Pero más cercano al tiempo de su nacimiento, había dos Alfonsos para homenajear. Acaso con el objetivo de mantener la armonía entre Castilla y León, se buscó honrar al abuelo paterno: Alfonso IX. Aunque es más factible que se quisiera recordar al bisabuelo materno: Alfonso VIII el Noble, quien pervivía en la memoria de los castellanos como modelo del buen rey.
Tras el bautismo, los flamantes padres debieron trasladarse de Toledo a Burgos llevando con ellos al crío. Pese a los riesgos que un viaje tan largo en pleno invierno acarreaba para un pequeño, así lo había dispuesto doña Berenguela. Consideraba necesaria la presencia del nieto en la capital regia para que fuera reconocido como heredero en las Cortes.
Para entonces, ya habría entrado en el destino de Alfonso la encargada de atender la otra urgencia.
En la Edad Media, una reina no daba el pecho a sus hijos. Eran amamantados por amas nutricias, también conocidas como nodrizas o amas de cría. Los monarcas designaban para esa responsabilidad y privilegio a mujeres robustas, sanas y de linaje noble. Se creía que esos atributos garantizaban fortaleza y resistencia físicas a un futuro rey guerrero, tal como Fernando esperaba que fuera Alfonso.
Además, una reina llevaba una ajetreada existencia, que le demandaba un gran esfuerzo a su cuerpo. En el siglo XIII, un rey viajaba constantemente para atender en persona los asuntos de su territorio. La corte medieval española era itinerante. Eso implicaba viajes larguísimos, pesados, con extendidas permanencias lejos de la capital del reino. Y con él iba la reina, pero al no poder trasladarse con uno, dos o más pequeños, debía dejarlos a cargo de las nodrizas para que los alimentaran y los criaran.
Con todo, muy fiel a su estilo, cada vez que a doña Berenguela le había tocado ser madre no tuvo pruritos en romper con esa costumbre: ella misma amamantó a todos los hijos que tuvo con Alfonso IX. Al parecer, pretendió que su nuera la imitara. Pero los pechos de Beatriz no producían la leche que necesitaba Alfonso. Y fue la mismísima suegra quien se encargó de buscar ese vital reemplazo: contrató como ama nutricia a Urraca Pérez.
Era esta una corpulenta toledana casada con García Álvarez, hombre que desde hacía muchos años le era fiel a la Reina Madre. Además, varios miembros de la familia de Urraca ostentaban importantes cargos en la administración de la ciudad de Toledo. Era la mujer ideal para brindarle a Alfonso una teta con leche en cantidad y calidad.
Así, luego de cuatro meses de nacido, el primogénito seguía vivo y gozaba de excelente salud como para que se cumpliera lo dispuesto por la abuela Berenguela y que formalizaba la sucesión de Fernando III. El 21 de marzo de 1222, Alfonso inició su vida pública cuando en Burgos recibió el homenaje de todo el reino y fue reconocido oficialmente como heredero de la corona castellana. Pasó entonces a ser tratado o mencionado en los documentos como el “Infante Alfonso”.
El incansable útero de Beatriz
tra de las principales obligaciones de una reina medieval era colmar de hijos legítimos a la familia regia. Era la manera de garantizar la sucesión: el primogénito podía fallecer durante su niñez o juventud y, por ende, el derecho a heredar la corona pasaba al vástago nacido posteriormente. Siempre se imponía la “razón de varonía”. Pero una mujer podía ser reconocida legítima heredera hasta que a los padres les llegara un varón. Si no ocurría y ambos reyes morían sin un descendiente masculino, entonces era proclamada reina la primera hija o la mayor que la hubiera sobrevivido.
Esa función de “incubadora real” implicaba que una reina, apenas acabara de recuperarse de un alumbramiento, volviera a quedar embarazada. Cierto es que a Fernando y Beatriz les costó dos años concebir al primogénito, incluso se temía que ella fuera infértil. Con todo, después de Alfonso los reyes fueron trayendo al mundo vástago tras vástago, algunos de los cuales nacieron apenas dándole tiempo de descanso al cuerpo de la consorte real. A lo largo de catorce años, de su útero salieron otros nueve descendientes.
El resultado de la unión entre Fernando el Tercero y Beatriz no solo fue fructífero en cantidad. Al crecer, sus hijos accedieron a importantes cargos o rangos: algunos fueron destinados por su padre a la carrera militar y a otros se les impuso abrazar la vida religiosa, lo cual era esperable en una corte de reyes católicos.
Por ser el sucesor, Alfonso fue criado separado de sus hermanos y hermanas. No compartieron la niñez ni la adolescencia. Con algunos de ellos, la relación fraternal se estrecharía a partir de su llegada al trono. No obstante, entre él y los demás varones de la familia iban a surgir gravísimos conflictos. Uno de ellos lo llevaría a tomar una decisión teñida de sangre.
Una niñez lejos de la corte
anto monarcas como nobles medievales encargaban la primera crianza de sus hijos a ayos o ayas. Eran hombres o mujeres de linaje y buena posición económica que a modo de tutores los cuidaban y les brindaban las primeras enseñanzas. En el caso de la realeza hispana, era un oficio o cargo de corte, al igual que el de mayordomo, canciller o camarero.
Alfonso no fue la excepción. La Reina Madre también impuso su criterio para que el heredero recibiera una adecuadísima primera educación. Y cuando cumplió un año, designó como ayos del infante a don García Fernández de Villamayor (1180-1240) y su esposa, la gallega doña Mayor Arias.
Don García había sido mayordomo de doña Leonor de Inglaterra y después, de Berenguela, cuando se convirtió en regente de Castilla. Esta lo eligió como ayo del futuro rey por ser un hombre de su más entera confianza, que le había mostrado total fidelidad al refugiarla durante el levantamiento liderado entre 1214 y 1215 por los hermanos Núñez de Lara. Esa lealtad se vio recompensada cuando, en 1217, Fernando III lo encumbró al escalafón superior de la nobleza y le donó importantes propiedades en diversas villas en las cuales tenía rango de señor.
Cuando Alfonso apenas había cumplido un año, dejó la corte y pasó a vivir en las propiedades que el ayo poseía en Celada del Camino y en Villaldemiro, dos pueblos cercanos a Burgos. Así, la abuela Berenguela evitó alejarlo de la capital del reino para que mantuviera contacto con su padre y en especial con su madre, Beatriz, ya que era ella la que con mayor frecuencia residía en la ciudad burgalesa a causa de su casi constante estado de gravidez.
El infante no partió solo hacia su lugar de crianza. Urraca Pérez y su marido García Álvarez se mudaron con él. La mujer debía seguir amamantándolo y no es raro que cumpliera esa función durante un buen tiempo más: era común que los niños fueran amamantados hasta los dos años de edad. Y al parecer, el ama nutricia fue casi una madre sustituta, pues Beatriz siempre estaba ocupada viajando con su marido… cuando no aprestándose a dar a luz a nuevos vástagos. En reconocimiento a sus servicios, Fernando III concedió a Urraca y a su esposo una heredad y varias casas y tierras, además de ese terreno para el cultivo.
¿Cómo pudo haber sido la niñez de Alfonso en los campos de Celada del Camino y de Villaldemiro? Del matrimonio de don García Fernández de Villamayor y doña Mayor Arias, a partir de 1216 habían nacido tres varones y cuatro mujeres. Cuando el infante quedó bajo responsabilidad de ambos, esos hijos tenían casi la misma edad que él. Y a medida que fueron creciendo pasaron a ser compañeros de juegos, aventuras y aprendizajes del infante. Conformaron entonces un vínculo de hermandad que iba a preservarse en la adultez. Cuando Alfonso accedió a la corona, además de manifestar cariño por todos ellos, nombró mayordomo real al primogénito de los ayos: Juan García de Villamayor (hacia 1216-1266), quien era uno de sus mejores amigos y fue una figura destacada de la corte alfonsí.
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