A la hora de considerar qué sea la literatura no importan gran cosa los distingos acerca de géneros, estilos, escuelas o tendencias; ni tampoco que el autor —de auctor : el que aumenta— busque configurar su experiencia del mundo intersubjetivo —sea en forma de literatura facticia, sea como literatura ficticia de tenor realista—, o bien los más íntimos recodos y rescoldos de su mundo subjetivo —como ocurre en la literatura ficticia de carácter fabulador. A este efecto no importa gran cosa, tampoco, que su creación sea escrita u oral, ni que sea adscrita o no al canon vigente en cada lugar y época. Ni siquiera es demasiado relevante la intención con que la componga, dado que —hay ejemplos a espuertas— el propósito de un autor puede pesar poco o nada en la percepción de su valor.
«La literatura es un modo de conocimiento de índole estética que busca aprehender y expresar lingüísticamente la calidad de la experiencia»: la definición que acabo de proponer y glosar descansa en la convicción de que hay aspectos cruciales del vivir —siempre entreverado de palabras— que no pueden ser comprendidos ni expresados sin el auxilio de la palabra artísticamente configurada. «¿Qué es la literatura?», parece ser que le preguntó José María Valverde a su hija, cuando esta era niña aún. Y, ni corta ni perezosa, ella le respondió: «Una canción de palabras».
1.A propósito de la formación del campo literario y artístico, suelen resultar iluminadoras las reflexiones de Pierre Bourdieu. Me remito a sus obras Les Règles de l’art. Genèse et structure du champ littéraire (1992) y La Distinction. Critique sociale du jugement (1979).
2.Sobre la posmodernidad y su incidencia en los campos artístico, literario y mediático, me remito a las obras de Jean-François Lyotard, La condition postmoderne. Rapport sur le savoir (1979); David Lyon, Postmodernidad (1996); Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad (1990); y Fredric Jameson, El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado (1991), entre otras.
3.Uso el término paradigma al modo en que lo entiende Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas (Madrid: FCE, 1975): como una definición de un campo de conocimiento compuesto por a ) un objeto de conocimiento, b ) algunas hipótesis básicas y c ) unos métodos adecuados para obtener y establecer el conocimiento buscado. Por su parte, Raymond Williams propuso hace algunos años, con su habitual perspicacia, valiosas ideas sobre la crisis del paradigma literario tradicional: «El marxisme, l’estructuralisme i l’anàlisi literària», Els Marges , 24 (1982): 3–18.
4.Acerca de la economía política del campo literario, me remito a las obras de Pascale Casanova, La República mundial de las Letras (Barcelona: Anagrama, 2001); Pierre Bourdieu, Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario , op. cit. ; y Christian Salmon, Tumba de la ficción (Barcelona: Anagrama, 2001).
5.Véanse los libros de Claudio Guillén, Entre lo uno y lo diverso. Introducción a la literatura comparada (1985), y Múltiples moradas. Ensayo de literatura comparada (1998); Jordi Llovet, Lecciones de literatura universal (1995) y Teoría literaria y literatura comparada (2011); y Darío Villanueva, El polen de las ideas. Teoría, crítica, historia y literatura com-parada (1991).
6.Aun así, el alcance de la tradición se extiende más allá de las obras concretas. Tal como escribe José María Valverde en La literatura (Barcelona: Montesinos, 1984, p.64–65), tradición es también «aceptación y uso de algo recibido y heredado, no sólo como gramática y léxico, sino como experiencia heredable, como sistema de formas y ritos, además de tesoro de mitos, valores, sentimientos, imágenes […]. Toda literatura ha de ser tradición: ante todo, sólo puede existir porque hay unas formas previas, heredadas, que incitan a producir otras, en parte análogas y en parte diferentes. En la nuestra, en la llamada “tradición occidental”, el desarrollo histórico de la literatura adquiere su peculiar vitalidad —y su calidad de “historia” propiamente dicha— gracias a la dialéctica que se hace posible al configurarse la idea de los “clásicos”, idea que, a la vez, establece unos modelos y permite —y aun manda— distanciarse de ellos».
7.Acerca de la problemática del kitsch , son recomendables, entre otras obras, las siguientes: Umberto Eco, Apocalittici e integrati , 1964; Gillo Dorfles, Il Kitsch , 1969; Abraham Moles, Psychologie du Kitsch: L’art du Bonheur , 1977; y Clement Greenberg, Art and Culture , 1978.
8.Tomo en préstamo la locución atribuible a Paul de Man, autor de Aesthetic Ideology (1996). Acerca de las cambiantes acepciones de la noción de literatura, resultan así mismo interesantes las recientes reflexiones que Terry Eagleton expone en El acontecimiento de la literatura (Barcelona: Península, 2013).
9.Al otro extremo del espectro dibujado por esta concepción dominante, aparece la amplísima variedad de productos culturales producidos y difundidos por los medios de comunicación escritos y audiovisuales, percibida y valorada —reductiva y despectivamente— como «cultura de masas». Desde la perspectiva culta a que aludimos, los productos culturales masivos poseerían, a priori , un carácter meramente comunicativo —es decir, cultural solo en un sentido antropológico amplio, a la manera de la gastronomía, la siesta o los hábitos indumentarios—, puramente funcional y utilitario, fruto de la producción colectiva — en un medio industrial de elevada profesionalización y división del trabajo—; por si fuera poco, tales productos de masas serían consumidos por auditorios masivos, carecerían de valor artístico, serían concebidos y elaborados según la ley del mínimo esfuerzo cognitivo y, claro es, tenderían a ser embrutecedores y alienantes.
10.Cif. Tzvetan Todorov, ed., Teoría de la literatura de los formalistas rusos (México: Siglo XXI, 1970). Y Jan Mukařovsky, Escritos de estética y semiótica del arte (Barcelona: Gustavo Gili, 1977).
11.Citado por Di Girolamo, op. cit ., 1982, p.54.
12.El lector cuenta con una buena introducción a la estética de la recepción (Warning, R., ed., Estética de la recepción (Madrid: Visor, 1989)); la obra incluye artículos de los autores que han contribuido a su desarrollo: H. R. Jauss y H. G. Gadamer, sobre todo. De Jauss, en particular, se han traducido al castellano algunas obras esenciales ( La literatura como provocación (Barcelona: Península, 1976) y Experiencia estética y hermenéutica literaria (Madrid: Taurus, 1986)), así como también de Wolfgang Iser ( El acto de leer (Madrid: Taurus, 1987)).
13.Di Girolamo, op. cit. , p.64.
14.José María Valverde, El arte del artículo (1949–1993) . Barcelona, 1994.
15.Martí de Riquer y José María Valverde, Historia de la literatura universal , op. cit ., 1984, vol. I, p.3.
16.Acerca de la retórica entendida como disciplina, véase el solvente manual de Bice Mortara ya citado, entre otros posibles. Sobre la retórica entendida en sentido filosófico, resultan iluminadores los textos de Friedrich Nietzsche reunidos en El libro del filósofo (Madrid: Taurus, 1974) y en Escritos sobre retórica (Madrid: Trotta, 2000). El lector interesado, así mismo, podrá ahondar en la cuestión de la mano de Chaïm Perelman y L. O. Tyteca, Tratado de la argumentación (Madrid: Gredos, 1994); Roland Barthes, «La retórica antigua», en La aventura semiológica (Barcelona: Paidós, 1993); Stephen Toulmin, The Uses of Argument (1958); Kenneth Burke, A Rhetoric of Motives (1950); y también gracias a la erudición del libro de Luis Vega Reñón y Paula Olmos Gómez, Compendio de lógica, argumentación y retórica (Madrid: Trotta, 2011).
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