer, y la obra anterior a 1532 para que se armonice con la defunción del humanista.

Félix Carrasco y Valentín Pérez Venzalá, 8 con un modélico estudio, y, siguiendo su estela, Marco Antonio Ramírez López y Pedro Martín Baños, 9 entre otros, desmontaron razonadamente cada precipitado paso de Navarro Durán (el folio perdido, Vuestra Merced es una dama, etc.), incluso las gratuitas comparaciones entre el Lazarillo y los diálogos de Valdés con la obra de Rojas, Delicado y Naharro. También criticó su tesis Francisco Calero por «la metodología utilizada por R. Navarro, que consiste en descubrir lecturas del autor del Lazarillo , sin hacer ninguna comparación con obras de A. de Valdés» 10 quien, por cierto, no parece ser el autor acertado si recibía críticas del cardenal García de Loaysa en su comunicado a Cobos sobre su incompetencia latina: «suplico á vuestra merçed tomeys un gran latino y no lo es Valdés, porque aca se burlan de su latinidad.» A primera vista, es el mismo y exiguo reconocimiento que obtuvo su hermano Juan en su estancia en Nápoles. En 1600, Scipione Miccio le citaba en su Vita de don Pietro de Toledo : «un certo Valdés Spagnolo; uomo ignorante e balbo (…) faceva professione d’intendere la Sacra Scrittura senza ajuto de glosa ordinaria, ma solamente col perverso suo giudizio». 11

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