—El placar es un quilombo, Marcelo, se va a perder, ja, ja.
—No creo y si se pierde nos llama.
—Ja, ja, qué tonto.
El ropero era enorme, había muchas puertas, cajones y grandes espacios repletos de cosas, perfumes, fotos, medias y hasta una botella de whisky. La búsqueda de Casio comenzó por los cajones que le quedaban a su altura, revisó todo de izquierda a derecha y no encontró nada, no obstante tomó una silla tapada de ropa y la usó para treparse y seguir buscando, parecía que el alhajero no estaba ahí, luego de varios intentos se sentó en la cama y miró el placar con gran decepción.
“Al final, busqué por todos lados y no encontré nada. Mamá se debe haber confundido a menos que…”.
De repente una corriente de aire entreabrió la puerta de la habitación, y en fuga quedó enmarcada una escalera caracol que conducía al “altillo”. Sí, el altillo, es por ahí.
Casio recordó que allá arriba había otro placar donde siempre guardaban fotos, juguetes y demás objetos. Tomó aire y se dirigió hacia esas enroscadas y frías escaleras de metal.
Como si fuese la luna de a poco su cabeza iba asomando en aquel oscuro lugar, sacó el celular y alumbró un interruptor, una vez encendida la luz, Casio recorrió parte del altillo y en el trayecto observó libros, accesorios, chucherías y hasta unos trofeos de baile de sus padres, sonrojada se rio y pensó en voz alta.
—A veces me hacen pasar vergüenza en los cumpleaños, pero son tan buenos que hasta ganan premios…
También recordó que a sus abuelos argentos les encantaba bailar tango y que a su abuela española Maricarmen le fascinaba bailar flamenco. Durante su niñez, Casio había vivido entre Buenos Aires y Barcelona y de vez en cuando el nombre de la calle donde vivían sus abuelos en Barna resonaba a lo lejos, carrer de Roselló 240, en ese momento, Casiopea pudo recordar los lugares que solían visitar juntos, el Museo Egipcio de Barcelona, la Sagrada Familia, la Pedrera de Antoni Gaudí y otros lugares emblemáticos, cada vez que los recorrían, historias fantásticas surgían y los ojos de Casio observaban el arte y la arquitectura en cada esquina, detalle no menor, algo similar le sucedía en la ciudad porteña de Buenos Aires con sus abuelos argentinos, caminatas, paseos por la famosa avenida de Mayo, por el casco histórico y algunos espacios verdes que solía frecuentar, Parque Lezama, Parque Centenario, amaba esos trayectos tanto que siempre los retrataba en sus cuadernos. Luego de recorrer viejos momentos, Casio recordó que estaba ahí para buscar el alhajero. Con fuerza corrió un baúl que obstruía las puertas de un viejo ropero y lo abrió.
—Más vale que aparezca rápido, me muero de calor acá arriba.
Dentro del ropero había sábanas, almohadones, papeles y libros, todo era una maraña de viejos objetos. Casio sin prisa pero sin pausa de a poco fue vaciándolo.
Aquel mueble no era de gran altura sino más bien era pequeño, pero poseía una profundidad particular. Quedaban mantas solamente, ya con desconfianza tironeó de una y esta arrastró hasta sus pies una caja de madera. “¡Eureka, diría Arquímedes! ¡Qué hermoso alhajero!”. Con una expresión de sorpresa Casio observaba aquella caja fascinada, era rectangular y un poco pesada, tenía grabados en madera, apliques metálicos en tonos dorados y ocre, estrellas y varias líneas la cruzaban por todos lados, la caja parecía tener un mapa impreso, los detalles eran tantos que era fácil perderse en ese encantador trabajo de arte, todavía conservaba ese olor a madera virgen.
Casio llevó la caja a su habitación y la investigó por más de tres días para encontrar el modo de abrirla, cuando se la enseñó a su madre, ella le dijo:
—Qué hermosa caja, ¿dónde la encontraste? –A lo que Casio le respondió:
—Entre las sábanas del roperito de arriba, pensé que este era el alhajero. –La madre agarró la caja y la nostalgia la abrazó fríamente, por unos segundos su corazón solo bombeaba tristeza.
—No, cielo, esto no es. El alhajero estaba en el modular del living, si no me equivoco esto era de la infancia de tu abuelo, un juguete tal vez, usala, es hermosa.
Casio se fue a su habitación con la caja dejándola al pie de la cama y se durmió mirando las estrellas.
La noche siguiente sus padres debían asistir a una fiesta que había organizado el club de baile, por lo tanto ella se quedó sola.
—Casio, nos vamos, sabés que cualquier cosa nos llamás al celular.
—Sí, quédense tranquilos ¡en vez de un trofeo traigan torta!
—¡Trofeo y torta! ¡CHAU!
Una vez con sus padres fuera de la casa, Casio se puso en modo detective, esa caja tenía algo y ella lo iba a averiguar, así que buscó la lupa de su padre y la investigó a fondo. “Esta caja no me va a ganar, algo tiene que tener adentro”. Una línea dorada muy difícil de percibir se dejó ver y con su uña la empezó a seguir, tomó un cincel plano para modelar y lo encastró justo en esa franja dorada, la caja se abrió y encontró sobres con papeles en blanco. “Hojas, solo hojas”. Era tal la concentración que tenía que cuando sonó el timbre a Casio le dio el susto de su vida, era el delivery, su plato favorito había llegado.
—¡Aaah! La pizza, se me va la pizza, ¡YA VA! –gritó por la ventana, una rueda de queso y masa crujiente hecha a la piedra eran la vedette de la noche. Cenó en el living despatarrada en el sillón mirando TV y habló con sus amigas por chat hasta que el sueño la atrapó. Con un cansancio tremendo subió las escaleras, casi arrastrando los pies, caminó por el recibidor, subió el desnivel que la llevaba a su habitación y cuando abrió la puerta, sin prender la luz, Casiopea vio cómo la luna alumbraba la caja.
En la oscuridad, el dorado brillaba y la blanquecina luz patinaba la madera recorriendo todos sus detalles. Como si de un imán se tratara Casio fue directo a los pies de la cama donde se encontraba la caja, la observó un tanto decepcionada y se acostó. En pocos segundos ella cayó en un profundo sueño, el colchón parecía arena movediza, lentamente su cuerpo se hundió y el portal al mundo onírico se abrió.
Casiopea había entrado en un enorme salón blanco.
—¿Hola?
Su eco se replicó en todas direcciones y vio cómo cinco relojes tomaban el tiempo de diferente manera, a lo lejos un timón giraba sin parar y de repente alguien la nombró.
—Casiopea, es hora.
Todo quedó a oscuras, los cinco relojes se elevaron brillando por sobre ella como estrellas y emitiendo luces parpadeantes, de a poco Casio reconoció el lugar, estaba en su habitación y se podía ver a sí misma dormida. “¿Otra vez?”, dijo con desesperación, no era la primera vez que Casio experimentaba este tipo de sueño, ella sentía las cosas tan reales que le costaba poder despertar de esa máxima tensión que le generaba aquel tipo de experiencias. Aunque a veces podía controlarlo, esta vez se le hizo imposible, como una polilla en medio de la noche, se vio atraída por la caja, esta emitía un extraño resplandor, era mágico y cuando se acercó para tocarla, experimentó un racconto de su vida con sus abuelos, calles, nombres, múltiples lugares, estaba reviviendo situaciones puntuales.
Casio había experimentado un tremendo flashback y debido a su intensidad, sus ojos se movían como locos debajo de sus párpados, sus facultades motrices eran escasas ya que no podía mover ni siquiera la punta de los dedos de su mano. Conmovida por soñar con sus abuelos, las lágrimas no tardaron en caer de sus ojos, lo más extraño y aterrador fue que sus cristalinas lágrimas se tiñeron de negro de un momento para el otro.
De repente en su habitación comenzó a llover tinta negra y las cartas se mojaron a tal punto que quedaron completamente manchadas.
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