Señor, ayúdame a aceptar mis límites y a honrar mis necesidades.
“Jesús estaba dormido en la parte posterior de la barca, con la cabeza recostada en una almohada. Los discípulos lo despertaron: ‘¡Maestro! ¿No te importa que nos ahoguemos?’ gritaron” (Mar. 4:38, NTV).
Muchísimas mujeres, especialmente las mamás, no pueden descansar sin sentirse culpables. ¡Hay demasiadas cosas para hacer! Tomarse unos minutos para sentarse a leer o dormir una siesta es un lujo. Son recompensas que pueden darse a sí mismas solo cuando todos los quehaceres están terminados. Realmente no sé de dónde sacamos todas estas ideas, cuando Jesús nos dio un ejemplo tan fantástico acerca de cómo dormir la siesta. Estoy segura de que conoces la historia. Jesús y sus discípulos se suben a una barca para cruzar el mar de Galilea. De pronto se desata una tormenta feroz, pero Jesús está durmiendo la siesta. Los discípulos comienzan a sacar agua a baldazos, ¡mientras que él ronca! Aterrados, finalmente lo despiertan y Jesús calma la tempestad. “Luego él les preguntó: ‘¿Por qué tienen miedo? ¿Todavía no tienen fe?’ ” (Mar. 4:40, NTV).
Jesús duerme en medio del caos reinante, porque sabe que la idea de esperar hasta que todo esté terminado es absolutamente irreal. “Con demasiada frecuencia, soy como todos los demás en el barco”, escribe Shala Graham en el artículo “The Holy Work of Napping”. “Veo claramente la tormenta de mi lista de quehaceres desatarse a mi alrededor, y por eso pienso que dormir la siesta es irresponsable o egoísta para con las personas que me necesitan. En esos momentos, creo que Jesús me preguntaría a mí lo mismo: ‘¿Por qué tienes tanto miedo? ¿Aún no tienes fe?’ ” Descansar nos obliga a creer que es Dios quien sostiene nuestros hogares, y no nosotras mismas. Tomar una siesta nos fuerza a aceptar que nuestras energías son limitadas y a renunciar a nuestras expectativas perfeccionistas. Descansar cuando lo necesitamos es un acto de humildad y obediencia.
Señor, como la culpa que siento cuando necesito descansar es falsa, renuncio a ella. Yo no soy omnipotente, y cuando ignoro a mi cuerpo que me pide descanso estoy cometiendo un grave error. Hoy me comprometo a descansar cuando lo necesite, aun si no todas las tareas están terminadas. Voy a hacer oídos sordos al miedo que me dice que todo se desmoronará si me atrevo a detenerme, y voy confiar en ti. Por grande que sea la tormenta, contigo en mi barca no hay razón para temer.
12 de marzo
¿Y si me equivoco?
“Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición” (Gén. 12:2, NVI).
Cada vez que pensaba en la decisión que debía tomar, se me estrujaba el estómago. Aunque debía elegir entre dos buenas opciones, sabía que esta decisión cambiaría mi vida. Oraba incesantemente, pero no sentía paz. La mentira que alimentaba mi miedo era creer que si no tomaba una decisión perfecta, arruinaría para siempre el plan de Dios para mi vida.
Si me equivoco, ¿arruino el plan de Dios? ¿Son mis errores más poderosos que su misericordia? Dios no es un dictador, sentado en el cielo, que pretende que atravesemos en puntillas de pie un campo minado para descubrir su voluntad. Cuando damos un paso en falso, cuando nos equivocamos, el plan de Dios no vuela en pedazos. Como dice el abogado y autor Bob Goff en su libro Love Does [El amor hace], “Dios no nos quiere más cuando somos exitosos, ni menos cuando fallamos. Él se deleita en nuestros intentos”. Dios es un Padre que enseña a un niño a caminar. Cuando nos tropezamos, él nos sacude las rodillas, nos besa las heridas y nos ayuda a continuar.
La Biblia está llena de historias de lo que Dios hace para redimir nuestros errores, y aun nuestra rebeldía. Cuando Abraham y Sara dudaron de la promesa y decidieron tener un hijo a través de su sierva Agar, Dios no los abandonó. Por supuesto que hubo consecuencias dolorosas. Pero, aun así, Dios cumplió su plan. ¡Dios es más poderoso que nuestras equivocaciones! Cuando el rey David asesinó a Urías para quedarse con su esposa, Dios no lo abandonó tampoco. Cuando David pidió perdón, Dios redimió su rebeldía.
No estoy abogando para que cometamos errores innecesarios o pasemos por sufrimientos que podríamos evitar. Tampoco estoy intentando darte una excusa para que tomes malas decisiones, o que+ desobedezcas a Dios deliberadamente. Lo que sí estoy diciendo es que no necesitamos vivir en continuo estado de pánico. El cumplimiento del plan de Dios para tu vida no depende solo de ti, ni de tu capacidad de tomar decisiones perfectas todo el tiempo. En medio de tus errores, Dios sigue al control. En las palabras de Lisa Bevere, en Without Rival [Sin rival], “si crees que has arruinado el plan de Dios para tu vida, descansa en esto: Tú, mi hermosa amiga, no eres tan poderosa”.
Jesús, gracias porque tu misericordia es más poderosa que mis errores.
13 de marzo
Tropezones y caídas
“Aunque tropiecen, nunca caerán, porque el Señor los sostiene de la mano” (Sal. 37:24, NTV).
Rebecca Sharaya se dedica a la musicoterapia. Durante años, sin embargo, su amor por la música estuvo velado por un problema: el perfeccionismo. Su deseo de tocar cada pieza musical sin cometer ni un solo error la llenaba de ansiedad y preocupación. Aunque sus padres le dijeran que había dado un buen concierto, ella podía recordar cada error, cada nota equivocada con agudísima claridad. Fue justamente su trabajo en musicoterapia lo que la ayudó a cambiar, al observar las terribles consecuencias de esta tendencia en sus pacientes. Las mujeres que, como Rebecca, tenemos tendencia al perfeccionismo, solemos mirar al plan de Dios para nuestra vida a través de este marco interpretativo. ¡Pensamos que no podemos errar ni una sola nota! En su artículo “Hearing the Beauty of Imperfection”, Rebecca escribe: “Siento que tengo que hacerlo [todo] perfecto porque Dios, el artista divino, debió haber escrito la sinfonía de mi vida para que sonara de cierta manera. Aun cuando no tengo la partitura, me siento obligada a tocar mi parte perfectamente, y esto me aterra un poco”.
Dios tiene un plan para cada una de nuestras vidas. Sin embargo, no es que él espera que nunca cometamos errores. La Biblia ofrece una bellísima imagen acerca de lo que sucede cuando tropezamos. “El Señor dirige los pasos de los justos; se deleita en cada detalle de su vida. Aunque tropiecen, nunca caerán, porque el Señor los sostiene de la mano” (Sal. 37:23, 24, NTV). Dios es como una madre que le enseña a su bebé a caminar, sosteniéndolo de la mano. Cuando el bebé se tropieza, la madre lo ayuda a levantarse, le sonríe y lo anima a continuar. ¿Qué madre soltaría la mano de su hijo justo cuando tropieza, o lo abandonaría, o le diría palabras ásperas? Si nosotras, siendo pecadoras, sabemos tratar a nuestros hijos con dulzura, ¡con cuánta mayor ternura nos guiará nuestro Padre Celestial!
Hay una enorme diferencia entre rebelarnos en contra de la voluntad de Dios y sencillamente tropezar mientras avanzamos. La Biblia dice: “Los justos podrán tropezar siete veces, pero volverán a levantarse” (Prov. 24:16, NTV). Tropezarse es parte del proceso, pero no arruina el plan de Dios para nuestras vidas. Dios sabe que vamos a tropezar al avanzar, ¡por eso se ofreció a guiarnos de la mano!
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