En medio de esos buenos hermanos y hermanas en la fe ensayé los primeros mensajes que cincelaron permanentemente mi teología. Y en esos contextos eclesiásticos recibí las respuestas iniciales a mis reflexiones teológicas, que ciertamente eran jóvenes e incipientes. Gracias… Muchas gracias… Muchas veces…
Además, le agradezco a Alfonso Triviño, de Editorial CLIE, la invitación a escribir este libro. Hemos comenzado una buena relación literaria y editorial, que esperamos supere los linderos del tiempo. CLIE ha entendido la importancia de publicar libros que desafíen la inteligencia y que también afirmen la fe. Gracias…
Y a Nohemí, que siempre escucha mis conferencias y mensajes, lee pacientemente mis escritos y libros y evalúa con criticidad y amor mis enseñanzas, reflexiones y teologías… A ella va mi más honda expresión de gratitud. Gracias…
Culmino este prefacio aludiendo a las magníficas palabras del poeta y profeta bíblico, que afirma con claridad y seguridad la capacidad divina de comunicación:
Lo que pasó, ya antes lo dije, y de mi boca salió; lo publiqué, lo hice pronto, y fue realidad.
Dr. Samuel Pagán
Orlando, Florida
Jerusalén, Tierra Santa
1
Los profetas en la Biblia hebrea
La palabra del Señor vino a mí:
«Antes de formarte en el vientre,
ya te había elegido;
antes de que nacieras,
ya te había apartado;
te había nombrado profeta para las naciones».
JEREMÍAS 1.4-5 (NVI)
Los libros proféticos
La Biblia hebrea se divide en tres secciones mayores y básicas: la ley (Torá), los profetas (Nebi’im) y los escritos (Ketubim). La segunda, que es la mayor, conocida como «los profetas», a su vez se divide en dos partes: «profetas anteriores» y «profetas posteriores». En el primer grupo se incluyen las obras de Josué, Jueces, Samuel y Reyes; en el segundo, los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel (siguiendo el canon cristiano) y los doce. Cada sección de los profetas en el canon hebreo consta de cuatro rollos, pues los judíos contaban los dos libros de Samuel y Reyes como uno, así también como el de los doce, que también es conocido como los «profetas menores» en las ediciones cristianas de las Escrituras.
Los llamados «profetas posteriores» en las publicaciones hebreas, o «profetas mayores y menores» en las ediciones cristianas, incluyen una serie de mensajes y oráculos que transmiten la voluntad de Dios al pueblo de Israel en diversos períodos de la historia nacional. Específicamente, anuncian esa necesaria palabra divina de esperanza y vida al pueblo y sus líderes, desde los tiempos posteriores al establecimiento de la monarquía (después del siglo x a. C.), hasta la importante época postexílica (después del siglo v a. C.), en la cual el pueblo regresó del exilio en Babilonia o se quedó viviendo en la llamada diáspora judía en diversas naciones del Oriente Medio.
Ese extraordinario grupo de autores, profetas, poetas, educadores, predicadores, visionarios y activistas le dieron al pueblo una perspectiva de la historia que incorporaba los temas de la integridad y la esperanza como valores espirituales, éticos y morales impostergables. Esos líderes le brindaron a la sociedad y la historia una perspectiva de la vida que incorpora los valores que representan la voluntad de Dios en medio de las vivencias cotidianas del pueblo.
La importancia del profetismo en la Biblia se pone claramente de manifiesto al identificar y estudiar la gran afirmación teológica y social que describe la religión del pueblo de Israel como «profética». El sentido primario de esa declaración es que los profetas, en el desempeño de sus ministerios, intentan comunicar el mensaje divino al pueblo en categorías pedagógicas, morales, éticas, religiosas y espirituales que la comunidad pudiera entender, afirmar, asimilar, vivir, disfrutar, compartir y aplicar. Eran un grupo aguerrido y valiente de educadores y visionarios, que traducían las revelaciones de Dios en mensajes entendibles y palabras desafiantes, tanto al pueblo como a sus líderes. Esos mensajes proféticos tenían implicaciones personales, nacionales e internacionales.
El estudio sobrio de esta singular literatura revela que los profetas no se veían a sí mismos, ni mucho menos se presentaban, como fundadores de una nueva religión o promotores de algún tipo novel de experiencia mística: eran agentes de renovación y cambio, fundamentados en la experiencia cúltica del pueblo, para identificar, afirmar e incentivar las implicaciones, aplicaciones y actualizaciones de los valores éticos y morales de la revelación divina en la vida del pueblo, la nación y sus líderes. Y con esa finalidad transformadora fueron creando con el paso del tiempo un gran cuerpo de ideas, conceptos, valores, teologías y enseñanzas religiosas, en continuidad con las tradiciones ancestrales, que pusieron en evidencia lo mejor de la religión bíblica.
Entre esas enseñanzas y teologías de los profetas bíblicos se deben destacar dos valores como prioritarios: las continuas exhortaciones al pueblo a ser fieles a las revelaciones divinas y el anuncio de un nuevo orden de cosas, que permitirá la implantación plena de la justicia, la paz y la voluntad divina en medio de la historia humana.
La palabra castellana «profeta» traduce el vocablo griego profetes, que, desde la perspectiva lingüística, transmite la idea de «anunciar», «decir» o «presentar» algún mensaje. En el idioma griego, en efecto, la preposición pro, significa «estar delante de» o «estar en presencia de»; y el verbo femi describe el acto de «decir», «anunciar» o «comunicar». De esta forma, profetes —«hablar en vez de», «ser portavoz de» o «hablar ante alguien»—, es la palabra griega que utilizó la traducción de la Biblia hebrea al griego, la Septuaginta (LXX), para verter la voz hebrea nabí, que como significado primario y fundamental pone en evidencia la acción de «comunicar» algún mensaje, que en el entorno específicamente religioso y bíblico proviene de parte de Dios. El profeta bíblico, o nabí, era una persona llamada por el Señor para transmitir su mensaje.
En la Biblia hebrea se incluyen diversas palabras y expresiones que describen la actividad profética de estos personajes importantes en las Escrituras. Expresaban la voluntad divina en términos de la salvación y liberación del pueblo, o en relación con los juicios y los reproches del Señor. Y entre esos vocablos se incluyen los siguientes: nabí (profeta, que es el más frecuente, con 315 veces), hozeh (visionario, que aparece en 17 lugares) y roeh (vidente, que se incluye en 9 ocasiones).
La expresión ish elohim («hombre de Dios», que es la frase más frecuente que describe a algún profeta), se aplica a Moisés (Jos 14.6), Samuel (1 S 9.6), Elías (1 R 17.18, 24) y Eliseo (2 R 4.7, 9, 16, 21, 25, 27, 40). Otras frases que describen a estos personajes y sus actividades son las siguientes: «mensajero del Señor» (Is 44.26; Hag 1.13), «siervo del Señor» (2 R 9.7; Am 3.7; Zac 1.6), «hombre del Espíritu» (Os 9.7), y «vigía», «atalaya» o «centinela» (Is 52.8; Jer 6.17; Ez 3.17; 33.2, 6; Os 9.8). La importancia teológica de estas expresiones es que describen la comprensión que tenía la comunidad bíblica antigua de sus actividades, palabras, teologías y ministerios.
Aunque generalmente en entornos seculares la idea que se transmite con la palabra «profeta» es la de predicción, augurio o adivinación de algún evento futuro, en la Biblia la expresión tiene un significado más concreto y definido: alude específica y claramente a alguien que habla en el nombre del Señor. Tanto en las narraciones que se incluyen en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, los profetas eran personajes singulares que fueron escogidos, separados y llamados por Dios para llevar a cabo una encomienda específica, y también para presentar un mensaje determinado en un instante singular de la historia. Sus palabras estaban dirigidas principalmente al presente del pueblo, pero la obediencia o rechazo a ese mensaje, en efecto, tenía implicaciones para el porvenir.
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