Si salvas al mundo, te salvas a ti.
En el agua nacen los insectos,
en el agua nace la flor
y las aves ya vuelan sobre el cielo.
Si salvas al mundo, te salvas a ti.
En el sueño, un mar encolerizado y violento le amenaza; grandes olas salpican sobre los muros y Torre Maró se rompe; el agua entra por todas partes. En la orilla, un grupo de nativos enloquecen. Ruge una gran tormenta y una nave despliega su vela. La gente llora, el mundo enloquece y una montaña comienza a escupir fuego.
***
—Desayuna con nosotros, tenemos trabajo y hay que fortalecerse antes de emprender la tarea —le invita Océano.
Hace presenciaAsián, vestida de rojo y abrigada por un jubón cobrizo.
—¿Descansaste, comandador?
—Más o menos, aunque me asaltaron pesadillas.
—Esta casa guarda sueños —manifiesta Asián, ofreciéndole un tazón de leche caliente junto a unas magdalenas.
—Se levantó temprano y las hizo especialmente para ti —le indica Océano con cierta ironía en sus palabras.
—No debías de haberte molestado, Asián.
—¿Y ese tobillo, mejora?
—Parece que tus aguas hicieron el concebido efecto.
—Acompáñanos si te apetece, ya luego continuaremos conversando.
—Así podrás presenciar nuestra rutina en la granja —dice Asián mientras sopla, enfriando la leche.
Miles de pájaros cantan por el sendero. El camino que rodea el lago parece aún más hermoso a la luz de la mañana. Asián se muestra alegre y coquetea. Monta un precioso rocín color azabache y del que Dulzura se enamora al instante. Le sigue Océano, sentado sobre un pequeño carromato del que tira un burrito blanco. Se trasladan a un lugar que le recuerda a la fuente del bosque. Es una cavidad natural de poca profundidad, donde brotan pequeños hilos de agua.
—Lo primero es lavar las botellitas de cristal para luego rellenarlas —le cuenta Océano.
—Nos fue dictado en un sueño —le explica Asián.
—Las aguas limpian la memoria de las almas y les ayuda a aliviar sus recuerdos —añade Océano.
Ixhian asiente con la cabeza, sin percatarse de la procesión que se acerca. Océano toma asiento en un sillón tallado en la piedra. Entonces, su porte delicado se vuelve imponente; recibe a las almas de una en una, y estas, al beber, recuperan el aliento. Se acercan con ropajes roídos o desnudas, estableciendo un clima de inquietud en la caverna. Asián les ofrece su agua y les sonríe, calmándolas. Ahora le toca el turno a una niña, cuyos ojos desesperados encuentran los del comandador.
—Quiero ver a mi mamá. Ella se la llevó, vino de noche y la empujó a la oscuridad.
Conmovido, el comandador intenta abrazar a la niña, pero Océano lo aparta con premura.
—Un muerto no se debe tocar —le dice.
—Ve con el padre, hija —interviene Asián, que le señala a Océano.
Este toca su cabeza y la niña cae arrodillada. Asián le ayuda a incorporarse y ambas se marchan cogidas de la mano.
—Ixhian, ocupa tú el lugar de Asián y reparte el agua que yo te vaya indicando.
Así van pasando todo tipo de espíritus con la apremiante necesidad de ser orientados. Pasada la mañana, recogen las botellas e Ixhian comprende el alcance de cuanto sucede en Paradiso.
***
—Asián, ¿por qué estáis aquí? —le pregunta el comandador.
La Mariposa le coge de la mano e inician un largo paseo bajo el efecto del agua y las flores.
—Hace mucho tiempo y en una noche de verano un grupo de personas aguardaban en una playa. —Asián habla mirando al frente, sin detenerse—. Un pueblo se disponía a partir en busca de una isla de la que se decía que hallarían la salvación. Era un día de mucho frío y densa bruma. Recuerdo a Océano alzado sobre una roca, mirando el mar. Estaba inmenso, gigante diría. Por aquellos años las grandes Madres huían refugiándose en el Urbián y al amparo de Melodía. La ciudad de Larilia había caído y con ella Daniela, por lo que esperábamos lo peor. Mi cuerpo era distinto al de ahora, mis cabellos eran de oro y mis ojos de un azul mineral. En el instante que relato tenía dieciséis años y mi destino ya estaba predestinado desde mi nacimiento. Océano, mi maestro, había prometido salvarnos a todos excepto a mí. Ellos se marcharían, pero yo aguardaría la llegada de las Madres para cruzar hacia Paradiso. Incomprensiblemente, y justo cuando todo se hallaba dispuesto, Océano renunció a dirigir la expedición. Toda la vida por un instante. Curioso el destino, ¿verdad? Vino a mí y juntos nos refugiamos en la espesura de la montaña. Con dicho acto, Océano cometía una falta irreparable y nos condenaba a todos. Por eso, tu camino y el de Océano van unidos, conformáis una misma circunstancia; el amor y su renuncia, aunque con evidentes diferencias —termina de contar Asián.
—¿Qué ocurrió con la gente que aguardaba en la playa?
—El ejército comandador arrasó. Buscaban a quien estaba predestinada a ser la sacerdotisa del santuario de Arduria Muzá, y Océano, a cambio de un amor, sacrificó a toda una comunidad. —Asián lo mira intensamente mientras habla.
***
—El amor. Mi primera pregunta sería la causa que lo origina. ¿Es el deseo amor? Estarás de acuerdo conmigo que sin amor no se puede alcanzar la dicha ni el conocimiento. ¿Tienes algo que añadir, comandador? Sin amor qué poco sentido tiene todo y qué cosa tan pueril sería la vida —comenta Océano, formulándose preguntas para sí.
—¿La ayuda que ofrecéis a las almas no es acaso amor?
Océano abre los ojos.
—¿Te han afectado las aguas, muchacho? ¿O quizás te ha embriagado el perfume de las rosas? Me refería a algo mucho más simple: el amor a una mujer; se cuenta que la abandonaste por salvar la vida de muchos.
—No puedo contestarte a eso, no sé qué debo decir.
—No te engañes, Ixhian. Estás aquí porque ella te lo pidió. Todo es tan simple… —Lo observa con tal intensidad que el comandador no puede mantener su mirada.
—Cuando hablo del amor, hablo de ese sentimiento que supera toda dualidad, esa emoción que embriaga la existencia y la pone boca abajo. Hablo de esa materia que supera cualquier tipo de entendimiento. Y dime, si te atreves, ¿cuánto darías por volver a encontrarte con ella? —Las palabras de Océano le producen turbación y curiosidad a la vez, ya que no sabe hacia dónde se dirigen—. Dime, Ixhian, si ella te pidiese que abandonaras esta misión y regresaras a su lado, ¿qué le dirías?
—No fue solo ella quien me lo pidió. También estaban mis maestros. Ellos han depositado su confianza en mí, nunca podría defraudarles.
—Precisamente a ese punto quería llegar. Si todo dependiese de una simple decisión, ¿qué harías, Ixhian? ¿La elegirías a ella o a tus maestros?
Ixhian dirige su mirada hacia el lago sin atreverse a declarar.
—Si ella me llamara, acudiría a su lado como el rayo.
Océano sonríe, su rostro se emociona ante la respuesta del comandador.
—Así de simple, ¿verdad? Ese es mi pecado, lo abandoné todo por ella. En ese momento se acerca Asián, sus pasos parecen cansados.
—Tengo que ir lejos, en busca de las aguas que combaten la rabia y el desencanto.
—Siéntate con nosotros, querida. Hablábamos de guerras y batallas —le pide Océano, guiñándole un ojo.
—Cuando se os deja solos, los hombres siempre deriváis la conversación a más de lo mismo. No hay tema que os guste más que ensalzar vuestro ego y su consabida competitividad. Estoy cansada y reconozco que esperaba la llegada del elegido de otra manera, ¿por qué no decirlo? —Ixhian disimula, intenta dominar el desconcierto que le producen las palabras deAsián—. Comandador, dime, ¿eres tú aquel que esperábamos? —le repite Asián, suplicándole—. Si es así, libra a Océano de su carga y sácanos de aquí.
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