La comunicación profética, de acuerdo con la literatura bíblica disponible, se transmitía en variadas formas y estilos, pues aunque hay patrones comunes y tendencias metodológicas similares, cada autor y profeta le añadía una particular dimensión personal y específica. Y entre esas formas de presentar el mensaje se pueden identificar las siguientes: visiones y sueños (Jer 1.11-13; Am 7.1-9; 8.1-3; 9.1-4), himnos y salmos (Is 12.1-6; 25.1-5; 35.1-10), oraciones y plegarias (Jon 2.2-10; Hab 3.2-19), reflexiones sapienciales y educativas (Is 28.23-29) y alegorías y parábolas (Is 5.1-7).
Un componente importante en la literatura profética son las narraciones vocacionales. Estos relatos ponen de manifiesto la intimidad que se desarrollaba entre Dios y el profeta, además de identificar el contexto histórico de la vocación. En efecto, este tipo de literatura de llamamientos proféticos destaca y subraya las credenciales espirituales y morales del profeta, que ciertamente le autorizan a presentarse ante el pueblo y sus líderes como enviado y representante del Señor (p. ej., Is 6.1-13; Jer 1.4-10; Ez 1.1-3.27; Os 1.1-3.5).
Los mensajes proféticos incluyen temas relacionados directamente con la salvación y el juicio: son esencialmente palabras de liberación y redención de parte del Señor, o discursos de condenación e ira divina. En los primeros se destaca el amor de Dios, que se muestra de manera concreta en la manifestación plena de su misericordia y en su extraordinaria capacidad y disposición de perdonar y restaurar al pueblo, cuya característica fundamental incluía la infidelidad religiosa y específicamente la tendencia a la idolatría (Is 4.3-6; Jer 31.31-34; Ez 37.1, 14).
Los mensajes de juicio, por su parte, eran discursos fuertes, firmes y aguerridos, que condenaban firmemente las actitudes sincretistas, rechazaban las decisiones injustas y aborrecían las acciones idolátricas del pueblo y sus líderes. Esos oráculos de reprensión se producían cuando el pueblo vivía a la altura de las exigencias éticas y las normas morales del pacto revelado por Dios en el monte Sinaí.
En ocasiones, inclusive, esos mensajes de juicio divino comenzaban con una expresión intensa de angustia y amargura, un doloroso «ay» profético, que denuncia públicamente y rechaza con firmeza los pecados de individuos (Is 22.15-19; Jer 20.1-6; Ez 34.1-10), las maldades de las naciones idólatras (Am 1.3.3.3) e, inclusive, las transgresiones e infidelidades del pueblo de Israel y sus líderes (Is 5.8-30; Am 2.6-16).
Con regularidad, los mensajes proféticos se introducen de forma directa, clara y precisa. Expresiones como «Así dice el Señor», o «Palabra del Señor que vino a…», o semejantes, sirven para iniciar los procesos de comunicación de esos mensajes de salvación y juicio, de esos oráculos de esperanza y condenación, de esas palabras de restauración y reproche. La autoridad del mensaje, en efecto, no se fundamenta en alguna virtud humana del profeta, sino en la naturaleza santa y la esencia justa de Dios.
Esas palabras proféticas se fundamentan en una muy firme y estable teología de pertinencia. El Dios justo y santo responde con vehemencia y firmeza a los pecados de la humanidad, particularmente a las faltas del pueblo escogido que, por haber recibido la especial revelación divina en el Sinaí, debe actuar de manera diferente al resto de las naciones paganas. Esa es la razón básica para el enjuiciamiento profético del pueblo y sus gobernantes: el Señor rechaza de manera absoluta y decidida la mentira, el orgullo, la prepotencia, la arrogancia, la idolatría y la injusticia, y sus respectivas manifestaciones y consecuencias.
Esa misma teología contextual de pertinencia y pertenencia, de acuerdo con los profetas de Israel, destaca, afirma y revela que el Señor también está muy interesado en manifestar todo su poder liberador, salvador y redentor no solo al pueblo de Israel, a quien llevó del cautiverio en Egipto a las tierras de libertad en Canaán, sino al resto de la humanidad. Esa manifestación extraordinaria de misericordia divina tiene como objetivo último llegar a todas las naciones del mundo para que conozcan y reconozcan, con seguridad y esperanza, que el Señor es el único Dios (Is 1.3; Ez 36.23, 36; 37.28; 39.7-8).
Medios de comunicación profética
Un análisis sosegado de los mensajes que se incluyen en la literatura profética pone de relieve varios medios de comunicación por los cuales se revelaba la voluntad divina al pueblo. Y esos medios son la palabra hablada, la escrita y las acciones simbólicas. Por estos medios los profetas transmitían las revelaciones de Dios al pueblo y sus líderes.
De fundamental importancia en ese proceso de comunicación son las visiones, las palabras y los trances:
1. Las visiones. Uno de los medios más comunes que utilizaban los profetas para transmitir sus mensajes al pueblo eran las visiones. Su importancia escritural se pone claramente en evidencia al analizar varios pasajes bíblicos. En primer lugar, al introducir al famoso Samuel en la historia bíblica —líder que ungió a los dos primeros reyes de Israel—, se indica que en aquella época «no eran frecuentes las visiones», que era una manera de afirmar la importancia y necesidad religiosa y espiritual de este personaje.
Además, la importancia de las visiones supera los linderos históricos. Según el profeta Joel, en los postreros días —es decir, en la época escatológica—, Dios mismo intervendrá en la historia y los jóvenes tendrán visiones (Jl 3.1). De esa forma se afirma la importancia de este medio de comunicación profética desde el comienzo mismo de su irrupción en la historia nacional hasta el final de la historia.
Este reconocimiento e importancia de las visiones como medios de comunicación profética no impide que sus propios representantes manifiesten serias reservas ante su uso y abuso por los llamados «falsos profetas» (p. ej., Ez 13). Aunque las visiones son vehículos adecuados de la revelación divina, los profetas mismos rechazan el uso inadecuado e impropio de esos medios de comunicación.
El análisis profundo de las visiones de los profetas revela algunas peculiaridades que no deben ignorarse ni subestimarse. Desde la perspectiva de los protagonistas o videntes, las visiones pueden tener las siguientes características:
–De personajes celestiales (1 R 22.19-23; 2 R 6.17) o terrenales (2 R 8.10, 13).
–El escenario de la revelación puede ser la corte celestial (Is 6; 1 R 22), los cielos o el cosmos (Am 7.3-4), una ciudad (p.ej., Nínive, Nah 2-3), un campo de batalla o cementerio (Ez 37) o la Nueva Jerusalén (Ez 40-48).
–Además, hay visiones donde predominan los elementos auditivos (Gn 15.1; 1 S 3), no solo los componentes visuales.
Desde el punto de vista del tiempo de la revelación, la visión puede referirse:
–Al futuro inmediato (2 R 8.10, 13; Jer 38.21-23).
–Al futuro próximo (p. ej., los mensajes que aluden a la restauración del reino o de la ciudad de Jerusalén, o sencillamente a un futuro indeterminado, lejano y hasta ideal, Is 2.1-4).
Y desde la óptica del contenido del mensaje, las visiones pueden ser:
–De juicio o condena (Ez 8-11).
–De restauración y salvación (Ez 37).
2. Las palabras. La palabra es el medio fundamental de comunicación profética. Inclusive, a los profetas se les conoce como «hombres (y también mujeres) de la palabra». La expresión hebrea dabar elohim aparece como 241 veces en el Antiguo Testamento y, de todas esas ocasiones, en 225 se refiere a la palabra recibida o anunciada por alguno de los profetas bíblicos.
De singular importancia es notar que las Escrituras subrayan que los profetas comunican su mensaje en el nombre del Señor, pero en ocasiones, cuando hablan por cuenta propia, cuando no incluyen alguna de las fórmulas proféticas (p. ej., «oráculo del Señor» o «Así dice el Señor»), se generan dificultades o malentendidos (1 S 22.5; 1 R 1 y 17.1).
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