Pedir ayuda es un signo de fortaleza. Cuando Jetro vio que Moisés se pasaba el día entero resolviendo las disputas del pueblo de Israel, le dijo: “No está bien lo que haces […] porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo” (Éxo. 18:17, 18). No es que el trabajo en sí mismo fuera malo o pecaminoso, sino que era demasiado para una sola persona. Moisés necesitaba priorizar y delegar. Jetro sugirió que Moisés pusiera jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez para juzgar los problemas pequeños. Los asuntos graves podían ser traídos a Moisés, quien ahora tendría tiempo para enseñar las leyes y ordenanzas al pueblo.
Moisés aceptó las sugerencias de Jetro con humildad y las puso en práctica. Moisés pudo hacer esto porque su identidad no estaba basada en su trabajo. Muchas veces, como mujeres, nos cuesta delegar porque queremos sentirnos indispensables. Aunque terminemos agotadas, continuamos cargando con una tonelada de actividades para demostrar que somos capaces, irremplazables. “Como a la mayoría de las mujeres, me agrada que me necesiten”, escribe la psicóloga Marcia Eckerd en su artículo “Letting Go of Being Indispensable”. “Siento la necesidad de estar al tanto de todas las cosas… [pero] tuve tiempo para pensar. Me di cuenta de que debía dejar a un lado […] la sensación de que era (o debía ser) indispensable para todo y todos”. Pedir ayuda es un signo de fortaleza: implica que finalmente entendemos y aceptamos nuestros límites.
Delegar implica ceder el control. Muchas veces pensamos: Yo lo hago más rápido y mejor . Sin embargo, esto no es más que una excusa para no invertir tiempo en ayudar a que los demás desarrollen sus habilidades y liderazgo. Dios hace todo más rápido y mejor que cualquier ser humano; sin embargo, él delega. Luego de crear el mundo, les dio a Adán y a Eva la autoridad para gobernarlo (Gén. 1:28). Jesús nos dio la autoridad de hacer discípulos (Mat. 28:19, 20) y de tomar decisiones que afectan a la Tierra y al cielo (16:19). Seamos imitadoras de Dios. Aprendamos a delegar.
Señor, muchas veces hago demasiadas cosas porque quiero sentirme indispensable. Enséñame a delegar criteriosamente, a reconocer y a aceptar mis límites, a pedir ayuda. ¡Solo tú eres irremplazable!
9 de marzo
Un océano de culpa
“Por lo tanto, ya no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús” (Rom. 8:1, NTV).
Mi amiga me llamó preocupada, porque su bebé tenía algunos problemas de salud. Aunque ella estaba haciendo absolutamente todo lo posible por ayudarlo, no podía evitar sentirse culpable. Sentía culpa por necesitar tiempo para ella, culpa por no saber que más hacer, culpa por no tener más experiencia… ¡Mi pobre amiga estaba ahogándose en un océano de culpa falsa! Generalmente, esta culpa no llega en respuesta a un pecado real, sino a una percepción personal. “La causa más común por la que las madres nos sentimos culpables es que creemos que no estamos alcanzando los estándares de la maternidad [ideal]”, escribe Sarah Hardee en el artículo “The Problem with Mommy Guilt”. “Sentimos que hemos fallado como madres cuando no fomentamos diariamente el juego sensorial o no hacemos fiestas de cumpleaños elaboradas cada año; y aunque todo esto es genial, no se basa en las Escrituras. El Señor no dijo en su Palabra que si no hacemos todas estas actividades estamos pecando como madres y traumatizando a nuestros hijos”.
Cuando el dragón del perfeccionismo y de las expectativas irreales intente prendernos fuego con culpa falsa, combatámoslo con la palabra de Dios. En el artículo “Jesus Cancelled Your Mommy Guilt Trip”, Gloria Furman escribe: “Ya sea que mis emociones concuerden o no, el veredicto es este: ya no hay condenación para los que están en Cristo (Rom. 8:1, NTV)”. ¡No hay condenación! Es por esto que no hace falta que intentes calmar tu conciencia hiperactiva inscribiendo a tus niños en cinco talleres extracurriculares más. No hace falta que corras más rápido sin llegar a ningún lado, como en una pequeña rueda de hámster. Tú no eres (y nunca serás) capaz de darle a tu hijo todo lo que necesita. Alza tu mirada y descansa en la provisión de Dios.
“En mi esfuerzo por servir a Dios fielmente como madre”, escribe Gloria, “debo rechazar cualquier idea de que mi trabajo puede completarse con cualquier otra fuerza que no sea la de Dios, y con cualquier otro fin que no sea su gloria”. Permanece en Cristo y descansa en su provisión.
Señor, por favor, ayúdame a ser la mejor madre/tía/abuela que pueda ser. Líbrame de la culpa falsa, de la dependencia de mí misma y del legalismo del perfeccionismo y las expectativas irrealistas. Tú dijiste que no hay condenación para quienes están en Cristo, y yo te creo. ¡Tú nunca mientes! Hoy quiero permanecer en ti y descansar en tu provisión.
10 de marzo
Máscara de oxígeno
“Nadie odia su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida tal como Cristo lo hace por la iglesia” (Efe. 5:29, NTV).
Si has volado en avión sabes que, antes de despegar, las azafatas y los comandantes de a bordo dan una charla de seguridad. En esta charla nos explican cómo ponernos los chalecos salvavidas y cómo usar las máscaras de oxígeno en caso de emergencia. Sin importar con qué aerolínea vueles, siempre te dirán que “debes colocarte la máscara de oxígeno primero, antes de ayudar a otros”. Las madres que vuelan con sus hijos podrían pensar que esto es egoísta, y que es su deber poner la seguridad de sus pequeños primero. Sin embargo, desoír las órdenes de las azafatas podría llevar a la muerte tanto de las madres como de sus hijos. ¿Por qué es tan importante colocarse la máscara de oxígeno primero? En una palabra: hipoxia. La hipoxia es un estado de deficiencia de oxígeno en la sangre, que hace que tu cuerpo se adormezca y tus músculos no respondan. Cuando se despresuriza la cabina, tienes cerca de treinta segundos para colocarte tu máscara antes de perder el conocimiento. ¡Tomar un par de segundos para ponerte tu máscara primero es lo más responsable que puedes hacer por tus hijos! Esto garantiza que tu mente permanecerá alerta, que serás capaz de tomar las decisiones necesarias para que tus hijos sobrevivan.
Cuidarnos a nosotras mismas, como mujeres, nos hace sentir culpables y egoístas. El mensaje cultural es que debemos priorizar las necesidades de los demás… siempre. Pensamos que vivir con continuo dolor de espalda y agotadas es normal, que es una “medalla de honor” que demuestra cuán buenas esposas, madres y amigas somos. Sin embargo, cuando no cuidamos de nosotras mismas, tampoco podemos cuidar bien de los demás.
Sonia Castro es mamá de una nena con discapacidad. En su libro Mamá sustentable , Sonia escribe: “Por muchos años, mis decisiones se basaban en lo que era mejor para Rocío: qué comida le hace mejor, qué terapia le hace mejor […] No importaba si eso significaba pasar más tiempo en la cocina, o que yo durmiera mal. Faltaban en esa ecuación mis propias necesidades, y como ese desequilibrio no funciona a la larga, el sistema terminó por quebrarse”. Finalmente, Sonia notó que vivir así la deprimía y la volvía irritable. Para ser una mejor mamá, debía tomar en cuenta sus necesidades también. Ponerte la máscara de oxígeno primero implica aceptar tus límites. Significa aceptar que eres humana y que no tienes fuerzas y recursos ilimitados como Dios. No es ser egoísta, sino humilde.
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