1 ...7 8 9 11 12 13 ...29 —Selene, nos estamos perdiendo de algo, sigo sin poder seguir el rayo de luz verde. –Kosmo volvió a alterar el tiempo para ver el momento en que la energía se manifestaba.
—¿Notás que cada vez se ve menos? ¿Será que fue un evento aislado? –Selene separó el tiempo en milésimas de segundos, pero fue inútil, parecía que cada vez que trataban de investigarlo, desaparecía.
—Quizás esto tenga algo que ver con el libro de… –Kosmo fue interrumpido por el sonido de dos enormes puertas doradas abriéndose, ambos se voltearon y ahí estaba ella Traía una capa blanca atada con un broche de oro en forma de sol y debajo un mono azul noche satinado, el eco de unos tacos acompañaba sus firmes pasos
Su mirada se posó en ambos y les preguntó:
—¿Lo encontraron?
—Señorita Andrómeda –Los dos le dieron la bienvenida.
—Ayer por la noche, los cóndores captaron una potente amenaza proveniente de un punto no muy lejano –dijo Kosmo.
—Sospechamos que el libro robado hace unos días en casa de Cristal tiene algo que ver. –Selene con sus manos hacía ademanes y seguía intentando rastrear ese flujo de energía inversa.
Andrómeda se acercó al domo galáctico y lo contempló con mucha preocupación, ella sabía que no era ningún evento aislado, que era algo muy serio, la última vez que sucedió algo así eventos destructivos se desataron en cuestión de días.
—Estén atentos, tengo un muy mal presentimiento, cierren las cúpulas del tiempo. Nadie sale, nadie entra. Solo las Academias quedarán abiertas. Den aviso al comité.
En el último piso dos hermosas cúpulas coronan aquel fabuloso edificio, cada una posee cinco aberturas y lejos de ser un simple mirador lo que sucede allí dentro es alucinante. En la cúpula de la derecha se puede viajar a través del tiempo y recorrer la historia argentina desde sus inicios, esta recibe el nombre de mirador del Plata, mientras que en la izquierda uno puede viajar a los períodos en los cuales la tierra estaba en plena formación, por lo cual a esta cúpula se la conoce como el mirador del mundo. Ambas son tan importantes como peligrosas y solo aquellos que juraron lealtad a Chronos tienen la posibilidad de subir y utilizar esos portales. Kosmo y Selene juraron ante el tribunal supremo dar su vida en caso de que sea necesario para proteger las cúpulas y la integridad de todos…
Desde lo alto ambos conjuraron un hechizo protector que envolvió a todo el edificio dejando clausurados aquellos dos portales, ahora desde allá arriba solo se podía observar la ciudad de Buenos Aires. Selene miró a Cosmo desde el mirador del mundo y con pesar dijo:
—Voy a extrañar esto. –Cosmo tomó un báculo de color blanco con detalles en dorado y le dijo:
—Yo también, pero es mejor que por ahora nos cuidemos, no te olvides del cetro. –Selene agarró su cetro y los dos desaparecieron, dejando las cúpulas en plena soledad.
Andrómeda, desde el recinto galáctico, se había percatado de que la noche anterior la constelación de Casiopea había emitido un leve resplandor.
—Qué raro, hace bastante que no resplandecía
De pronto algo cautivó su atención, apuntó las palmas de sus manos contra el planeta y lo desplazó a un costado, el espejo de agua en forma de elipse había quedado al descubierto, sus ojos estaban blancos como la leche, el agua se movía y generaba un minúsculo oleaje, sus ojos se aclararon y ahí estaba, la cara de aquel muchacho con el cual se había chocado en la esquina
—Quizás algún día pueda conocer al amor de mi vida. –Detrás de ella alguien se aclaraba la garganta.
—Mmm, mmm, ¿Andrómeda? –Era Ava, una hechicera capaz de convertirse en águila.
Andrómeda estaba roja como un tomate y de repente la cara de aquel apuesto hombre desapareció.
—Qué vergüenza.
—No te preocupes, no es nada, te necesitamos en el sótano Parece que alguien tiene información.
En el sótano del Otto Wulff, se encuentra la prisión de los espejos encantados, este lugar fue asignado para aquellos que esperan su condena, los magos que quiebren algunas de las tres leyes fundamentales son condenados a la pena de muerte y pasan sus días dentro de celdas especiales donde las paredes son espejos mágicos conjurados con hechizos protectores para contener y repeler toda corriente de energía mal empleada, estos espejos que neutralizan la negatividad fueron diseñados por un antiguo discípulo del rey Salomón.
E L T E M P L E T E G R I E G O
El día estaba un poco nublado, el clima era pesado y para ser más exactos 31 °C era la temperatura a las 11:30 de la mañana, a medida que Casio caminaba por el barrio cada vez se hacían más intensos los ruidos de la avenida y los gritos de los chicos en la plaza. El Viejo Derby, un restaurante emblemático de la zona, estaba repleto de gente en sus mesas de la calle. El adoquinado y las vías del antiguo tranvía brillaban siempre y cuando las nubes dejaran pasar los calcinantes rayos del sol.
Casio llegó a la esquina y observó que los caminos serpenteantes del parque Lezama estaban minados de feriantes y hermosas artesanías, el olor a sahumerios, palo santo y garrapiñadas se mezclaban en el aire embriagando a todo aquel que pasara por allí.
Deambulando y disfrutando de la magia de aquel día, Casiopea subió por la barranca del parque hasta llegar a su punto más alto y se topó con un sendero rodeado de figuras alegóricas, entre las cuales se encontraba Palas Atenea y una representación de la primavera entre otras. Aquel camino conducía al famoso templete griego, un espacio único lleno de misterio y solemnidad. Casio atravesó aquel sendero e ingresó en él. Para su sorpresa ese día, no había nadie, así que se sentó contra una de sus ocho columnas y con sus extraños ojos observaba las secuencias que se sucedían a su alrededor, mientras pensaba en la noche anterior, todavía no podía entender cómo las cartas estaban escritas, si hasta hace dos noches solo eran papeles viejos. Luego de estar durante un buen rato bajo la benevolente sombra de la cúpula, se recostó en el pasto en una de las laderas del parque. El sol de mediodía brillaba y su cara de a poco levantaba temperatura. Sus ojos reflejaban un celeste cielo que de a poco se mezclaba con algunas nubes negras, grises y blancas. Por su tamaño estas proyectaban sombras en el parque haciéndolo parecer un dálmata. El calor del sol era tan placentero que Casiopea se relajó de más y por unos segundos dormitó.
De la nada, ella sintió pequeñas gotas de agua en su cara y el recuerdo recurrente del sueño de la noche anterior se hacía presente. A lo lejos una voz le gritó:
—¡Casio, arriba, dale! –Pero ella estaba inmóvil, una mano se posó en su hombro de forma brusca y al tacto reaccionó.
—Ey, hola, dale, nena, vamos que llueve. –Era Micaela, su vecina, una amiga de toda la infancia. Juntas corrieron por la calle de la av. Martín García–. ¡Tengo calor y frío! –gritó Micaela.
—¡Yo también, pero dale, corré! –El vapor brotaba del pavimento, las gotas gruesas de lluvia habían apaciguado las elevadas temperaturas del suelo, todavía podía sentirse la humedad y el olor a tierra mojada.
Entre risas y gritos llegaron hasta la esquina Arzobispo Espinosa y Gaspar de Jovellanos, Casio tentada de risa le dijo a su amiga.
—Mica, es agua, no ácido
—¿Mirá si éramos brujas y nos derretíamos? –le contestó tentada de risa su amiga.
—Vos estás loca, ja, ja, ja, nos vemos más tarde.
—Dale, tomemos un helado en la esquina de la plaza.
Las dos se despidieron e ingresaron a sus casas. Una vez dentro, Marina, la madre de Casio, la vio llegar y le dijo:
—¡Casiopea, estás toda mojada! Te llamé al teléfono y ni bolilla. ¿Dónde estabas? –En ese momento Casio le contó que había ido a pasear al parque como lo hacía con sus abuelos, porque la noche anterior había soñado con ellos. Al ver la nostalgia de su hija, Marina no dudó un segundo en abrazarla.
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