Señor, te agradezco porque tu poder para redimir se extiende a todos y cada uno de mis errores. Hoy no escondo mis fracasos, sino que te los entrego. ¡Transfórmalos para tu gloria!
17 de marzo
Recuperar el bronce
“Así que Eleazar, el sacerdote, recuperó los doscientos cincuenta incensarios de bronce usados por los hombres que murieron en el fuego y del bronce se elaboró una lámina a martillo para recubrir el altar” (Núm. 16:39, NTV).
En el capítulo 16 del libro de Números encontramos una de las historias más aterradoras de la Biblia. Durante la rebelión de Coré, 250 príncipes y líderes de la congregación se acercaron al atrio del Tabernáculo y quemaron incienso (algo que solo los sacerdotes podían hacer). Por su osadía, fuego salió delante de Jehová y los consumió. Entonces, Dios instruyó a Moisés: “Dile a Eleazar, hijo del sacerdote Aarón, que saque todos los incensarios del fuego, porque son santos” (Núm. 16:37, NTV). ¿Puedes imaginarte esa escena? Eleazar debía caminar entre los cadáveres, recogiendo los 250 incensarios. Luego, debía martillar el metal para crear una lámina, y con ella recubrir el altar. ¿Por qué le pediría Dios que hiciera algo tan extraño?
Muchas veces intentamos mantener nuestro pasado bajo llave. No creemos que valga la pena analizar los capítulos más difíciles y traumáticos. Sin embargo, parafraseando a Richard Rohr, el dolor que no se transforma, se transmite. Para crecer, debemos rescatar el bronce de entre los cadáveres y martillarlo para crear algo diferente. Como escribe el psicólogo y teólogo estadounidense Dan Allender, en The Wounded Heart [El corazón herido]: “Enfrentarnos al pasado nos permite ver el presente con mayor claridad”. Cuando no lo hacemos, “el pasado se aferra al presente como […] un ancla invisible que demora el progreso de la embarcación”. En el proceso de recuperar y martillar el bronce, entresacando lo bueno de lo malo, Dios le dio al pueblo de Israel la oportunidad de transformar la historia y redimir el dolor.
Teniendo en cuenta cómo estos 250 hombres habían deshonrado los incensarios, Dios podría haber instruido que la lámina de bronce tuviera un uso secular. Sin embargo, Dios dijo que debía utilizarse para cubrir el altar, como un recordatorio. ¡Esta parte de la historia me parece tan significativa y conmovedora! Luego de la ardua tarea de martillar el bronce a mano, la lámina se usa en el servicio sagrado del Tabernáculo. El pasado, procesado, no es basura: es sagrado. ¡Dios puede usarlo para su honra!
Señor, gracias porque tú puedes redimir mi historia. Tú puedes liberarme del dolor y del trauma del pasado y transformarlo en algo útil y santo.
18 de marzo
Cicatrices de oro
“Dios escogió lo despreciado por el mundo —lo que se considera como nada— y lo usó para convertir en nada lo que el mundo considera importante. Como resultado, nadie puede jamás jactarse en presencia de Dios” (1 Cor. 1:28, 29, NTV).
El Kintsugi es un arte milenario japonés que se usa para reparar jarros o platos de cerámica rotos, en lugar de tirarlos a la basura. Lo extraordinario de esta técnica es que, en lugar de usar un pegamento invisible, los japoneses utilizan un barniz de resina mezclado con polvo de oro, resaltando así las imperfecciones. La idea es que las “cicatrices”, las vetas de oro de un objeto reparado, lo hacen más hermoso porque cuentan una historia de redención. A través de esta técnica, lo que hubiera sido basura se transforma en tesoro valioso.
Dios es un maestro artesano que utiliza nuestros peores errores para narrar una poderosa historia de redención. Sin embargo, a veces nos avergüenzan las cicatrices; queremos editar el pasado y pretender que nunca nos quebramos. Pensamos que tendremos mayor influencia y prestigio si aparentamos ser perfectas. ¡No podríamos estar más equivocadas! El autor cristiano Craig Groeschel, en Soul Detox [Desintoxicación del alma], lo explica de esta manera: “Podemos impresionar a los demás con nuestras fortalezas, pero nos conectamos con los demás a través de nuestras debilidades”. Las cicatrices de oro que llevamos en el corazón dan gloria a Dios, quien nos sanó. También nos dan una oportunidad única para acercarnos a las personas que tienen, o han tenido, heridas similares. ¡Son un símbolo de esperanza!
Los agujeros y las rajaduras permiten que pase la luz. “Cuando las cosas se desmoronan, los pedazos rotos permiten que muchas cosas entren, y una de ellas es la presencia de Dios”, escribe Shauna Niequist en Bittersweet [Agridulce]. Irónicamente, las imperfecciones y los errores que desesperadamente intentamos ocultar pueden ser herramientas ideales en las manos de Dios. Dejemos que él nos sane y que las cicatrices cuenten la historia de su maravilloso poder.
Señor, te agradezco porque tú puedes transformar mi vergüenza en un símbolo de esperanza. Dame la valentía y la integridad emocional que necesito para ser auténtica, para contar mi verdadera historia para la gloria de tu nombre.
19 de marzo
El regalo de la incertidumbre
“Dios le dijo: ‘Deja tu patria y a tus parientes y entra en la tierra que yo te mostraré’ ” (Hech. 7:3, NTV).
Mi amiga Judy es una escocesa bella y aventurera. Juntas, recorrimos la ciudad de Münich, en Alemania, y la capital de Escocia, Edimburgo. Hace muchos años, para mi cumpleaños, Judy organizó un viaje a París. Ver las luces de la Torre Eiffel encenderse esa noche fue maravilloso; un regalo inigualable.
Si Judy viniera hoy a mi casa y me dijera: “Toma una muda de ropa y sube al auto rápidamente. Vamos de paseo”, lo haría sin dudar. Aunque ella no me dijera adónde vamos, me subiría al auto sin protestar y empezaría a disfrutar de la aventura. Quiero tener una relación así con Jesús. ¿Qué me lo impide? Mi deseo de controlarlo todo.
El control no es más que una ilusión, ¡pero cómo cuesta soltarlo! Es un mecanismo de defensa para tratar con nuestros miedos: miedo al fracaso, al dolor, a la muerte... Controlamos y manipulamos para sentirnos más poderosas (o un poco menos vulnerables). Nos enojamos cuando las cosas no salen a nuestro modo, porque es como si la vida nos gritara en la cara: “¡No tienes todo bajo control!”
Seguir a Jesús implica ceder el control. Pero la incertidumbre no es nuestra archienemiga, sino un regalo. Que Dios nos regale incertidumbre es como recibir un par de medias para Navidad. Todos los niños prefieren juguetes, pero los padres entienden la diferencia entre “querer” y “necesitar”. Si abrazamos la incertidumbre, aumenta nuestra tolerancia al riesgo y nuestra dependencia de Dios.
El desafío es sobrenatural, pero también lo es el poder del Espíritu Santo. Hace poco tomé una decisión que me llenó de miedo con respecto al futuro. Pasé noches durmiendo muy poco. En medio del terremoto emocional, sentí que Dios me llamaba a abrazar la incertidumbre. De a poco, comencé a desprender mis dedos entumecidos al volante y poner mis manos en las de Jesús. Paulatinamente, Dios comenzó a reemplazar mi pánico con un sentimiento de expectativa y aventura.
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