Además de jugar y aprender las primeras letras y operaciones matemáticas, gracias a sus ayos el pequeño Alfonso empezó a conocer el reino. Con esa familia “postiza” recorría las propiedades que don García Fernández tenía en Castilla y las que doña Mayor Arias poseía en tierras gallegas. Es posible que esos viajes a Galicia y el que la mujer le enseñara su lengua natal contribuyeran a que desde bien temprano el infante dominara el galaicoportugués o gallegoportugués –como se le decía al gallego en la Edad Media– y que en el futuro iba a utilizar como lengua para componer su obra poética.
Algunas veces, Fernando III acudía al campo para estar con su hijo. No obstante, eran más frecuentes las visitas que el infante hacía a Burgos. En esas oportunidades la reina Beatriz también aportaba a su educación. Debido a su crianza en la esplendorosa corte de Federico II, era una erudita que transmitió a su hijo la pasión por la cultura, el arte y la ciencia, pasión que caracterizaría su personalidad desde la primera hora.
Y cuando Alfonso llegó al trono, demostró su agradecimiento a quienes tanto le habían brindado en la etapa inicial de su existencia. Benefició a doña Mayor –ya viuda– y a su amigo Juan García con inmensos latifundios del realengo.
n 1224, Castilla y el al-Andalus almohade contaban una década de paz. Paz que se había instaurado gracias a las treguas pactadas en 1214 por Alfonso VIII –tras la victoria en las Navas de Tolosa– y renovadas por Fernando III en 1221. Y esto, a pesar del denso ambiente de cruzada que se cernía sobre la Europa Occidental a partir del IV Concilio de Letrán. Celebrado en 1215 y promovido por el inflexible papa Inocencio III, el “Gran Concilio” tuvo un expreso espíritu antimusulmán, pues exhortó a los príncipes cristianos a ganarle al islam los Santos Lugares.
El último día de septiembre de 1224 expiraban las treguas suscritas entre Fernando y el califa almohade Yusuf II. Había que tomar una decisión: extender la paz o reavivar la guerra. La encrucijada llevó al rey castellano a convocar a Cortes en junio y en julio, a las que asistieron todos los nobles y prelados del reino. Ambas asambleas dictaminaron lo mismo: no renovar las treguas.
Fue una bisagra en el reinado fernandino. Sí, porque el monarca se lanzó a expandir sus fronteras con la firme convicción de expulsar el poder musulmán de la península ibérica o hacer que los moros se sometieran a su vasallaje.
Las operaciones militares se pusieron en marcha el 30 de septiembre de 1224 y se vieron beneficiadas por la crisis que atravesaba al-Andalus. A principios de ese año, el fallecimiento de Yusuf II había encendido luchas internas. Sobresalía entre los rebeldes el noble almohade ’Abd Allah al-Bayyasi –el Baezano, por ser oriundo de Baeza–, quien solicitó ayuda al monarca cristiano cuando fue asediado en su ciudad por el gobernador almohade de Sevilla. Las tropas de ambos conquistaron la ciudad de Quesada y varios castillos de Jaén –en Andalucía–, que fueron entregados al Baezano.
Esta alianza posibilitó que en los siguientes dos años las huestes de Fernando y las del rebelde almohade se apoderaran de comarcas y castillos en la Andalucía musulmana, que se repartieron entre el rey y su vasallo. En las zonas que quedaron para los castellanos se establecieron guarniciones permanentes.
Sin embargo, esta alianza le costó caro al Baezano: en 1227 fue asesinado por almohades de Córdoba, ciudad que había tomado. Siguió una contraofensiva de Fernando, que a partir de 1228 comenzó a acelerar el desgranamiento almohade en el sur peninsular. De este modo, el poder musulmán fue dividiéndose en pequeños reinos independientes –taifas–, una dispersión que más tarde o más temprano facilitaría a Fernando avanzar sobre al-Andalus, donde su gran objetivo era conquistar Sevilla.
uál había sido el derrotero del rey Alfonso IX mientras su hijo avanzaba en una nueva etapa de la conquista? Tras la paz de Toro firmada entre Castilla y León en el verano de 1218, Fernando III y doña Berenguela mantuvieron las treguas con los almohades hasta 1224.
Todo lo contrario que el monarca leonés.
Ese mismo verano de 1218, Alfonso IX se lanzó en nombre de su reino a una ambiciosa ofensiva para apoderarse de Andalucía. Contaba con la venia del papa Honorio III y una descomunal fuerza militar: castellanos, cruzados gascones y caballeros de las órdenes militares y religiosas de Calatrava, Temple, Pereiro-Alcántara y los Hospitalarios de San Juan.
Su lucha antiislámica se extendió a lo largo de la década siguiente. Lucha que se vio coronada con la toma de plazas fuertes musulmanas y que allanó el camino para conquistar Sevilla, capital de los almohades.
Tras sus victorias, en 1230 Alfonso IX emprendió un viaje procesional a Santiago de Compostela, pues era muy devoto de ese apóstol, santo patrono de las tierras hispánicas. Pero a mitad del camino lo sorprendió una grave enfermedad y falleció el 24 de septiembre de ese año en Villanueva de Sarria, provincia de Lugo.
Con esa muerte, se desplegaba nuevamente sobre el tablero un juego por la sucesión. Y nuevamente doña Berenguela movería las piezas de una partida que se planteaba compleja.
Al parecer, ni el hijo, ni la ex esposa del rey difunto se dieron tiempo para lágrimas. Había que avanzar casillas con rapidez, astucia, determinación.
La Reina Madre y Fernando se reunieron en Toledo para planificar la estrategia para que Castilla y León volvieran a quedar bajo una misma corona. Por supuesto, la corona de Fernando.
El heredero original de León –hijo de Alfonso IX y Teresa de Portugal, también llamado Fernando– había fallecido en 1214. Pese a eso, el monarca leonés siempre se mostró reticente a reconocerle al vástago que había tenido con Berenguela el derecho a sucederlo.
Pero para contrarrestar esa negativa, en julio de 1218 el rey castellano había obtenido una bula del papa Honorio III que lo declaraba legítimo heredero del trono leonés. Ignorando ese derecho, Alfonso IX empezó a expresar en documentos y actos públicos que sus sucesoras eran las infantas Sancha y Dulce, también nacidas del matrimonio con Teresa de Portugal y que, por ende, en la línea sucesoria se ubicaban delante del tercer Fernando.
La movida de la Reina Madre y su hijo consistía en hacer valer la “razón de varonía” para imponerse a Sancha y Dulce. Y lo hicieron dejando que los mismos leoneses lo reconocieran como rey. En su viaje desde Toledo a la capital de León, dividida entre los partidarios fernandistas y los de sus medias hermanas, cada ciudad de ese reino por la que pasaba lo fue acogiendo como su nuevo, legítimo e irrefutable monarca.
Cuando por fin entró a la cabecera leonesa, se habían impuesto sus partidarios. Y ya no hubo dudas de quién ganaba. Probablemente el 7 de noviembre de 1230, Fernando III fue proclamado rey de León.
Unos días más tarde, la reina doña Teresa, que se hallaba en Villalobos, a dieciocho kilómetros al sudeste de la villa leonesa de Benavente, envió a doña Berenguela proposiciones de paz. La ex esposa y la viuda de Alfonso XI junto a sus hijas se reunieron en Valencia de Don Juan ese 11 de diciembre.
Versión logotipada del escudo de Castilla y León para uso de la Junta.
Читать дальше