1 ...8 9 10 12 13 14 ...29 —Casio, la próxima vez, dejá una nota si no vas a llevar el celular, y acordate siempre de pedir permiso.
—Sí, ma, perdón, no los quise despertar.
—Ya está, hija, andá a cambiarte que estás empapada y te podés enfermar, te amo.
Ya en su cuarto, Casiopea se despojó de su ropa mojada y se cambió.
Se sentó frente a la ventana y observó cómo el cielo se oscurecía cada vez más, la lluvia había parado y Casio recordó que su abuelo siempre le hablaba del clima, y le había enseñado a detectar qué tan cerca o lejos se encontraban las tormentas, luego de cada relámpago que veía ella contaba los segundos hasta que se escuchaba el trueno. Uno, dos, tres, ¡BOOM!
El viento soplaba con fuerza y de repente un flash de luz la encegueció, en una fracción de milésimas de segundos, un trueno hizo retumbar todos los vidrios de la casa. La reacción de Casio fue graciosa ya que se quiso tapar los oídos pero se tapó los ojos, su grito fue casi igual de fuerte que el trueno, la luz se había ido y las gotas de lluvia comenzaron a correr con furia sobre su ventana, aquel plan de verse con su amiga cuando pase la tormenta se había desdibujado. Ahora debía quedarse resguardada hasta que el mal tiempo cese.
En el Feed de su celular, lo único que veía eran informes del servicio meteorológico anunciando tormentas severas, aburrida en su cuarto buscó las cartas y las comenzó a investigar, vio que todas estaban selladas con cera y con relieve de números romanos, las ordenó y leyó sus títulos, La luz Mala, la isla de San Brandán, entre otros, una vez en orden, Casio estuvo a punto de abrir la carta pero su madre la interrumpió.
—¡Casio, vení a ver la caída de tu padre en pleno baile! –Así que tuvo que dejar la lectura para más adelante. La tormenta se desplazó al este siendo devorada por el Río de la Plata y los cielos de a poco se despejaron, a medida que el sol se ponía, tonalidades rojizas, naranjas, rosas y azules se fundían en lo alto. Era la hora mágica, Casio y sus padres vieron una intensa luz cálida entrar por la ventana y se asombraron.
—Miren esa luz naranja, ¿vamos a ver? –Juntos fueron a la terraza a observar el fenómeno en el cielo.
—La hora mágica, hija, a la abuela le encantaba mirar la puesta del sol, qué lindos recuerdos. –Marina y Marcelo se abrazaron y recordaron a sus padres, Casio estaba fascinada apoyada en la baranda de la pequeña terraza y juntos despidieron aquella tormentosa tarde. Por suerte la noche transcurrió con un clima templado, el viento había barrido por completo todo rastro de nubosidad y el cielo estaba impecable, la luna brillaba y las estrellas acompañaban con sus fulgurosos destellos.
La luz había vuelto y la cena había finalizado.
—No puedo más, riquísimas las empanadas. –Casiopea estaba llena.
—Te queda una sola más –le dijo su madre mirándola con ojos saltones.
—No, ya está, la dejo para mañana, ahora ya me voy arriba.
—Bueno, no te olvides de cepillarte los dientes. –Su padre hizo un gracioso ademán con la boca.
—Está grande ya, y… Se vienen los quince…
—¡Qué emoción!
Casio por fin había encontrado la tranquilidad e intimidad que necesitaba, era el momento perfecto para comenzar a leer al menos alguna de las cartas.
Una vez en la cama y con las luces casi apagadas Casiopea recurrió a su pequeño velador de lectura, el cual alumbraba tenuemente la habitación creando un clima propicio para la lectura, tomó la carta y al abrirla el sello de cera se quebró, respiró profundo y el olor añejo del papel la transportó lejos, se acomodó y comenzó a leer una nota previa. Eran instrucciones que advertían cómo debía ser el correcto uso de la caja y sus cartas, algunas de las indicaciones decían:
—Las cartas deben leerse de una por vez, respetar el orden es esencial, solo se pueden leer de noche. Guardar de inmediato las cartas una vez leídas. Esos eran algunos de los ítems o condiciones que sus abuelos le marcaron. Aclarado ese punto, Casio no aguantó, sacó las hojas que había dentro del sobre y comenzó a leerlas, esta se titulaba LA LUZ MALA, en ese momento un escalofrío recorrió todo su cuerpo y la carta emitió una vibración tan fuerte que los ojos de Casiopea de repente se pusieron en blanco y comenzó a leer como si estuviese en trance y sin saberlo su cuerpo se desdobló enviándola a otra dimensión…
Esa noche, Andrómeda se encontraba interrogando a uno de los últimos reclusos de aquella cárcel de espejos
—¿Por qué seguís insistiendo con lo mismo? Todos te vieron.
—Juro que yo no fui, es imposible
—Eras el único que tenía contacto con la tierra oscura de las Galdénadas.
—¿Y esto que tiene que ver?
—Son las mujeres más controversiales del cosmos, pudren y estropean dimensiones.
—Estás equivocada, ellas no tuvieron nada que ver, yo sé quién sabía todo…
—¿Quién?
—Salkdyan…
—No, mirá, tené cuidado con lo que vas a decir porque me olvido que estamos regidos por reglas. ¡Decime la verdad, admití que vos sos el culpable y por eso podés ver el fin del mundo, porque compartiste una conexión profana con las Galdénadas!
—Qué mal habla eso de vos, así que corromperías los códigos mágicos estelares… Andrómeda, te lo digo por última vez, no soy el culpable y no tengo idea de por qué puedo ver la ciudad en llamas…
—Tené cuidado con lo que decís…
—Digo la verdad, pero podría investigar más si me sacaran de esta caja de espejos. Mi reflejo no deja de atormentarme y eso me impide ejercer mis facultades…
—Ja, ja, ja. ¿Tus facultades? No me hagas reír, lo que pedís está fuera de discusión y te reitero, por si no te quedó claro, estás preso, no estás de joda en un hotel cinco estrellas. –Esta vez Andrómeda había sacado a la luz su lado más severo y rígido, aquel lugar requería de mentes fuertes y ella no era la excepción. Con decoro, Kosmo irrumpió en aquella fría cárcel preocupado.
—Andrómeda, tenés que ver algo, está pasando de nuevo. –De inmediato los dos se dirigieron al recinto galáctico y detectaron nuevamente que la constelación de Casiopea emitía importantes destellos.
—Es increíble, hace tiempo que no brillaba así, me preocupa un poco.
En aquel recinto ambos percibieron la intermitente energía de magnitudes siderales, Andrómeda recordó el día en que un poderoso oráculo le había predicho que un nuevo amanecer lleno de magia llegaría sin previo aviso, alguien vendría y ese alguien solo despertaría si el fin estaba cerca.
—Kosmo, tenemos que esperar un poco más, las señales son claras, Escipión vio algo y esta energía es muy poderosa
—Y si es…
—No sabemos, esperemos un poco.
Esa noche Andrómeda supo que estaba al frente de uno de los sucesos más importantes de toda su historia. Ninguno podía dejar de observar cómo aquella constelación enviaba poderosas descargas de energía hacia la tierra.
—An, la fuente que emite la energía podría estar a miles de millones de años luz, o al lado nuestro.
Kosmo tenía un fuerte presentimiento.
—Lo sé, es tan grande que abarca una franja muy amplia.
Selene ingresó en el recinto y preocupada les informó que alguien había viajado en el tiempo sin permiso.
20 de agosto de 1964. Gualeguaychú, Entre Ríos, Argentina
Una fría mañana de agosto comenzaba a templarse a medida que el sol salía, los caminos de tierra colorada se encendían como fuego. Los tractores circulaban por la zona levantando enormes polvaredas de tierra, los perros en las granjas ladraban y el sonido del trote de los caballos recorriendo los campos se escuchaba por todos lados.
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