Me acabo de dar cuenta de que la he querido desde que nació y que es con ella con quiero compartir mis penas, mis alegrías, mis victorias, mis derrotas y que ella lo haga conmigo. Quiero que compartamos todo lo que la vida nos depare, pero juntos, nunca más separados. Juntos, siempre juntos.
—Dime que sí Vicky. Dime que sí. Por favor —le pido con un tono de voz que suena a súplica. Pero ella sigue frente a mí en silencio con sus ojos clavados en los míos.
Me acerco un poco más para besarla de nuevo y con mis labios sobre los suyos le prometo que este será mi último combate. Esperando que, de esta manera, ella reaccione al fin.
No quiero que siga sufriendo cada vez que me ve subir a un ring. Todas y cada una de nuestras discusiones siempre son debido al boxeo. Siempre.
No quiero que sufra por cada golpe que recibo.
No quiero que sufra por nada y, mucho menos, por mi culpa.
Si puedo evitarle el dolor y el sufrimiento, lo haré, y si para ello tengo que renunciar a boxear, no me importa, lo haré. Porque a lo único que no puedo renunciar ni estoy dispuesto a hacerlo, es a ella. Lo demás, sinceramente, me da igual, porque mi vida sin ella no es vida. Si Vicky no forma parte de mi vida…, yo no quiero vivir.
Yo lo único que quiero es que ella sea feliz.
Yo lo único que quiero es que ella sea feliz a mi lado, y yo al suyo. Tal y como mi padre es feliz al lado de Elena y Héctor lo es al lado de Gloria.
Yo lo único que quiero es que seamos felices, pero no por separado.
Yo lo que quiero es que seamos felices juntos. Juntos.
De todos modos, la idea de abandonar el boxeo de manera profesional es algo que me ronda la cabeza desde hace algún tiempo, concretamente desde que mi abuelo Ángel nos dejó.
Mi abuelo murió hace tan solo un año. Falleció debido a un alzhéimer que, sin duda, le provocó todos y cada uno de los golpes que recibió en su cabeza a lo largo de todos los años en los que se dedicó al boxeo profesional. Se fue de este mundo sin reconocernos a ninguno y sin recordar nada de su vida y, lo más triste de todo, se fue sin saber quién era él mismo. Y yo no estoy dispuesto a que eso me ocurra.
No estoy dispuesto a perder ninguno de mis recuerdos, porque todos forman parte de mi vida, los buenos y los malos y todos me gustan. Unos me agradan más, otros menos, pero todos forman parte de ella.
Me dedicaré al boxeo de otra manera, puedo hacerlo como entrenador, tal y como lo hacen mi padre y Héctor.
O tal vez lo abandone por completo. Eso aún no lo sé.
Pero eso ya lo pensaré.
Por ahora lo que sí tengo claro es que hoy, es la última vez que me subo a un ring para competir.
Además, ser hijo de Aris Gon, El Ángel, campeón de España de boxeo y también del mundo, pesa demasiado. Es una gran presión. Muchas comparaciones. Demasiado peso sobre mis hombros. En definitiva, un gran número de cosas que no me dejan disfrutar de este deporte cuando me subo al ring. Mi padre me ha dejado el listón demasiado alto y yo no me veo capaz de superarlo. Ser su hijo me lo ha puesto muy difícil a nivel profesional.
No estoy dispuesto a que me tachen de ser un mediocre y tampoco quiero dejarme la vida peleando para demostrar que puedo ser tan bueno como mi padre o tal vez mejor. Pero eso nunca lo sabré. Nunca lo sabrán. Nunca lo sabremos. Nunca. Porque hoy disputaré mi último combate.
—Sal de ahí, Junior, sal de ahí. Joder. Te tiene contra las cuerdas.
Escucho gritar a mi padre mientras yo me revuelvo entre una de las esquinas del cuadrilátero y mi contrincante para librarme de él con la intención de volver al centro del ring y, así, poder continuar el combate. Finalmente, lo consigo golpeando a mi rival en el hígado.
Izquierda, derecha. Izquierda, derecha. Son golpes directos que doy en la cara de mi rival.
Él ataca con un directo de derechas que impacta en mi ceja, haciéndome un corte que comienza a sangrar de manera inmediata. Muevo mi cabeza hacia un lado y hacia otro para despejarme. Consigo reponerme y lanzo dos upper, dos directos hacia su barbilla, con la intención de dejarlo KO, pero no consigo hacerlo. Es un rival duro. Muy duro.
El gong de la campana nos avisa de que el noveno y penúltimo asalto ha terminado.
Voy hasta mi esquina y me siento. Mi padre, que además es mi entrenador, me quita el protector bucal, me da un poco de agua y corta la hemorragia de mi ceja. Consigo contener la expresión de dolor de mi cara. Esto duele. Joder.
—¿Todo bien, chaval? —me pregunta dándome un par de palmadas en la cara.
—Todo bien —respondo, o más bien balbuceo, porque la verdad es que estoy un poco mareado, pero no voy a decir nada. Si todo va bien, el próximo asalto será el último y también el definitivo. Si lo gano me proclamaré campeón de España y podré retirarme del mundo profesional por la puerta grande.
La campana avisa del inicio del décimo y último round. Me incorporo, doy un par de saltos en mi esquina y choco mis propios puños antes de volver al centro del ring.
Mi contrincante, aunque tiene el combate perdido, sale con ganas de pelear. Ataca con un par de hooks que hacen que me desestabilice. Me duele la cabeza y empiezo a ver un poco borroso. Con sus golpes consigue llevarme hasta las cuerdas. Estoy algo desorientado. Él lanza un golpe de derecha y otro de izquierda y, finalmente, un golpe en el costado. Aprieto los dientes al recibirlos y me doblo debido al dolor. Dios, es insoportable. Debe haberme roto alguna costilla, estoy convencido de que así ha sido porque me cuesta respirar.
Miro a mi padre que me hace gestos para que ataque. Consigo salir del rincón donde mi rival me tiene encerrado atacándolo con un jab y tres golpes seguidos al hígado, mientras él se retuerce de dolor, yo consigo volver al centro del ring. Inspiro fuerte a pesar del dolor que tengo en uno de los costados. Pero un upper al mentón, un golpe directo, impacta en mí. Uno que no esperaba, porque no tengo la cabeza en el combate, mi cabeza está en otro sitio.
No dejo de pensar en que Vicky no me ha contestado a la pregunta que le he hecho antes de subir al cuadrilátero. No me ha dicho ni sí ni no. No me ha dicho nada. Nada.
Ha sido un golpe que no he podido esquivar, porque no veo bien joder, no veo.
Un nuevo ataque me hace caer al suelo.
Mientras caigo, como si lo estuviera haciendo a cámara lenta, busco la mirada de Vicky y en ella la respuesta que tanto ansío.
Mi Vicky. Mi chica. Mi Zafer.
Cuando, al fin, nuestras miradas se encuentran, yo cierro mis ojos, mientras termino de caer sobre la lona con los suyos clavados en los míos. Es lo último que veo. Es lo último que consigo distinguir. Y con esa imagen guardada en mi retina, mi cabeza impacta de manera brusca contra el suelo del ring, a la vez que escucho como mi nombre sale por su boca de un modo tan desgarrador que incluso a mí me duele. Un grito que me llevo clavado en lo más profundo de mi corazón. Ese grito y esos ojos fijos en los míos se quedarán grabados para siempre en mí. Para siempre.
Y mientras mi nombre retumba en todo el recinto, en mi cabeza ha comenzado a sonar esa canción que tanto me recuerda a ella, a nosotros.
Nuestra canción.
My girl.
Y, después de sus acordes, llega él, el silencio.
2
Vicky
Sin palabras. Sin palabras me ha dejado Junior al pedirme que me case con él. Toda una vida esperando a que lo hiciera y cuando al fin lo hace, yo me quedo muda. «Muy bien, Vicky. Muy bien», me recrimino mientras me aplaudo mentalmente de manera irónica.
Sus manos siguen enmarcando mi cara, sus ojos fijos en los míos en espera de una respuesta, las lágrimas me ruedan por las mejillas, mi boca continúa sellada formando una fina línea y, además, no soy capaz de pronunciar una sola palabra. Hago varios intentos de emitir algún sonido, pero el gong de la campana, esa maldita campana, no me deja responderle.
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