La noticia causó impacto a nivel internacional y no tardó mucho en llegar a los portales de noticias argentinos, Marcelo estaba a punto de ir al trabajo cuando encendió la TV y vio los titulares Se sintió morir, no sabía cómo explicarles a su mujer y su hija lo que había sucedido. Con las pocas fuerzas que le quedaban subió a su cuarto, contempló a Marina durmiendo plácidamente y no podía evitar sentirse tan desgraciado, sabía que al despertarla su mundo se vendría abajo. Se recostó y cuidadosamente la abrazó, sus ojos estaban llenos de lágrimas, Marina se despertó, se dio vuelta y lo miró.
—Ay, amor, ¿qué pasa?, ¿por qué llorás? –Marcelo no podía decir ni “a”, solo la miraba horrorizado y la abrazó muy fuerte
—Se fueron, amor, nuestros papás se fueron. –Marina lo agarró fuerte de la cara.
—¿Cómo que se fueron?, ¿qué pasó? El avión ¿FUE EL AVIÓN?
—Sí, el avión se estrelló en una zona montañosa, no hay sobrevivientes. –Los dos lloraron desconsoladamente, sus almas estaban destrozadas, no podían soportar tanto dolor. Oyeron pasos y se limpiaron la cara, era Casio, ya estaba despierta, se acercó al cuarto de sus padres y había quedado en la entrada de la puerta, observándolos, estaba despeinada y en su mano tenía una cadena con un dije.
—Soñé con los abuelos… –Un escalofrío recorrió la espalda de Marina.
Los dos la invitaron a unirse a ellos y con el mayor de los cuidados le contaron lo que había pasado. Con tan solo once años Casio sintió por primera vez su corazón partirse en mil pedazos.
El teléfono comenzó a sonar, sus celulares también, pero ellos no quisieron hablar con nadie, no en ese momento. Se sentían muy mal, habían quedado huérfanos, esa sensación era horrible, Casio se había ido a su cuarto, quería estar sola, no entendía cómo había pasado semejante cosa. Su energía de a poco iba incrementando, la muerte de sus abuelos había generado un punto de inflexión peligroso ¿Podría llegar a ser que ese evento rompiera aquel hechizo y despertara? Sus emociones hervían, parecía una olla a presión a punto de explotar.
A las pocas horas, el timbre sonó, era Cristal y traía cuatro jazmines, Marina de inmediato abrió la puerta y las dos se abrazaron con tanta fuerza que parecían dos imanes, juntas se quebraron en llanto y luego ingresaron al domicilio. Ese día Casio decidió no salir de su habitación por nada del mundo.
Una vez en el comedor, Cristal, Marcelo y Marina comenzaron a charlar sobre sus padres, recordaron toda su infancia y los momentos más importantes que vivieron juntos, fueron ejemplares como padres y abuelos. Cristal les tomó la mano a los dos y les dijo:
—Cierren sus ojos y déjense llevar. –Como si fuese un calmante, ella les depositó en su memoria aquel recuerdo de despedida que les permitiría llevar mejor la muerte de sus padres. A través de las manos de Cristal fluía una energía tan poderosa y serena que de a poco recomponía el corazón de Marcelo y Marina Lo único que atinaron a decir fue: “Gracias”.
Esa tarde Cristal abandonó la casa sabiendo que dentro de un tiempo Casiopea despertaría, para su edad, era fuerte pero a la vez era frágil, ella estaría supervisándola de lejos
A raíz de los lamentables hechos, los padres de Casiopea decidieron vender su casa y mudarse a otro barrio para cambiar de aires y ambiente, aquella casa poseía muchos recuerdos. Habían decidido irse al sur de la ciudad, Barracas estaba bien, además quedaba cerca de sus trabajos y Casio no tendría que viajar mucho para llegar al colegio, uno de sus sueños era entrar al Nacional Buenos Aires, era hora de comenzar de nuevo.
Tres años después
Los últimos haces de luz coronaban la puesta de sol de un día agobiante de verano en la ciudad de Buenos Aires, una serie de extraños delitos habían tenido lugar en la famosa casa Calise, una escalera caracol se erguía hasta el quinto piso, un porcelanato de color verde oscuro era transitado por efectivos policiales. Una puerta abierta y una biblioteca revuelta eran la escena del crimen, hojas arrancadas de libros tapizaban la roja alfombra que adornaba el parque y los grises sillones de un moderno living, un olor a papel quemado circulaba por todo el ambiente, lo más extraño era que nada estaba quemado, ni siquiera había humo. El policía Aguirre tomó el ascensor con la dueña de la casa hasta la entrada, quien estaba muy nerviosa. Según las pericias policiales, las puertas y ventanas de aquel departamento dentro de casa Ce estaban intactas, era un claro indicio de que no habían forzado nada, solo habían entrado y robado algo
Debajo de la alegórica y excéntrica mampostería de aquella casa en Irigoyen al 2560, la damnificada, una señora petacona, de ojos marrones y rodete, hablaba con el Sr. Aguirre, un policía alto, delgado y narigón. Entre lágrimas le contaba al oficial que se habían robado un libro de características únicas, según la señora el libro poseía un valor histórico invaluable.
—¿Nombre, señora?
—Cristal Anestiades…
—Señora Anestiades, cuente un poco la situación.
Cristal le comentó que había recibido el llamado de un vecino suyo ya que había oído ruidos en su casa mientras ella no estaba, entonces dio aviso a la policía
—O sea que usted no efectuó el llamado señora Cristal
—Señorita, no, yo no, no entiendo cómo entraron, la casa estaba protegida, no tiene sentido. Sollozaba Cristal, el policía la miraba en una especie de plano picado y le preguntó:
—¿Qué aseguradora tiene? ¿TBM? ¿Miller? ¿Bairesen? –Ella lo miró contrayendo sus músculos faciales y extrañada le dijo:
—¿Pero de qué habla, hombre? –El oficial volvió su mirada sobre ella y le aclaró:
—De la compañía de alarmas le hablo. –Una moto a toda velocidad pasó como una estrella fugaz sin importarle la presencia policial y el sonido de aquel ajetreado motor dejó sordos a todos los protagonistas de la escena. La señora en medio del bochinche dijo algo como:
—Ellos no piden permiso. –El policía ya no entendía de qué iba el asunto.
—Señora, va a ser mejor que nos acompañe. –La mujer se resistió y con un gesto se plantó.
—¿Qué pasa si vuelven a entrar y yo no estoy? Ya es de noche, no puedo dejar la casa sola, ya no… –El policía intentó calmar a la señora y la convenció para ir a declarar a la comisaría de la comuna 3.
—No se preocupe, hay un oficial en la puerta de su departamento y uno de los móviles queda acá hasta que usted regrese. –Cristal sabía que no podía levantar sospechas, entonces decidió acompañarlo.
No muy lejos de allí, en el barrio de San Cristóbal, un antiguo caserón de 1920 se encontraba en deplorables condiciones, la mórbida mampostería desquebrajada permitía ver el paso del tiempo, las cicatrices de esa edificación parecían una metáfora que hacía alusión a los calamitosos acontecimientos ocurridos a principios del siglo XX, seguramente en sus tiempos, esa casa había sido la envidia de muchos, pero al parecer fue la perdición de otros, única en la zona y construida por un famoso arquitecto. La conocida ex casa Anda luchaba por mantenerse en pie. Las ventanas de la casa estaban rotas, vestigios de una cortina lánguida y percudida por la humedad de las lluvias remontaba vuelo sin ganas, las puertas principales estaban tapiadas con ladrillos impidiendo así el paso de cualquier ser que transitara la zona. Rogelio, un florista de la cuadra, terminaba su turno en su pequeño puesto de flores, eran las ocho de la noche y a pesar de ser viernes no había mucha gente en la calle, claro, era fin de semana largo y la mayoría había salido de la ciudad. Una vez que cerró las verdes rejas del puesto de flores, miró su reloj y vio que estaba quieto, sintió un frío escalofriante, y se percató de que ya no había ruido de tránsito, ni siquiera gente, parecía que se había quedado solo, apenas pudo percatarse de que las flores se habían marchitado todas de un momento a otro Al voltearse, de la nada, una voz suave y gentil le dijo: Somnium Aeternam. El señor se desvaneció y cayó en medio de la vereda, cinco personas con ropajes negros y un libro en la mano atravesaron fantasmalmente esas puertas tapiadas de ladrillos y desaparecieron sin dejar rastros, Cristal tenía razón, ellos no piden permiso
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