Al día siguiente, el Gordo los invita a dar un paseo. Se encuentra ansioso de mostrarle su jardín.Atraviesan por unas callejuelas que parecen derrumbarse y donde se perciben multitud de bártulos desperdigados, trozos de quillas, maderos, guijarros, cuerdas, más alguna que otra escultura mitológica. Así, nuestros hombres conocen un lugar llamado Aldea Galeón, alcanzando una pequeña arcada bajo la cual se adentran en el jardín.
—¡He aquí a mis manzanos! —Godo Gum abre los brazos, gesticulando—. Mis queridos amigos, este es mi jardín. ¡Bienvenidos seáis! ¡Todos los manzanos del mundo! —Teatraliza el Gordo, mientras vocifera lo más alto que puede.
Ixhian le dirige una mirada al Gris y este le hace señas para que guarde silencio. Entretanto, el anfitrión avanza como un tiovivo mal sincronizado.
—Los he coleccionado durante toda mi vida y algunos han sido rescatados en situaciones muy comprometidas; debéis creedme. Pero ahora todos comparten sus dichas y vicisitudes en este jardín especialmente levantado para ellos; mirad cómo asoman sus frutos ¡Aquí! ¡Aquí! No menos de tos mil especies diferentes —alardea el Gordo, saltando y dando palmadas en el aire.
—¿Tos mil? —el comandador se asegura de la expresión.
—Sí, tos mil. Los tengo todos, no creo que me falte ninguno. —El Gordo, colorado como un tomate, se frota las manos.
—¿Cuánto se tarda en cruzar este jardín? Parece enorme —apunta el Gris en un intento de suavizar el desenfreno del Gordo.
—No mucho. Si vas aprisa, en dos días puedes estar fuera. Y si no, te quedas atrapado de por vida, no hay otra. Todavía queda sitio de sobra, aunque me da que al final terminas convertido en otro manzano —lanza una sonora carcajada el anfitrión.
—A este no le circula bien la cabeza —dice Ixhian en voz baja, mientras el Gris le insiste en que guarde silencio.
—Venid, os voy a enseñar algo muy particular.
Atraviesan un estrecho pasillo hasta dar con una glorieta, donde unas pequeñas barandas ofrecen protección a un árbol.
—¿Veis? Observad qué ejemplar más curioso.
Un manto de hojas envuelve el tronco y entre sus ramas se puede percibir un nido de pájaros.
—¿Es primavera en Paradiso? —cuestiona Ixhian en voz alta.
—En este jardín es la estación que yo quiera, ¿me entiendes? Dejaos de sandeces y contemplad esta maravilla única en su especie. Frente a ustedes os presento al árbol de Eris.
El Gordo hace una reverencia. Bajo el árbol se exhibe una manzana protegida por un cristal. Emocionado, toma la manzana.
—¡Con rendimiento y pleitesía, que es una de las más valiosas de mi colección! Una manzana de oro perfectamente pulida y de la que, si os fijáis bien, sobresale una minúscula rama con dos hojas a cada lado.
—¿Qué dice en la manzana, Gordo? —pregunta el Gris.
—«Para la más bella». Es un idioma de los viejos dioses magnificentes, cuando el mundo merecía la pena recorrerse. Pero ustedes entendéis poco de esas cosas.
—¿A quién perteneció la manzana? —se atreve el comandador.
—Esta manzana fue un regalo para la boda de Tetis y Peleo. Ella fue la causante de la discordia entre las mujeres más poderosas del mundo. Esta manzana desencadenó el rapto de la sublime Helena, la más bella mujer de todo el Egeo. —Ambos hombres se miran incrédulos.
—Estás de broma, ¿verdad, Gordo? —interviene inoportunamente Ixhian.
En eso que el Gordo comienza a enrojecer. Los brazos le tiemblan convulsivamente y su cuerpo se hincha, aún más si cabe, resoplando como si le faltase el aire. Sus ojos parecen salir de sus órbitas y, para colmo, comienza a lanzar llamaradas de fuego por la boca. Ixhian y el Gris se lanzan al suelo, cubriéndose la cabeza con las manos.
—¡Gordo, basta! ¡Gordo, basta! —grita el Gris.
Pero ya no hay Gordo en el mundo y todo lo que queda de él se ha convertido en una nube que resopla, levantando un viento encolerizado que hace estremecer los árboles.
—¡Gordo, perdónalo! Tan solo está un poco sonado, tú supiste una vez lo que es pasar por eso. ¡Perdónalo! —grita el Gris.
La furia del viento comienza a desistir, los manzanos mecen sus ramas y Gum llora como un niño pequeño sentado sobre el suelo.
—Discúlpate, Ixhian. Anda, pídele perdón, que el Gordo es muy sensible.
Sin dar crédito a cuanto está sucediendo, nuestro hombre intenta hacerle razonar.
—Señor Gum, no sabía lo que decía. A veces me pasan estas cosas. Mi mente se encuentra confusa, intente comprenderme ¿No sabe aún por qué estoy aquí? ¿No se lo contó el Gris? —El errante lo mira aterrorizado.
—El hijo del gran Ulma, el Dasarí, está aquí y viene para ofrecerle sus respetos. Ha sido designado para solicitar el regreso a las Mariposas. Sus hazañas se comentan por toda la Isla. Si lo deseas, podemos compartir sus aventuras durante la cena.
El Gris intenta hacerle entrar en razón y le muestra la joya que asoma bajo la camisa de Ixhian.
—Vale, te perdono, pero quedamos en eso.Tú me cuentas esa historia mientras cenamos, pero que no se vuelva a repetir, te lo aviso.
Con tremenda precaución continúan visitando el jardín hasta alcanzar un nuevo reservado, tras el que se esconde un coqueto huerto.
—¡Mirad! —señala el Gordo hacia un nuevo árbol, en el que se expone una manzana atravesada por una flecha.
—¿Veis? Esta es la manzana de Guillermo Tell, nada más y nada menos. Curiosa, ¿verdad? Ya sabía yo que os gustaría.
Ixhian contiene el aliento intentando no hacer ningún comentario, dado que no se pueden permitir un nuevo percance.Aun así, su tremenda ingenuidad le hace preguntar:
—¿Te costó mucho obtenerla, Gordo?
Cada vez que el comandador interviene, el Gris se echa a temblar. El Gordo se queda pensativo ante la pregunta y con la mano en la barbilla le contesta:
—Sí, tuve que convencer a mucha gente para que saliera a subasta hasta que al fin fue mía y ahora, como una hermosa flor, se complace al sur de mi jardín.
Seguidamente se introducen tras unos canales por donde circula generosamente el agua.
—¡Ah, mirad este! —vuelve a replicar Gum.
Sobre una mesa de piedra en forma de altar y cubierta de musgo se haya depositada una rama con tres manzanas de oro.
—¡Qué hermosura! ¡Cuánto hacía que no paseaba por este rincón, digno de los mejores tiempos! ¡Mirad este tesoro! Regalo de un cíclope en la isla de Delos, os presento esta maravilla llegada desde el Jardín de las Hespérides. He aquí el codiciado tesoro de Euristeo de Tirinto. ¡Acogedla, acogedla!
El Gordo levanta la tapa de cristal y extrae una ramita con tres manzanas de oro.
—Protegida por un fiero dragón le fue arrebatada por el viejo Hércules. ¡Qué buen tío! ¡Eso era un hombre, y no los de ahora! Contemplad esta joya que descansa en un rincón de mi jardín, como si tal cosa. Aquí no te hacen falta dragones que te cuiden ni protejan. El Gordo está aquí, pequeña. El Gordo cuida de todas vosotras. Descansad tranquilas, manzanitas mías.
Ixhian tiene la sensación de formar parte de una escena teatral.
—¡Hacia el oeste! Pongamos rumbo hacia el oeste, donde vive la niebla y el viajero sueña.
El Gordo parece poseído por una energía extraordinaria y, sin duda, no es la misma persona que los acogiera el día anterior.
—Por favor, tened mucho cuidado. Seguidme y no haced ruido, que se asustan los espíritus.
Alcanzan un paraje donde reina un silencio sepulcral y en cuyo centro se aprecia un árbol cuyo porte y aspecto produce visiones. A sus pies, le guarda pleitesía una piedra solitaria.
—Ahora sí que estamos en el oeste del mundo. ¡Venid, arrodillaos! Es el manzano padre, lo último que queda de una tierra bendecida. Mientras se mantenga su recuerdo, estaremos todos a salvo. En Ávalon aún reina el poder del estío.
Читать дальше