Rut H. Sánchez - Las tres lunas

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Durante siglos, los brujos han permanecido ocultos de la humanidad, pues un día quisieron acabar con ellos por miedo a la magia. Expulsados del mundo y convertidos en simples personajes de historias fantásticas, viven escondidos bajo estrictas leyes que no les permiten regresar. Tras de cientos de años, Antia no desea seguir los pasos de sus antepasados y mantenerse oculta: quiere ver qué hay más allá de la línea de protección que los ha mantenido a salvo todo ese tiempo. Una fuerza interior la obligará a saltarse las normas para descubrir si todo lo que le han contado es verdad o una simple historia distorsionada. Sin embargo, lo que nadie esperará será que otros manejen los hilos de su vida, sin ser ella consciente. Antia se adentrará en el mundo
hominum decidida a descubrirlo, sin saber que ese impulso la llevará a formar parte de una profecía. Tres lunas, el poder del amor, la fuerza de la magia y la valentía tomarán el control del libro que tienes entre tus manos.

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Cada noche, cuando todos estaban durmiendo, Antia encendía velas azules ungidas con aceite de gardenia en el pequeño altar que creo para que Hécate protegiera su casa y a los que allí vivían. Siempre pedía lo mismo, que nadie descubriera lo que eran en realidad y que su familia no estuviera buscándola, que hubieran decidido desterrarla de sus vidas en todos los sentidos.

Los días pasaban y las niñas seguían haciendo cosas que escapaban del control de Antia. Era magia simple, que a ojos de los hominum podía parecer casualidad, pero su madre sabía que no. Sencillas tormentas en una pequeña zona cada vez que Velia se enfadaba con sus hermanas porque ellas la chinchaban, algo que hacían a menudo Clelia y An; cuando Velia empezaba a correr diciendo que una sombra la perseguía o descubrir que hablaba con todo bicho viviente que se le cruzase como si este le contestara y pudiera entenderlo. Todo casualidades que para nada lo eran.

A pesar de todo, las niñas eran felices e intentaban obedecer a sus padres desde que les explicaron que mientras estuvieran en el colegio no hicieran nada extraño y que Velia no se enfadara ni amenazase a sus hermanas con castigarlas sin sus gatos de peluche si la molestaban de cualquier manera.

Pero hubo una noche, justo cuando marcaban las doce, cambiando de día y llegando el sexto cumpleaños de las trillizas, en la que Antia se despertó asustada y empapada en sudor, completamente muerta de miedo. La pesadilla de esa noche no fue como las demás. Aquella era premonitoria, algo en su interior se lo gritó.

Sin llegar a levantarse de la cama, despertó a Efrén sacudiéndolo como si fuera un saco, desesperada porque despertara. Lo logró después de un par de eternos minutos, cuando él consiguió salir de su profundo sueño y se dio cuenta de que no era un terremoto, sino su mujer. Antia tenía las facciones contraídas y los ojos casi fuera de las órbitas, una imagen de auténtico terror.

—¿Ha pasado algo? —Efrén se puso de rodillas sobre la cama, enfrente de ella, y le acarició las mejillas intentando calmarla.

—¡Aún no! ¡Tenemos que irnos ya! —casi le gritó.

—Pero ¿qué es lo que pasa? —le preguntó empezando a contagiarse de su angustia.

—¡Lo he visto! ¡Tenemos que recoger lo que podamos e irnos lo más lejos posible! —Antia se había levantado de la cama y comenzó a sacar cosas del armario.

—Por favor, Antia, explícamelo. Necesito saber qué está sucediendo. —Efrén logró que parase un momento.

—Las he visto dentro de mi cabeza. La protección que nos he proporcionado ya no es suficiente y nos han encontrado. Vienen a por mí y no sé cuándo llegarán.

—Cálmate. Tal vez no vaya a pasar nada malo. No sabemos si te han perdonado que te fugaras. —Efrén estaba convencido de la verdad de sus palabras, pero debía mantener la calma.

—Efrén, las he visto tan claro como te veo a ti y saben que estás conmigo. No vienen contentas. No dudes que no nos harán nada bueno y ten la seguridad de que, si nos encuentran, no permitirán que sigamos juntos.

—¿Saben algo de las niñas? —Aunque lo intentó, no pudo evitar dejarse llevar por el nerviosismo. No podían tocar a sus hijas.

—Creo que no, aunque no puedo asegurarlo. ¡Vámonos, por favor!

—Dime qué tenemos que llevarnos y en menos de media hora estamos fuera de esta ciudad. Aunque no servirá de nada si no encuentras la manera de volver a ocultarnos de su poder. —Efrén había empezado a ayudar a Antia y metía en dos maletas que habían colocado sobre la cama lo que ella le daba.

—En el coche ya veré qué puedo hacer con la protección.

El miedo a ser encontrados hizo que sus movimientos fueran mucho más rápidos y precisos que nunca.

El gran maletero ya estaba cargado con lo que creyeron más importante, tan solo faltaban las pequeñas, que seguían durmiendo sin tener ni idea de lo que estaba ocurriendo en su casa.

Con todo el cuidado del que fueron capaces en el estado de nervios en el que se encontraban, les pusieron las chaquetas a las niñas sin que llegaran a despertarse.

—¿Adónde vamos? —le preguntó Velia a su padre sin conseguir despegar sus ojitos.

—Vamos de excursión —le explicó Efrén, que la había cogido en brazos, mientras colocaba su rubia cabecita sobre su hombro para que volviera a dormirse.

Hizo exactamente lo mismo con las dos que faltaban mientras Antia se quedaba al lado del coche, para asegurarse de que estuvieran bien sujetas y taparlas con la mantita que cada una tenía. En el momento en el que Efrén cerró la puerta del que hasta ese momento había sido su hogar, Antia notó un fuerte escalofrío que la obligó a girarse.

Suspendida en un cielo plagado de pequeñas y brillantes lucecitas, una enorme luna de sangre le gritó que corriera tanto como pudiera sin mirar atrás, pues algo muy malo estaba a punto de suceder.

Jamás hasta ese momento deseo ser una hominum en vez de una bruja. Si así fuera, su familia, la que ella había escogido a pesar de prohibiciones, reglas y brutales castigos por desobediencia, estaría a salvo.

Si la leyenda fuera cierta, ella no se vería huyendo, todo sería muy diferente. Pero era solo eso, una leyenda… Tal vez.

En cuanto los cinco estuvieron en el coche, con las niñas otra vez profundamente dormidas, se pusieron en marcha sin mirar atrás y sin rumbo.

Antia fotografió mentalmente cada una de las calles, edificios y parques iluminados por las luces de las farolas que fueron cruzándose en su camino y se odió más que nunca por no tener el poder suficiente como para enfrentarse a las tres brujas que venían a por ellos.

De repente, salidas de la nada, a unos cincuenta metros del coche aparecieron tres figuras. Antia, a pesar de no poder verlas con claridad, supo quiénes eran.

—¡Efrén, para el coche y da media vuelta! ¡Ya! —El grito que propinó fue tal que acabó despertando a sus hijas—. ¡Nos han encontrado! ¡No puedo permitir que descubran a las niñas!

—¿Qué pasa, mamá? —le preguntó Clelia entre bostezos.

—Nada, preciosa, solo que necesito que agachéis las cabezas y os cubráis con vuestras mantas.

—¿Vamos a jugar al escondite? —le preguntó An con una sonrisa.

—Sí, cariño, y hasta que no os encontremos no podéis descubriros —le explicó Efrén al darse cuenta de que su mujer tenía la mirada fija en un punto mientras murmuraba algo. Trataba de protegerlos.

Efrén intentó dar marcha atrás para alejarse de un peligro cada vez más grande. Hasta aquel momento, todo lo que Antia le había explicado sobre lo que podría pasarles si los encontraban le había parecido algo exagerado, aunque nunca se lo había dicho. Lo que aquellas mujeres le hacían sentir con el poder que desprendían era escalofriante. No lo consiguió, por mucho que intentó que el coche se desplazara, fue imposible.

—¡Antia, no puedo moverlo!

—Lo sé, son ellas. Intentan entrar en él. Quieren que vuelva con ellas al precio que sea. Saben lo que eres y no quieren que puedas explicar nada de lo que sabes sobre nuestra magia. —Intentó disimularlo, pero no pudo. El miedo y el poder la llenaron por completo. No se veía capaz de pararlas.

Sin dar un paso hacia ellos, las tres levantaron al mismo tiempo un brazo hacia la luna de sangre y el otro lo dirigieron hacia ellos. Antia supo que, si no encontraba un encantamiento, solo ella saldría viva de allí y no podía permitirlo.

Las voces de las tres mujeres vestidas con largas túnicas se alzaron en un cántico que solo alguien con sangre mágica podría entender.

En aquel momento, mientras veía cómo Efrén intentaba con todas sus fuerzas que el dichoso coche se pusiera en marcha, ella recordó una antigua canción que escuchaba a menudo cuando era una niña no mucho mayor que sus hijas. No estaba segura de que fuera a funcionar, pero la desesperación la obligó a probar. Agarró con fuerza el amuleto familiar que llevaba colgado al cuello y empezó a cantarla.

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