La enfermera que los había recibido se acercó a Marcelo y le dijo el número de habitación a la que habían llevado a su esposa y a su hija. Por educación volteó para saludar a la señora, pero ya no estaba Se sintió extraño por unos segundos, pensaba a dónde se podría haber ido.
—Señor, acompáñeme así lo guío hasta la habitación. –Sin más que hacer en aquel desolado pasillo, Marcelo y la enfermera se dirigieron a la habitación 1081. La puerta se abrió y en la cama se encontraba Marina con su hija en brazos, la enfermera se despidió y antes de cerrar la puerta les dijo–: Felicitaciones, familia. –Marcelo se acercó a la cama y comenzó a llorar de felicidad, la espera había terminado, se inclinó y besó en la frente a Marina.
—Te amo, hola, hija, soy papá –Los pequeños ojos de la bebé todavía no se abrían, pero sonreía y eso les llenó el corazón de amor y felicidad a los dos Pasaron la noche en el hospital hasta la mañana siguiente. El doctor de cabecera examinó a Marina, a la beba y satisfactoriamente les dio el alta.
Los tres tomaron un taxi y se dirigieron a su casa, esta vez el trayecto fue corto, dentro del auto solo se respiraba felicidad y el daño que había ocasionado la tormenta pasaba desapercibido para aquellos dos padres primerizos y esa bebita recién nacida. El taxímetro marcaba setenta pesos, pero Marcelo agarró cien y con una sonrisa le dijo al chofer–: Guarde el cambio.
La mañana era fría a pesar de estar en pleno verano, los dos se bajaron del auto y antes de entrar a la casa, se percataron de que la rama del árbol, ya no estaba… Marcelo abrió la puerta de entrada y Marina le dijo a la beba:
—Bienvenida a casa, Casiopea…
Los meses fueron pasando y los padres notaron que su hija tenía algo que la hacía única, eran sus ojos. Casiopea padecía heterocromía, una rara mutación genética que produce que los ojos sean completamente diferentes, en este caso un color turquesa teñía su iris del ojo izquierdo y un color ámbar el derecho, sus abuelos no tardaron mucho en ir a conocerla. Al año los padres de Marina habían viajado de Barcelona a la Argentina para conocer a su nieta Casiopea. Desde el primer instante en que la vieron y la tuvieron en brazos sabían que era una bebita muy especial.
Era tanta la alegría que tenían que ya estaban planeando llevarla a conocer Barcelona. Por otra parte los padres de Marcelo también estaban obnubilados con Casio. Pasaron los años y Casiopea comenzó a viajar de muy pequeña en avión, pasó mucho tiempo yendo y viniendo entre la Argentina y España. Tenía una relación increíble con sus abuelos, ellos le enseñaban de todo y ella con gran agilidad aprendía rápido, muy rápido. A los cuatro años ya hablaba español y un poco de catalán, le encantaba pintar y solía tener amigos imaginarios a donde quiera que iba A los ocho años ya había aprendido a hablar en inglés, tenía facilidad para los idiomas, pero también tenía habilidad para otras cosas Ella tenía sueños premonitorios y la mayoría de las veces atinaba, pero otras no… En algunas ocasiones les contaba a sus abuelos que cuando los extrañaba se tiraba en la cama, se dormía y los visitaba. Los cuatro abuelos sabían que Casiopea tenía cualidades únicas. Ella podía hacer cosas que otros no, pero al ver la velocidad con la que su magia se desarrollaba decidieron por el momento que lo mejor era que esas habilidades quedaran adormecidas, así que por seguridad idearon un plan.
Además de esa extraña mutación genética, Casio a partir de los 4 años había comenzado a presentar una seguidilla de comportamientos extraños, los cuales no solo la alcanzaban a ella, sino que también surtía efecto en el mundo que la rodeaba. Una noche Marina estaba doblando ropa en su habitación y sintió voces, pensó que era la TV de Casio, por lo general siempre estaba encendida. Las palabras sueltas y las risas provenían de la habitación de su hija y sigilosamente dejó de hacer lo que estaba haciendo para salir al pasillo y acercarse en puntas de pie al cuarto de Casio. Al abrir la puerta suavemente como una espía se quedó quieta sin emitir palabra, por la brecha se podía ver la acogedora habitación de Casiopea, la cual estaba pintada de violeta y blanco, una lámpara proyectaba formas de estrellas y lunas contra la pared de su cama y alcanzaba parte del techo, había juguetes por todos lados. Lejos de estar viendo la TV, Casio estaba en la otra esquina de la habitación sentada cruzada de piernas, con su cabeza inclinada.
En ese rincón la luz casi no llegaba, la pequeña miraba el techo en la conjunción de la esquina y hablaba cosas sin sentido, algunas palabras eran irreconocibles y se reía como si estuviera viendo un número de comedia, ella decía:
—Bajá, Melia. Bajá. –Repentinamente se dio vuelta, miró a su madre y se revolcó en el piso riéndose como loca, extendió sus manos y le pidió un abrazo. Marina abrió por completo la puerta y sin dudarlo la levantó a upa y le hizo cosquillas en la nariz.
—¿Con quién hablabas, Casi?
—Con la “señoda” Melia. –Marina la miró y le preguntó si era otra de sus amigas imaginarias... Pero Casi no dijo más nada, se quedó callada y comenzó a jugar con su pelo. Mar no le dio mucha importancia, pero sintió un escalofrío al ver que su hija le estaba hablando a la oscuridad…
Otra de las experiencias inusuales se dio cuando su padre la llevó por primera vez a comer helado.
Mientras viajaban en el auto hacia la casa de los helados, Casio repetía cuatro números todo el tiempo, cuatro, seis, nueve, uno... Cuatro, seis, nueve uno… Marcelo se reía porque parecía una contestadora telefónica. Al llegar los dos caminaron de la mano hasta la puerta, donde se toparon con unas mesitas y unas señoras muy coquetas sentadas.
Una de ellas se bajo sus gafas de sol y miró a Casiopea.
—¡Qué linda nena! –Marcelo largó una carcajada de compromiso y agradeció el cumplido, la pequeña mano de Casio tiró de las mangas del suéter de su padre y le señaló la dirección… 4691, Marcelo nunca le había prestado atención a la altura de la calle, solo se había guiado por su memoria visual, pensaba que ella había visto alguna dirección en algún imán de la heladera, ya que siempre andaba hurgando por todos lados. Entraron de la mano y caminaron hasta un hermoso mostrador de madera color roble claro, un vidrio separaba al público de los helados y Casio en puntas de pie intentaba ver qué había ahí dentro, de pronto sus ojos se abrieron bien grandes observando los intensos colores de los helados, parecía una paleta con acuarelas.
Un empleado extrovertido no tardó mucho en caer hipnotizado por los increíbles ojos de Casiopea,
Parece un siberiano, pensó.
—Hola, ¿qué van a llevar? –Antes de que su padre emitiera una palabra, Casio abrió su boca, apuntó con su dedo y le dijo:
—Papá, dulce “leleche”, chocolate y pistacho y yo “furutilla”, limón y chocolate... –Marcelo desconcertado volvía a forzar una sonrisa.
—Ya la escuchaste… –Sacó su tarjeta de débito y pagó los helados. Los dos se sentaron en un cómodo sillón de color azul noche, debajo de un cartel de neón en forma de cucurucho.
—Despacito, está muy frío y te podés congelar. –Casi lo miró y se echó a reír.
—¿Cómo me voy “gelar”? –Sin mucha importancia a la advertencia de su padre probó un gran bocado y con una expresión enfática apretó sus pequeños dientes de leche, abrió los ojos y sus manos temblaron, parecía que estaba dentro de un cohete espacial en pleno despegue. Marcelo la miró y le dijo:
—¿Viste?... –La sensación de a poco fue desapareciendo y el helado había sido una experiencia increíble, era un viaje de ida, la mezcla de los tres sabores habían deleitado el novato y joven paladar de Casio. Al terminar se dirigieron a los lagos de Palermo. Para Marcelo el ejercicio de manejar era casi terapéutico, el día era espléndido, el sol brillaba y en la radio sonaba “20 de enero” de la Oreja de Van Gogh, fecha en la que había nacido Casio. El recuerdo de la misteriosa señora en el pasillo del sanatorio cobraba protagonismo, no solo por la canción sino también por la situación en la heladería, por segunda vez en su vida alguien se había metido en su cabeza, pero esta vez ese alguien había sido su hija. Esa noche Marcelo y Marina estaban acostados haciendo zapping, ninguno emitía una palabra pero sus gestos manifestaban todo lo contrario, las miradas iban y venían, hasta que Marina no aguantó más y largó:
Читать дальше