Samuel Pagán - Libros proféticos del Antiguo Testamento
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En este libro se interpretan de forma eficaz sus enseñanzas y virtudes, su contenido teológico y su mensaje tanto en épocas posteriores como de nuestra sociedad contemporánea, donde el mismo mensaje de misericordia divina se sigue manifestando ayer y hoy .
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Referente a las personas que llevaban a efecto las labores proféticas en la Biblia, es menester afirmar que también las mujeres son identificadas como parte de ese importante movimiento social, religioso y espiritual. Varias mujeres en las Escrituras son específicamente llamadas «profetisas», entre las que se pueden identificar a María, quien le salvó la vida a su hermano Moisés (Ex 3; 15), Débora, que también era juez en Israel (Jue 4-5), Hulda (2 R 22.14; 2 Cr 34.22), y la esposa de Isaías (Is 7.3-9). Esas mujeres contribuyeron de forma destacada al desarrollo del movimiento profético en Israel, y posiblemente por razones culturales y de prejuicios de género, que intentaban destacar la labor de los hombres en prejuicio de las contribuciones femeninas, las referencias a las profetisas no son muchas ni se presentan con muchos detalles.
Estos hombres y mujeres se convertían en voceros divinos que transmitían, tanto a la comunidad en general como a sus líderes en particular, la revelación que habían recibido del Señor. No eran adivinos profesionales ni futurólogos entrenados, sencillamente eran personas del pueblo que entendían que debían proclamar y transmitir, con responsabilidad, seguridad, firmeza y autoridad, el mensaje de Dios en un momento histórico concreto, definido y específico. Y cuando sus palabras proféticas tenían implicaciones futuras, siempre las relacionaban con eventos, dinámicas, experiencias y realidades de la sociedad en que vivían.
Los profetas y sus hazañas no solo se incluyen en los grandes libros que llevan sus nombres, sino que se encuentran también en la literatura histórica y narrativa de la Biblia. Por esta singular razón es que los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes se consideran «proféticos» en la Biblia hebrea, pues entre sus relatos se incluyen algunos episodios, de gran significado teológico e histórico, de las labores que los profetas no literarios (es decir, los que no escribieron sus mensajes, o que sus palabras no se registran en algún libro que los identifique) llevaban a efecto. Esas narraciones proféticas tienen gran importancia teológica y espiritual no solo para la comprensión del mensaje de la Biblia, sino para la evaluación adecuada de la fenomenología de la religión en general, y para el estudio del judaísmo y el cristianismo en particular.
Ese es el caso concreto, por ejemplo, de Samuel (1 S 7.2-17), Natán (2 S 7.1-29), Elías (1 R 17.1-19.21), Eliseo (2 R 2.1-8.15), Gad (2 S 24.11-14,18-19), Ahías (1 R 14.2-18), Débora (Jue 4.1-5.31), María (Ex 15.20-21) y Micaías (1 R 22.14-20). Estos profetas comunicaron con valentía y seguridad la palabra de Dios al pueblo en diversos momentos de desafíos nacionales, aunque sus mensajes no se conservan en libros relacionados con sus nombres.
Desde la perspectiva canónica, el comienzo de la institución de la profecía se relaciona directamente con la revelación divina en el monte Sinaí (Ex 20.18-19). En esa importante narración se indica que el pueblo estaba atemorizado con las manifestaciones físicas que acompañaban la presencia de Dios en el monte. Y ante esos temores, los israelitas le pidieron a Moisés que les hablara él, pues creían que si Dios se revelaba a ellos directamente morirían. Esas perspectivas teológicas se expanden y aclaran en el código del Deuteronomio, donde Dios mismo promete que le hablará al pueblo a través de profetas (Dt 18.15-20).
La preocupación divina, de acuerdo con estos relatos bíblicos, se relaciona fundamentalmente con el peligro que tenía el pueblo de imitar las costumbres de las comunidades paganas de la región. El rechazo divino se relacionaba particularmente con las prácticas abominables de la magia, la adivinación y la nigromancia. La profecía, según estas narraciones antiguas, se asocia con el rechazo directo a una serie de prácticas cúlticas que, según los textos del Pentateuco, no representan ni afirman la voluntad divina para la comunidad hebrea primitiva.
Antecedentes de la profecía bíblica
La preocupación por conocer el futuro y procurar el bienestar ha estado en la mente de las personas desde que tenemos conciencia de la historia de la humanidad. Ya sea por inseguridades personales, preocupaciones reales o curiosidades individuales, a la gente le ha interesado conocer los misterios del porvenir, quizá para evitar calamidades o para preparase bien y disfrutar el mañana. Por esa razón han recurrido a diversas prácticas, como, por ejemplo, la adivinación, la magia y la profecía, pues deseaban escuchar de las divinidades y sus representantes lo que les deparaba el futuro.
Los procesos de adivinación pueden clasificarse en dos tipos: inductivo e intuitivo. El primero recurre a la observación del movimiento de las estrellas, a la evaluación del comportamiento de los animales, al sacrificio de animales y al análisis de partes de sus cuerpos (p. ej., entrañas), o también a la observación del movimiento de algunos líquidos, generalmente el agua. También se han usado instrumentos en el proceso adivinatorio, como copas, bastones o varas, además de dados, piedras o trozos de madera.
Los actos intuitivos de adivinación, por su parte, se relacionan con la interpretación de sueños, la consulta a personas muertas y la comunicación de la voluntad de los dioses a través de oráculos. Y es esta última modalidad, la comunicación de oráculos o mensajes divinos, la que más nos interesa para el análisis de los profetas bíblicos. La Biblia rechaza de forma abierta y continua el consultar con personas muertas para descubrir la voluntad divina.
Esas experiencias de adivinación, o de presentación de oráculos, se pueden encontrar en diversas regiones de Mesopotamia. Y se utilizaban en la selección de jefes o monarcas, en momentos de crisis para comenzar o evitar alguna guerra, para evaluar la salud o enfermedad de alguna persona distinguida, o para advertir alguna desgracia nacional. La adivinación respondía directamente a necesidades personales o preocupaciones nacionales.
Los pueblos antiguos que circundaban el Israel bíblico compartían la idea de que las divinidades podían y deseaban comunicarse con las personas y las naciones. Y era también común la convicción de que esa comunicación debía establecerse a través de personas especializadas en asuntos pertinentes a la revelación divina. En efecto, para transmitir la voluntad divina a las personas y la sociedad, en el mundo antiguo que presuponen las narraciones bíblicas se necesitaban personajes singulares que tenían la capacidad de relacionar el mundo de lo divino con las esferas humanas. Se trata de unos mediadores, personas que podían recibir esas revelaciones y mensajes y transmitirlos a sus semejantes. En esas dinámicas de revelación había algunos mediadores aceptados, y también otros descalificados. Unos mediadores eran reconocidos como verdaderos y otros identificados como falsos. En la Biblia se rechaza vehementemente la adivinación y la magia como medios adecuados para consultar o conocer la voluntad de Dios.
En el Israel bíblico también se manifiestan los deseos de conocer los misterios del futuro y de influenciar positivamente el desarrollo de los acontecimientos. Y se identifican una serie de mediadores que se encargan de relacionar el mundo de lo divino con las esferas humanas. Y estos mediadores se denominan de diversas formas a través de la historia del pueblo: el ángel del Señor o de Dios (Gn 16.7-12), sacerdote (Jue 1.2-3), vidente (1 S 9.9, 11, 18, 19), visionario (2 S 24.11), hombre de Dios (1 S 2.27) y profeta, que es el término clásico y más usado para referirse a la persona que transmite la voluntad divina al pueblo (Jue 4.4; Os 12.14).
La literatura y el mensaje de los profetas
Los libros de los profetas contribuyen de forma destacada a la valoración espiritual, ética y moral, tanto positiva como liberadora, de las Sagradas Escrituras. Esta magnífica obra, como los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel y los doce, son documentos de mucha importancia teológica y gran belleza literaria. En los mensajes que incluyen estos libro se manifiestan no solo virtudes teológicas, religiosas y espirituales, sino que se ponen en clara evidencia las grandes capacidades literarias y de comunicación de esos personajes, a la vez que se descubre el conocimiento amplio que los autores tenían de las dinámicas políticas, históricas, sociales y económicas en el entorno nacional e internacional que servía de marco a sus oráculos.
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