La figura pública del infante fue ganando importancia tempranamente en todo el reino. En esto colaboró el que entre 1241 y 1242 lo designaran alférez mayor del rey, el jefe principal de las tropas reales, cargo que hasta entonces había ocupado el magnate Diego López de Haro (hacia 1200-1254).
Sin embargo, la participación creciente de Alfonso en los asuntos de Estado se acentuó a partir de 1243, cuando tuvo que hacerse cargo de las operaciones militares en la conquista del reino de Murcia, en la cual reemplazó a su padre.
Fernando III comenzaba a padecer los síntomas de la hidropesía.
La primera misión conquistadora de Alfonso
a crisis dinástica y la disgregación del califato almohade contribuyeron a que desde 1225 Fernando III tendiera una imparable expansión territorial. Así se apropió de las principales ciudades y villas de la Meseta Sur, el Alto Guadalquivir –salvo Jaén y Arjona– y Córdoba, que había sido la capital de al-Andalus en tiempos anteriores a la llegada de los almohades. Por conquista o pleitesía –capitulación– después fueron cayendo varias plazas fuertes musulmanas, la mayoría de ellas cercanas a Sevilla.
Entre 1240 y 1241, el rey se ocupó del repartimiento definitivo de Córdoba entre quienes habían participado de su conquista. También, de la ocupación de los alrededores de esa ciudad, las campiñas cordobesa e hispalense, y de una gran parte de la sierra y la ribera del río Guadalquivir. Además, la Orden de Santiago tomó el control de las vertientes de los ríos andaluces y murcianos del territorio, que pasó a ser la encomienda mayor de la rama castellana de esa orden surgida en León en el siglo XII.
En esta ocupación no hubo resistencia. Los musulmanes entregaron villas y castillos mediante un pacto que les permitió permanecer en esos sitios conservando sus patrimonios, autoridades, modo de vida y religión, pero bajo la condición de mudéjares.
¿Quiénes eran los mudéjares? El término deriva del árabe mudayyan y equivalía a “vasallo” o “sometido”. Mudéjares eran los musulmanes que permanecían en territorio cristiano tras la conquista o anexión de sus tierras por parte de los reinos del norte ibérico, viviendo segregados en barrios denominados morerías o aljamas y bajo el control político de los conquistadores.
El infante Alfonso no había participado de todas esas campañas. Su momento llegó en 1243, cuando Fernando III retomó las expediciones contra Andalucía. A comienzos de ese año, el rey de Murcia, Muhammad Ibn Hud, le envió un emisario para informarle que entregaba al monarca castellano Murcia y todas las villas y castillos de ese reino a cambio de protección. No le importaba renunciar a la independencia y a parte de sus rentas convirtiéndose en su vasallo. Quería evitar ser destronado por otros caudillos murcianos o invadido por Aragón o por Granada, donde gobernaba el rey Ibn al-Ahmar (1194-1273), fundador de la dinastía nazarí que le era adverso.
La enfermedad de Fernando solía imposibilitarlo. Por eso encargó a Alfonso la toma de Murcia. Su primera misión conquistadora.
En abril de 1243, el heredero lideró un ejército hacia ese reino. Antes de llegar, en Alcaraz, firmó un pacto con el emisario de Muhammad Ibn Hud y los arráeces o caudillos moros de varios lugares murcianos y valencianos. Estos se comprometían a entregar a Fernando III todas sus fortalezas y las rentas de sus señoríos, auxiliarlo en la guerra y pagarle tributos en tiempos de paz. Así, el rey castellanoleonés fijó un protectorado que le permitiría instalar guarniciones, nombrar a un merino mayor –funcionario con amplias facultades judiciales– y asegurar la implantación de poblaciones cristianas en esos territorios.
Iniciaba mayo cuando Alfonso entró pacíficamente en Murcia. Siguiendo lo pactado en Alcaraz, le fue entregada la fortaleza de la ciudad y posteriormente ocupó las villas, castillos y demás fortificaciones del reino, algunas de las cuales donó a la Orden de Santiago.
Aunque sin derramar sangre, con esta campaña el futuro rey empezó a transitar el rumbo expansionista iniciado por su padre.
Una esposa como garantía de paz
lfonso debió volver a ocuparse de Murcia en 1244. Después de conquistar la ciudad de Valencia en 1238, su suegro Jaime I de Aragón y sus tropas siguieron avanzando. Así, llegaron a un punto donde confluían el sur del reino de Valencia y el norte del reino de Murcia. Los castellanos consideraban que los aragoneses habían traspuesto el límite de los territorios murcianos recobrados el año anterior.
Esto llevó a Castilla y Aragón al borde de la guerra.
En nombre de su padre, el 26 de marzo de 1244 el infante se encontró con Jaime I en la localidad murciana de Almizra. Allí sellaron un tratado en el que fijaron un límite en los territorios ganados por cada parte, pero no se resolvieron todos los problemas de frontera existentes entre ambos reinos. Las relaciones quedaron tensas. Y ante la falta de un pacto de paz y amistad, que recién firmarían en 1250, en el trato se impuso una garantía de cumplimiento de lo convenido. Esa garantía fue dejar por escrito el matrimonio de Alfonso con la infanta Violante de Aragón, matrimonio que se mantenía apalabrado desde 1240.
Luego de eso, Alfonso se encargó de entregar la tenencia y señorío de una serie de castillos y villas murcianas a sus más directos colaboradores castellanos. Y después emprendió la campaña con la que conquistó territorios de los arráeces que habían rechazado el acuerdo de Alcaraz. De ese modo, a lo largo de 1244 las ciudades de Mula y Lorca quedaron bajo el dominio castellanoleonés.
Faltaba conquistar Cartagena. Menos pacíficamente, en la primavera de 1245 Alfonso se apoderó de esa ciudad cercándola por tierra y por mar, para lo cual recurrió a una flota de naves cántabras y marineros oriundos de Santander.
Tras esa campaña, Fernando III convocó a su primogénito y a otros dos de sus hijos: Fadrique y Enrique. Había que sitiar la estratégica ciudad de Jaén. Eso iba a permitirle concretar su objetivo de tomar Sevilla.
El asedio a Jaén se inició en 1245 y los castellanos debieron repeler los ataques con los cuales los moros se resistieron. No obstante, a fines de febrero de 1246 el rey de Granada Muhammad I terminó rindiéndose. Entregó a Fernando la ciudad y firmó un pacto de vasallaje que iba a durar casi veinte años.
Terminaba así la campaña murciana, campaña de tres años en los cuales Alfonso demostró que entendía la diplomacia y podía liderar un ejército. El infante lograba afianzar su figura de futuro rey. Sin embargo, pronto iba a ser evidente que aún era muy joven y fácil de embriagarse con la victoria. O, tal vez, que los astros no siempre se alinearían a su favor.
En el reino de Portugal se desarrollaba una guerra civil. Los partidarios del rey Sancho II el Capelo (1209-1248) enfrentaban a los de su hermano Alfonso de Bolonia (1210-1279). El conflicto había estallado por el intervencionismo del monarca en la Iglesia lusitana. Eso derivó en que en 1245 el papa Inocencio IV lo declarara incapaz de reinar y nombrase gobernador del reino a su hermano Alfonso.
Incapaz de hacer frente a las fuerzas de su hermano, Sancho II solicitó el apoyo de Alfonso de Castilla, con quien mantenía muy buenas relaciones. Fernando III se opuso a sacrificar sus proyectos de conquista por un conflicto interno de otro reino. Pero el heredero se aventuró a intervenir en esa guerra. Y con su ejército, más un contingente de 300 caballeros que le había pedido a su futuro suegro, en diciembre de 1246 ingresó en Portugal. Sin embargo, al no hallar apoyo en esas tierras, en marzo de 1247 emprendió la retirada a Castilla.
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