•Ansiedad. “La amenaza latente de sufrir represalias si emitimos una opinión o una idea que ponga en cuestión nuestros compañeros de bunker nos mantiene en un estado constante de ansiedad” (Brené Brown, 2017)
•Ira y enojo contenidas por no poder expresar y decir lo que siento.
“La enfermedad de complacer a los demás es un conjunto de pensamientos y creencias incorrectas – en relación consigo mismo y con los demás – que alimentan una conducta compulsiva que, a su vez, está motivada por la necesidad de evitar sentimientos negativos prohibidos”. (Harriet B. Braiker, 2012).
Cuerpo:
•Me muestro sonriente, divertida, gesticulo, muevo mucho los brazos.
•Tono de voz fuerte
•Hay mucha tensión en mi mandibula. De sonreír o contenter ciertas emociones que no aplican al querer mostrarme como complaciente. Bruxo de noche
•Mirada pendiente en la mirada del resto
•Dificultad para llorar
•Control para no manifestar la ira, enojo. Cuando sale, lo hace de una manera desenfrenada.
“No estamos dejándonos ser, no dejamos que el flujo de la excitación recorra totalmente nuestro cuerpo y se exprese; contenemos nuestra ira, nuestro temor; contenemos nuestro llanto y nuestros gritos. Contenemos nuestro amor y hacemos todo esto porque tenemos miedo de soltar, miedo de ser, miedo de vivir”. (Alexander Lowen, 1980)
•Migrañas recurrentes. La Dra Harriet Braiker aduce:
“Los sentimientos negativos, reprimidos, pueden emerger en forma de migrañas o jaquecas, dolor de espalda, dolor de estómago, alta tensión o una amplia variedad de sintomas relacionados con el estrés. Y debajo de la superficie el resentimiento y la frustración burbujean y se agitan, amenazando con provocar una erupción de franca hostilidad e ira descontrolada”. (Harriet B. Braiker, 2012).
•Desórdenes de alimentación, bajas y subidas de peso abruptas. Compulsión por la comida.
3.RESULTADOS
“Al evaluar un resultado insatisfactorio, podemos modificar nuestras acciones, pero es importante entender qué fue lo que pasó: ¿Qué nos hace actuar así? ¿De dónde proviene nuestra forma de actuar? ¿Qué podemos hacer para que las cosas se produzcan en forma diferente y con ello esperar resultados más satisfactorios?” (Rafael Echeverría, 2017).
1.Malestar, disconformidad e incomodidad en mi ser como persona.
2.Miedo, vivir en estado de alerta.
3.Identidad pública e identidad privada cada vez más distanciadas y la brecha haciéndose mayor.
4.Me siento poco auténtica, poco genuina.
5.No atreverme a decir lo que pienso me lleva a frustrarme y a enojarme. A hacer cosas que no quiero hacer por callar.
6.Dolor, tristeza y sufrimiento por lo que está aconteciendo en mi mente e imaginación.
7.Conexión poco real con los demás. Yo no me muestro tal cual soy. No digo lo que pienso ni hago lo que siento. Me reprimo o exagero emociones.
8.Falta de integridad en mi. Inautenticidad.
4.SISTEMA
“Nos es imposible separar nuestro carácter individual de nuestro carácter social dado que cada uno desarrolla su individualidad a partir de condiciones históricas y sociales que le tocó vivir”.
“Cada ser humano tiene su propia manera de actuar y generar resultados, los cuales son distintos al los que podría generar otro individuo. La manera como observamos, la forma como actuamos y, en consecuencia, los resultados que obtenemos en la vida, remiten tanto a los sistemas en los que hemos participado como a las posiciones que hemos ocupado en cada uno de ellos”. (Rafael Echeverria, 2017)
Al referirme al sistema, reflexiono cuáles fueron los entornos en donde crecí y me desarrollé, siendo el primero, mi familia. Pienso en mi madre, viendo en ella los primeros comportamientos de este estilo. Se crio siendo hija única, y su mamá falleció a los ocho meses de mi nacimiento. No le conocí amigas de la infancia, ni amigas que no fueran esposas de los amigos de mi padre. Tiene primos y tíos, pero la relación con ellos no es muy buena. La veo relacionarse, y veo en ella ciertos comportamientos que me generan rechazo: poca profundidad en sus conversaciones, cierta falsedad cuando saluda, cierta “pose” cuando habla. Todo muy falso y sobreactuado. Sus relaciones de amistad están condicionadas por las relaciones que tiene con los matrimonios de amigos de mi padre, pero allí tampoco se la ve íntegra, sino actuando. Me genera mucha bronca verla así, porque si tan sólo se mostrara como es, sus relaciones serían más profundas y duraderas. De todos modos, entiendo que ella no está interesada en generar lazos, así lo expresa.
Por otro lado, mi padre mostró tener amigos y lazos afectivos y familiares. Él es generador de los grupos de pertenencia de nuestra familia: el club, amigos, sus hermanos con primos y tíos. Es reconocido y querido en sus grupos. Sin embargo, él sintió siempre que debía presentarse ante sus grupos con una imagen joven y de belleza, y le exigía eso a mi madre también. Años después, comenzó a exigírselo a mi hermano, debido a que él comenzó a excederse de peso. La presión en ningún momento cayó directamente sobre mí, porque para ese entonces el metabolismo me acompañaba en mi imagen, y parecía que podía sumarme al “clan” de los impolutos. La condición era mostrarse radiantes, divertidos, impecables y perfectos.
Pero hay algo de ambos que siempre me llamó la atención: jamás los vi notarse mostrarse vulnerables ante el resto. Sus peleas eran siempre puertas adentro de mi hogar, se mostraban estéticamente siempre impecables ante los demás. El no ver unos padres auténticos mostrarse tal cual son, creó en mí el valor por buscar esa perfección inalcanzable, dejando de lado mi autenticidad y singularidad.
Me resuenan las palabras de Alexander Lowen:
“Los papeles y juegos se desarrollan a menudo más sutilmente, como respuesta a las mudas exigencias y presiones de los padres. Las mascaras, fachadas y roles se estructuran en el cuerpo, porque el niño cree que esta actitud lo hará merecedor del amor y la aprobación parentales. Nuestros cuerpos son moldeados por las fuerzas sociales de la familia, que forman nuestro carácter y determinan nuestro sino… consciente en tratar de agradar para lograr amor y aprobación”. (Alexander Lowen, 1980).
El segundo sistema, que en el que crecí, fue el colegio. Desde mis cinco años que asistí a un colegio escocés cerrado, a donde íbamos sólo mujeres. Era un colegio relativamente pequeño, en donde egresaban veinte alumnas promedio, por camada. En mi caso, terminamos el secundario siendo un grupo de catorce chicas, y habíamos comenzado el secundario siendo veintiuno. ¿Qué sucedió? Quienes no se adaptaban al grupo, eran expulsadas socialmente, es decir, aquellas que no encajaban, o se mostraban diferentes, no tenían otra opción que hacer un cambio escolar. No existía el lugar para la discrepancia, para la diferencia, ni con los profesores, ni con las propias alumnas de cada clase. Si eras diferente, si no te clonabas con el resto, la invitación a irte era muy tentadora. Para mí, cambiarme de colegio nunca fue una opción, por lo que siempre busqué formar parte del grupo y amalgamarme con quienes hoy son mis amigas.
Mi ser al encuentro de su sombra
No puedo evitar escribir y percibir el miedo que sentí todos estos años. Un profundo temor a sentirme sola. ¿De dónde proviene? ¿Qué hay más allá? ¿Cuáles serían las raíces de este desgarro que me acompañó gran parte de mi vida?. “El dolor permaneció en su cuerpo, intensificando sus esfuerzos para sobreponerse a su condición. Como resultado, no podía ser ella misma y, carente de un ser verdadero, auténtico, siguió sintiéndose sin amor”. (Alexander Lowen, 1980).
La soledad no elegida que aparece cuando me siento fuera, rechazada, no querida, abandonada. El miedo se siente, vibra en el pecho, pero, sobre todo, retuerce las tripas y el útero. Es un miedo muy lejano que debe haber convivido conmigo desde siempre. “El miedo arranca a la “existencia” – que es como Heidegger designa ontológicamente al hombre – de la “cotidianeidad” familiar y habitual, de la conformidad social. Con el miedo, la existencia se confronta con lo siniestro y desapacible.” (Byung-Chul Han, 2017).
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