Albert Chillón - La palabra facticia

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A caballo entre la literatura, el periodismo y la comunicación audiovisual, muy distintos modos expresivos integran la palabra facticia contemporánea, cuya vocación mimética busca dar cuenta, por vía testimonial o documental, de las realidades en curso. Quince años después de la publicación de 'Literatura y periodismo. Una tradición de relaciones', aquel volumen ha crecido para convertirse en el que el lector tiene entre manos: no una mera segunda edición, sino una versión genuina, notablemente ampliada y puesta al día. El lector podrá encontrar buena parte del viejo libro en el nuevo, así pues, y conocer tanto las tradiciones heredadas como las tendencias más recientes. Pero la novedad y la médula de esta versión está en que el lector también podrá adentrarse en una sección teórica inicial que supera con creces la original.

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I. «La literatura es un modo de conocimiento…» . En primer lugar, afirmar que la literatura es un modo de conocimiento implica reconocerle un relevante cometido epistémico, un lugar entre los grandes modos de cognición al alcance del ser humano —junto a la filosofía, el mito, la religión, la ciencia y el arte. Es cierto que, hablando con rigor, la literatura conforma un país plural incluido dentro del vasto continente artístico; pero también lo es, como acto seguido explicaré, que el hecho de que su materia y vehículo de expresión sea el propio verbo le confiere un estatuto sin parangón —epistémico y óntico a un tiempo—, ya que los empalabramientos que la integran componen también, en muy importante medida, la realidad humana misma. Amén de representar los mundos que los hombres y las mujeres crean, la palabra en el tiempo los configura también, no cabe duda.

II. «…de índole estética…» . La literatura es un modo de conocimiento, desde luego, aunque no de carácter primordialmente discursivo, como la filosofía —basada en la argumentación racional— o la ciencia —basada en la demostración lógica y experimental—; ni de condición fideística, como la mística, la religión y la magia —basadas en la creencia—; ni de tenor invertebrado y acrítico, como el sentido común. A semejanza de las demás modalidades artísticas, la literatura es un modo de conocimiento de índole estética que aprehende y expresa el mundo mediante la elaboración imaginativa de las sensaciones ( aisthesis ) que configuran las vivencias concretas, en primera instancia, y la experiencia de vivir, al cabo.

III. «…que busca aprehender y expresar…» . La literatura no es solo representación ( mimesis ) del mundo —lo que convenimos en llamar «realidad»—, ni tampoco creación ( poiesis ) soberana y autárquica respecto de él, sino ambas cosas al tiempo. El artista de la palabra parte de su experiencia —de su tránsito alrededor: ex-perior — para comprehenderla y comprenderla, pero al hacerlo necesariamente la refigura. No existe, hablando con propiedad, un nítido hiato entre el mundo real que aprehende —también trenzado con mimbres imaginarios, no se olvide— y el mundo posible que concibe —fruto integral de la imaginación creadora. Los vicios del pensamiento mecanicista y positivista, que separa las causas de los efectos y los objetos de los sujetos que los piensan, deben subsanarse mediante una visión integradora —holística y dialéctica a la vez— de la labor creativa.

IV. «…lingüísticamente…» . He aquí la clave inadvertida de la cuestión que procuramos elucidar: la literatura es un modo de conocimiento estético que aprehende y expresa la experiencia humana mediante enunciados lingüísticos de muy diverso calibre y cariz —de la metáfora al soneto, del alejandrino y el aforismo a la novela-río. A diferencia de otras formas de arte, que manejan la imagen bidimensional —la pintura y la fotografía—, el sonido —la música—, el movimiento corporal —la danza y la mímica—, la materia tridimensional —la escultura y la arquitectura— o la hibridación de códigos e ingredientes —el cine, el teatro, la ópera, el videoarte o la narrativa transmedia e hipertextual—, la literatura transubstancia el mundo con y en el lenguaje verbal, que es a la vez su materia prima, su vehículo expresivo y uno de sus principales objetos de atención. Trate quimeras generadas por la fantasía o vicisitudes de la experiencia ordinaria, el arte de la palabra amasa una sustancia —las palabras— que es, precisamente, la misma con que todos los sujetos otorgan sentido a sus vivencias dispares.

Una vez más topamos, entonces, con la médula filosófica de nuestra propuesta: el verbo no es un simple vehículo o herramienta con el que la literatura apresa la realidad, sino el milieu en y del que vive el pensamiento, en primera instancia, y una notable porción de la misma vida, en última. A la sombra de la filosofía del lenguaje, alumbrada por Humboldt y Nietzsche, hemos caído en la cuenta de algo esencial, tan primordial y omnipresente que raramente alcanzamos a comprenderlo: las palabras forman parte íntima del pensamiento, y de la realidad humana en su conjunto. Como en el célebre cuento de Poe, la carta robada a que aludía al comienzo de este apartado se halla en el lugar menos sospechoso, justamente ante nuestros ojos, bien visible aunque por ello mismo velada por la corriente de palabras con que pensamos y vivimos sin freno.

Ya lo hice constar en su momento: a la sombra de la filosofía del lenguaje, sostengo que «los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo», de acuerdo con la celebre proposición de Wittgenstein. 23 Que, comoquiera y lo que quiera que «lo real» sea más allá del ser humano, a este solo le es dado configurarlo como «realidad humana» mediante la malla de signos, símbolos y palabras que, en un plano sincrónico, enlaza aquí y ahora el mundo exterior compartido y el mundo interior personal; y en un plano diacrónico, el pasado evocado, el presente experimentado y el futuro anticipado. Y que, al cabo, no hay experiencia sin lenguaje, sino experiencia en el lenguaje.

V. «…la calidad de la experiencia…» . Ayer, hoy y mañana, el gran reto y privilegio de la literatura consiste en su sin par aptitud para comprender, lingüísticamente, la calidad de la experiencia humana, y no solo para entender sus aspectos lógicos o cuantitativos. El concreto aunque inabarcable vivir posee una textura variable, compleja y ambigua; es radicalmente subjetivo, refrac-tario a toda objetividad; y no hay principio de razón suficiente que pueda dar cuenta integral de él, 24 hasta tal punto que solo su calidad es cognoscible —por vía imaginativa, sensible y simbólica— mediante el ejercicio de ese esprit de finesse que tan bien distinguió Pascal. 25

Para conocer al ser humano no basta con el solo entendimiento: es necesaria la comprensión ( verstehen ), la exploración a un tiempo racional y sensible de la calidad de su experiencia, en su precisa textura. La singularidad del arte en general —y del de la palabra, por ende— radica en la posibilidad de destilar, partiendo de los diversísimos datos inmediatos y mediatos de la experiencia, representaciones sensibles, trasuntos simbólicos capaces de aprehender y de expresar su extraordinaria sutileza y polifacetismo, de decantar su sentido más allá de los significados que el sentido común y la dóxa se apresuran a convocar. 26 Puede decirse, entonces, que el arte —y el conocimiento estético, en lata acepción— accede a la experiencia tras rasgar los velos de la apariencia. En palabras del escritor Ernesto Sábato, muy crítico con quienes creen, a pie juntillas, en el absolutismo de la razón,

Ahora sabemos que estos partidarios de las ideas claras y definidas estaban esencialmente equivocados, y que si sus normas son válidas para un pedazo de silicato es tan absurdo querer conocer el hombre y sus valores con ellas como pretender el conocimiento de París leyendo su guía de teléfonos y mirando su cartografía. Ahora cualquiera sabe que las regiones más valiosas de la realidad (las más valiosas para el hombre y su destino) no pueden ser aprehendidas por los abstractos esquemas de la lógica y de la ciencia. Y que si con la sola inteligencia no podemos siquiera cerciorarnos que existe el mundo exterior, tal como ya lo demostró el obispo Berkeley, ¿qué podemos esperar para los problemas que se refieren al hombre y sus pasiones? Y a menos que neguemos realidad a un amor o a una locura, debemos concluir que el conocimiento de vastos territorios de la realidad está reservado al arte y solamente a él. 27

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