Si bien mi corte narrativo está circunscripto al universo de la migración, la experiencia que los acompañará en las próximas páginas busca atrapar la curiosidad de todos los lectores, sumergiéndonos en la evolución y los cambios que se ponen en juego en todas las etapas de la vida.
Por eso, espero poder abrir las puertas al conocimiento de distintas realidades, pero, por sobre todas las cosas, que mis lectores logren empatizar con la vivencia de sentir que la identidad es interpelada a cada momento por una situación nueva y diferente.
Si estas historias los emocionan, despiertan compasión o hacen reflexionar, mi tarea se habrá cumplido.
La inmigración en EE. UU. tiene una enorme influencia sobre la demografía y cultura del país. Desde su fundación, millones de migrantes se han trasladado por causas religiosas, políticas, o económicas.
El pico de inmigración se produjo en el período comprendido entre 1892 y 1924. Hoy, EE. UU. tiene más inmigrantes legales que cualquier otro país del mundo.
Después de la liberalización de la política de migración, en 1965, el número de inmigrantes de primera generación que residen en este país ha crecido cuatro veces: de 9.6 millones en 1970, a, aproximadamente, 38 millones en 2007.
Por su parte, el censo realizado en 2018 en EE. UU. arrojó que en ese momento ya residían unos 44.7 millones de inmigrantes. Según datos publicados por la Organización de las Naciones Unidas, al momento de la publicación de este libro, ya había más de cincuenta millones de inmigrantes, lo que supone más de un 15 % de la población.
Si bien hacia el final del siglo XIX un 85 % de los inmigrantes provenían de Europa, hacia 1990 esa proporción se redujo hasta un 22 %, y, al mismo tiempo, la parte de los inmigrantes de Asia y América Latina creció de 2.5 % a 68 %. Durante esa década, la inmigración ilegal comenzó a superar a la llegada legal de migrantes, y es esta una situación que se mantiene hasta hoy.
Las mayores causas de la inmigración ilegal son la pobreza y la falta de recursos, sumadas a la violencia causada por la inseguridad social en las que suelen estar inmersas sus naciones de origen.
Aproximadamente la mitad de los inmigrantes que residen en EE. UU. son personas naturales de México y otros países de América Latina, predominando considerablemente los adolescentes y jóvenes de entre 15 y 34 años.
El flujo migratorio de los países de Centroamérica hacia los EE. UU. es muy significativo. Por ejemplo, el stock de migrantes representa el 23 % de la población de El Salvador, el 8 % de la población de Honduras y el 6 % de la de Guatemala. Cada año, más de 300 000 ciudadanos de estos países comienzan su viaje hacia el norte, compartiendo siempre objetivos similares, pero con distintos niveles de éxito.
El Gobierno de EE. UU. reconoce desde hace años que la situación en la frontera con México se ha convertido en un “gran problema”. Y crece a un ritmo mucho más rápido cuando se acerca el período en que tradicionalmente se produce el mayor número de entradas, a finales de la primavera.
En ese marco, subyace otra problemática que tiene que ver con la inmensa cantidad de niños y adolescentes migrantes que cruzan la frontera cada día. Allí, son retenidos por el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) para “procesarlos” por un máximo de 72 horas.
Luego, los niños son entregados al Departamento de Salud y Servicios Humanos “para atender sus necesidades”, que incluyen la investigación de las familias que los albergarán, mientras sus casos son adjudicados a un tribunal de inmigración.
A nivel estatal, el gobierno de Joe Biden comenzó a implementar diversas medidas para reformar el sistema legal de inmigración del país.
En ese sentido, se propuso un importante proyecto de ley de inmigración que ofrecería un camino de 8 años hacia la ciudadanía a los aproximadamente 11 millones de indocumentados que están en el país.
Pero el árbol no puede tapar el bosque. Dichas intenciones no lo son todo en el universo migratorio. Si bien la burocracia estatal y los frenos administrativos constituyen uno de los principales escollos para los inmigrantes, hay todo un marco adicional de situaciones hostiles que los condenan a vivir como prisioneros espirituales de sus propias vidas. Pasado, presente y futuro parecen, muchas veces, guionados por el mismo autor.
Ayudarlos psicológicamente para poder romper esas cadenas es una de las tareas más arduas porque, independientemente de las leyes y de las acciones de gobierno, hay un escenario social interno y externo a sus emociones que los convierten en nómades espirituales.
Llegar es solo el comienzo de una larga travesía. Derechos vulnerados, discriminación, violencia racial, dificultades idiomáticas, estigmatización social, conflictos escolares, precarización laboral, drogas y depresión son solo algunos de los daños naturales que sufren la mayoría de los inmigrantes. Cientos de historias que nutren mi porfolio profesional dan cuenta de ello.
Capítulo I
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