Juntos volvieron a la casona, pero antes de irse a dormir, Juan Cruz, un tanto desconfiado, trabó todas las puertas y encendió los reflectores del establo, más otras luces de la casa por las dudas.
Habían pasado dos días y no tenían noticias de Florencio, ni de Margarita.
—Juan, le pregunté a Ramírez sobre los López y no sabe nada desde ayer, hoy tenían que traer unas carpetas. ¿No?
—Qué raro, son las 11, creo que voy a ir al centro, seguro se retrasó o le pasó algo a su auto.
Juan Cruz se despidió de Elena y partió rumbo a la ciudad para cerciorarse de que el 24 de agosto él y los López cerrarían el negocio.
Elena se quedó en la estancia y decidió salir a dar un paseo, sentía una pulsión por explorar aquel territorio y encontrar alguna respuesta a eso que vio, hace días no dejaba de pensar en el cuento de la luz mala.
Antes de abandonar los límites de sus tierras, vio a su amigo cargando unas herramientas a la camioneta.
—Ramírez, ¿ya se va?
—Sí, me llamó Nora, necesita una mano con unos caballos que se salieron pa la ruta, dicen que desde ayer a la noche están como locos.
—Qué desastre, bueno, cuídese y mándele un gran cariño a Norita, nos vemos, Ramírez.
La primavera se acercaba y los días eran inestables, a veces hacía más calor de lo normal y otras veces un frío hostil helaba los campos, pero esa tarde una cálida brisa del norte teñía al invierno de verano.
Durante su caminata, Elena se adentró por un frondoso camino de árboles y plantas similar a una pequeña selva y al atravesarlo se encontró con un arroyo rodeado de generosa porción de arena que formaba una pequeña playa, se sentó y observó el agua correr, en la orilla se podían ver pequeños peces nadar y más adentro, bueno, ya no se veía mucho, el agua era más turbia y parecía más profundo. Elena se recostó y disfrutó del hermoso día. Había caminado casi 1 hora, necesitaba descansar.
Al rato un perro apareció de la nada y con cautela se le acercó a Elena, tiernamente lamió su mejilla y ella se despertó, sonrió y entre risas le dijo:
—Hola, bonito, ¿de dónde saliste? –Jugaron un rato hasta que el perro se adentró en la vegetación que la circundaba. Con curiosidad Elena siguió sus pasos pero cuando se quiso dar cuenta el perro había desaparecido, un trueno a lo lejos le daba la pauta de que una tormenta se acercaba.
Preocupada miraba para todos lados buscando la manera de salir de ahí, la luz ambiente había disminuido notablemente, estaba por llover, el cielo se veía gris oscuro acompañado de vetas verdosas, parecía como si alguien le hubiese dado una pincelada, el viento atormentaba las hojas de los árboles con bruscos movimientos. Elena, un poco asustada, optó por mantener la calma y se mentalizó para encontrar la manera de salir de ahí. Durante su búsqueda Elena fue testigo de un fantasmal fenómeno, una luz comenzó a titilar entre los árboles aledaños, en ese instante olvidó la tormenta y recordó la luz de la noche anterior vagando cerca del tanque de agua.
—Es mi oportunidad… –dijo envalentonada y se dispuso a seguirla, a medida que ella se acercaba la luz se alejaba, poco a poco ambas comenzaron a tomar velocidad y sin darse cuenta una carrera había comenzado. Elena quería saber qué era aquella luz, enceguecida por su resplandor olvidó lo que ocurría con el clima. La tormenta le pisaba los pies como su sombra, potentes rayos caían a tierra y ella era un blanco perfecto, la luz desapareció y Elena agitada se detuvo, tomó aire, miró al piso y cuando alzó la vista se percató de que había llegado a la estancia, confundida antes de dar un paso, un estruendo la inmovilizó y vio cómo un árbol fue alcanzado por un enérgico rayo dejándolo partido a la mitad, debido a la intensidad del momento aquella imagen quedaría grabada en su retina para siempre.
—Por Dios –gritó ella, el árbol dañado era un viejo sauce, que habían plantado los primeros dueños de las tierras y el favorito de su madre, esa tarde Elena tuvo la sensación de que algo la había ayudado a salir de ese lugar y que, si no se hubiese detenido ante la desaparición de la luz, podría haber muerto.
Juan Cruz había llegado a la ciudad en busca de respuestas, preguntó a los vecinos de la familia López pero estos no sabían nada. Así que se acercó a la vieja despensa de junto y preguntó por Florencio.
—Disculpe, señor, no quisiera molestarlo, pero ¿vio a Florencio López? –dijo Juan Cruz.
—¿Quién pregunta? –le contestó un señor de voz quebradiza.
—Mi nombre es Juan Cruz Molinari y…
—¡Juan Cruz! Soy Oscar, ¿cómo estás? –Un hombre de unos 65 años con rasgos faciales fuertes, canoso y de boina se encontraba subido a un estante acomodando mercadería, era un antiguo amigo de sus padres de toda la vida, ese invierno se estaba haciendo cargo del almacén de doña Dorita.
—¡Oscar, qué sorpresa! Disculpe, no lo reconocí entre tantas cajas, quería preguntarle si sabe algo de los López.
—No te preocupes, hijo, no sé nada desde antes de ayer. Pensé que se iba con Marga a pasar unos días a Victoria. –Juan frunció el ceño extrañado y mientras observaba el precio de unos salamines y quesos posó sus ojos en un cuaderno y una lapicera toda mordida que estaban sobre el pequeño mostrador, pidió permiso para tomar una hoja y escribió un recado.
—Voy a dejarles una nota. –Un trueno retumbó en aquel pequeño almacén y la luz parpadeó. Los dos miraron la bombilla que colgaba del techo esperando un corte de luz.
—Che, Juan, parece que está bravo afuera, ¿por qué no te quedás en la hostería de Abril?
Una vez que había dejado la nota bajo la puerta de la casa de Florencio, Juan Cruz se fue directo a la hostería.
La tormenta era fuerte, los arroyos y ríos no tardaron en desbordarse, por lo tanto decidió hacerle caso a Oscar y pasar la noche en Gualeguaychú.
El camino de Rojas había quedado bloqueado. Como si estuviesen en cuarentena nadie entraba y nadie salía de las estancias, había barro por doquier y las rutas se tornaron intransitables.
Elena estaba preocupada, su hermano no llegaba a la casa, ya eran las 18 y todos saben que de noche es mejor no andar por esas rutas y más con lluvia, afuera la tormenta no daba tregua y para calmar los nervios se preparó un té de tilo, se sentó frente a un ventanal y a lo lejos Elena vio una luz roja, sin dudarlo abrió la puerta pensando que su hermano estaba llegando, pero para su sorpresa cuando abrió la puerta no había nada, confundida ingresó a la casa y se quedó esperando al lado de la ventana, la tormenta había pasado. Eran las 19 h y Elena sabía que su hermano ya no volvería.
En la esquina de Patico Daneri y av. Morrogh Bernard, se encontraba la Hostería Casa Abril. Al entrar Juan se acercó a un escritorio lleno de folletos y llaves, tocó una campanilla y una señora de 77 años salió detrás de una puerta. Su pelo era blanco y llevaba un rodete, con su achinada mirada se acercó silenciosamente, acomodó su chal, se colocó sus anteojos, parpadeó y al instante exclamó con voz aguda.
—¡JUAN MOLINARI, QUÉ SORPRESA!
Juan se alegró al ver a doña Abril fuerte y entera, o al menos eso es lo que aparentaba, hace poco había perdido a su hijo Mariano en un accidente en la ruta 14. Algunos decían que un camión lo embistió y este se desvió chocando contra un badén, otros decían que se había embriagado y había perdido el control. Cuando lo encontraron estaba agonizando y balbuceaba palabras sin sentido, lo único que habían entendido era cuidado con la luz.
Doña Abril y Juan charlaron toda la noche en el comedor de aquella vieja hostería. Estaban solos y lejos de la temporada de verano. De vez en cuando algunos camioneros o ejecutivos se quedaban un par de noches por trabajo, pero nada más.
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