Piensa en esto un momento. ¡Algo tan sencillo como no tener acceso a productos de higiene personal permitía que las niñas se convirtieran en blanco de un horrendo crimen! Cuando Becky notó esto, organizó la campaña “Dignity Project” (Proyecto Dignidad), a través de la cual ha estado distribuyendo productos de higiene personal ecológicos y reutilizables, y educando a las niñas acerca de las tácticas y estrategias de los traficantes. Con esta medida preventiva tan simple, Becky ya ha protegido a más de 17.000 niñas que podrían haber sido víctimas de la trata de personas. (Si quieres saber más acerca de esta campaña, visita https://www.thedignityproject.net/.)
Es fácil dar por sentadas nuestras bendiciones. Sin embargo, el agua potable, la educación, y aun algo tan sencillo como los productos de higiene personal, tienen un gran impacto en nuestra vida. Dedica un momento a mirar a tu alrededor. Haz una lista de las bendiciones cotidianas que te rodean, que tal vez nunca antes notaste. Tómate un tiempo para hablar con Dios y enumerar cada una de tus bendiciones. Pregúntale qué puedes hacer para ayudar a otras mujeres que no son tan afortunadas y presta atención para oír hoy su respuesta.
Señor, te agradezco por…
“Que todo lo que soy alabe al Señor; que nunca olvide todas las cosas buenas que hace por mí” (Sal. 103:2, NTV).
Mi amiga Anne y yo fuimos a pasear en bicicleta un domingo por el bosque de Whippendell Woods, en Inglaterra. ¡Fue un día de primavera glorioso! El sol brillaba y el suelo del bosque estaba pintado de azul, cubierto por un manto de cientos de miles de jacintos púrpura. Anne y yo nos detuvimos junto al arroyo para absorber la belleza del lugar antes de emprender el camino de regreso. En un momento, debíamos girar a la izquierda para ingresar a una calle principal. Anne se detuvo, miró hacia ambos lados y luego comenzó a reírse. “¿Qué sucede?”, le pregunté. “Estoy tan acostumbrada a manejar, que intenté poner el guiño”, me dijo ella. Después de conducir su automóvil por años, Anne desarrolló memoria muscular; poner el guiño no es más que un reflejo automático.
Imagina cultivar la gratitud de tal manera en tu vida, que se transforme en un reflejo automático; una reacción tan espontánea como decir: “¡Salud!” cuando alguien estornuda. El mejor fertilizante para la gratitud es la humildad. Lamentablemente, la cultura consumista en la que estamos inmersas nos enseña a pensar que merecemos todo lo que deseamos. Con el tiempo, comenzamos a creer que tener salud, éxito o hijos no es un privilegio, sino nuestro derecho. Cuando no recibimos lo que queremos o hay problemas, nos resentimos. Con humildad, sin embargo, podemos comprender que todas las bendiciones son regalos inmerecidos y permanecer agradecidas.
La gratitud y la humildad dan un nuevo sentido a nuestras vidas. “El significado más profundo de cualquier momento radica en el hecho de que ese momento es un regalo”, escribe David Steindl-Rast en Gratefulness, the Heart of Prayer [La gratitud, el corazón de la oración]. “La gratitud conoce, entiende y celebra ese significado”, agrega. Te invito a que hoy reconozcas y celebres todas las bendiciones de este día que Dios te da, con humildad y gratitud.
Señor, quiero que la gratitud se convierta en un hábito diario, un reflejo natural en mi vida. Sé que para desarrollar esta capacidad necesito humildad y práctica. Por eso, te pido que me libres del egoísmo. Renuévame, inunda mi corazón con gratitud. Abre mis ojos para que vea todo lo que me has dado y mis labios para alabarte.
26 de febrero
Dios no te llama al éxito, sino a la fidelidad
“Porque siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse” (Prov. 24:16).
Después de trabajar durante días en un nuevo proyecto misionero radial, mi jefe me llamó por teléfono para darme su opinión. Con delicadeza y honestidad, me dijo, básicamente, que debía empezar todo de nuevo. “No está peor que antes,” dijo, tratando de hacerme sentir mejor. “Estoy seguro de que el producto final será muy exitoso”. Llegué a casa deprimida, preguntándome si realmente tenía la capacidad de hacerlo o si mi jefe se había equivocado al elegirme para el proyecto.
¿Cómo puedes descubrir si estás basando tu vida en el éxito? Es sencillo: lo estás haciendo si te quedas atascada en el dolor y la decepción del fracaso. Si tu sentido de dignidad está basado en el éxito, vas a intentar no fracasar nunca. Como esto es imposible, evitarás correr cualquier riesgo que te exponga, escogiendo tareas que no te desafíen o renunciando ante la primera señal de adversidad.
Nelson Mandela, el famoso activista y abogado sudafricano, dijo: “No me juzgues por mis éxitos. Júzgame por las veces que me caí y volví a levantarme”. Hoy te recuerdo, y me recuerdo a mí misma, estas palabras. Los fracasos nos enseñan; no son tiempo perdido. Sacudirnos el polvo y volver a levantarnos después de otra caída nos hace crecer mucho más que el éxito.
Pero tan importante como volver a levantarse es reconocer que Dios nunca nos llamó a ser exitosas, sino fieles. Considera la vida de Juan, el Bautista. Al momento de su muerte, muy pocos lo habrían llamado. Sin embargo, Jesús dijo: “Entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista” (Mat. 11:11, LBLA). El mundo aplaude el éxito, pero Dios aplaude la fidelidad. Juan el Bautista fue fiel hasta la muerte y Jesús lo aplaudió.
Quiero vivir con en el aplauso del Cielo como única meta. Quiero vivir de tal manera que un día pueda oír al Padre decir: “Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor”. (Mat. 25:23, LBLA).
Señor, ni la dulzura del éxito ni la amargura del fracaso me definen. La sangre de Cristo Jesús me define. En los días en que todo me sale mal, recuérdame que me llamaste a ser fiel, no exitosa. Y en los días en que las cosas me salen bien, recuérdame que la única gloria por la que vale la pena vivir es la tuya.
27 de febrero
“Graciocracia”
“Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario?” (Mat. 20:13).
La meritocracia no es tan bonita como pensamos. Uno de los grandes problemas de este sistema es que hace que los ganadores tiendan a creer que su éxito se debe exclusivamente a su talento y esfuerzo personal. Tendemos a ignorar los elementos aleatorios, como los factores genéticos, las limitaciones geográficas y las condiciones históricas de un período determinado. Haber nacido inteligente, por ejemplo, se debe a una compleja combinación de factores socioculturales y genéticos sobre los cuales no tenemos control alguno.
Creer que el éxito se debe exclusivamente a nuestro talento y esfuerzo puede volvernos insensibles para con los que fracasan. Si nuestro éxito se debe solo al esfuerzo, razonamos, el fracaso de otros se debe a su pereza. Cuando observamos países enteros a través de este marco interpretativo simplista, podemos asumir que su pobreza se debe a una falta de iniciativa y no a complejos sistemas sociales que perpetúan la desigualdad.
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