Ricardo Reina Martel - Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso

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Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso: краткое содержание, описание и аннотация

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Segundo cuaderno de la saga Cartas a Thyrsá, en la que se relata la historia de Thyrsá e Ixhian. En esta segunda parte, el autor da prioridad a Ixhian; quien habrá de sumergirse en un mundo paralelo para despertar a las llamadas Madres Mariposas, aquellas que fueron confinadas a la tierra de Paradiso. Leyendas antiguas que regresan como último reducto de esperanza para una sociedad en plena decadencia y con la amenaza de una gran guerra llamando a sus puertas y la añoranza del retorno del matriarcado que imperaba en la Isla en sus tiempos de esplendor.
Ixhian y el Gris, el caballero errante, se introducirán en un mundo onírico, donde la fantasía superará cualquier atisbo de realidad. Con el encuentro y el amor de fondo, Ixhian intentará estimular con su presencia a cada mariposa para que inicie su regreso a la Isla. Por otro lado, Thyrsá, a través de una relación epistolar, irá relatando sus aventuras al tener que huir de Casalún, el pueblo de las mujeres, e intentar obtener refugio en la selva del Urbián. Siguiendo la línea del primer libro, el mensaje principal es el desgarro que supone la separación y encuentro con quien amamos, tema universal y clásico en la literatura de todos los tiempos. Y es que todos poseemos un lugar en el corazón, una zona que, consciente o inconscientemente, hemos levantado para poder refugiarnos y alejarnos del dolor o la incertidumbre.

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Cuídate, mi amor.Yo continuaré velando por esta tierra que tanto estimo, pues algo muy dentro me dice que es mi presencia la que contiene su ataque. Algunas tardes monto sobre Anais y acompañada de Eleonora y Asián cabalgamos hacia la fortaleza del Mananú, donde monta guardia todo un destacamento de guerreras mayas. Desde su mirador comprobamos que el horizonte se mantiene en equilibrio y nada lo altera. Archa y sus sibilinas levantan ruedas de protección durante la noche, por lo que ahora toda nuestra confianza está puesta en ellas, aunque también en la luz que baña el Valle de Tara, ya que es de buen juicio pensar que Kudra nunca atacará bajo cielo abierto.

4. La granja del lago

Asián, la segunda mariposa

«Cuando el mundo era silencio, llegó la lluvia y se creó la música. Luego, aparecieron los frutos y con ello la vid. Se nos ofreció el vino y con ello la posibilidad de soñar. Por otro lado, el mar brindaba un desafío a la vez que libertad. Los adoradores eran una corriente de pensamiento ya desaparecida. Vivían casi desnudos y no necesitaban nada para sí. Su cometido principal consistía en adorar el mar. Eran una raza muy antigua, cuyos practicantes se engalanaban con restos de caracolas y algas marinas. Veneraban las olas, los flujos y las mareas, además de pasar muchas horas en quietud y en sintonía con las olas. Buscaban un conocimiento más profundo de las cosas y para nada les interesaban las montañas ni sus volcanes. Se cuentan que eran muy apasionados, entregándose a la danza con delirio, donde simulaban ser el movimiento de las olas. Para ellos tan solo existía el mar».

***

El comandador aún no sabe nada de ellos, está a punto de cruzar un nuevo umbral. Camina como si tal cosa, rodea un riachuelo de aguas cristalinas y percibe como le siguen pececillos de plata. Ha cabalgado durante todo el día y necesita reponerse. Nada más devorar un trozo de pan, es consciente del cuaderno. No se puede contener y lo abre:

Los lirios mueren.

Lo que creíamos inmune ya no lo es.

Las enramadas sofocan los espacios.

Amor, cuídate del agua

y de todo cuanto no es definible.

Es la respuesta de Thyrsá. La lee una y mil veces, hasta memorizarla. Se queda dormido y sueña con el Valle de Tara y con la poderosa luz que lo inunda en verano. A la mañana siguiente habla con Dulzura y lee un nuevo mensaje de Thyrsá:

No luches contra ti,

date una oportunidad.

Mejor una sola que muchas juntas.

Una hermosa higuera se tuerce a un lado de la montaña e Ixhian se sacia de sus frutos. Desde las alturas percibe una campiña en la que se elevan leves cortinas de humo. El cielo es de un celeste que traspasa, ha llegado la hora de iniciar el descenso. Se oye un constante rumor del agua. La falda de la montaña guarda secretos. Cruza por delante de un viejo molino que le ofrece señales de otro tiempo. Apresura su marcha, no desea pasar la noche en un lugar tan sombrío. Desciende con cuidado. Aun así, una gran piedra se precipita de manera traicionera desde la cumbre y el comandador incita a Dulzura. Comienza a tronar, llueve a cantaros y el caballo relincha.

—¡Corre, Dulzura! ¡Corre! —grita el comandador a la vez que intenta salvar la montaña. La precipitación le hace caer y nuestro hombre queda tendido sobre el suelo.

No sabe cuánto tiempo ha sucedido. El sol brilla de nuevo y Dulzura pasta en un pequeño claro. Le duelen los huesos y su pierna se encuentra algo magullada. Camina con dificultad mientras recoge sus enseres diseminados por el suelo.

Pese a que la luna no luce hoy primorosa,

las aves volverán a cantar,

prodigando su presencia

sobre las ramas de los manzanos.

***

Como si fuese una aparición, ve acercarse a una dama que porta una cesta bajo el brazo y esta, sorprendida, se le queda mirando.

—Disculpe, mujer, ¿he alcanzado Paradiso?

—Así se le conoce. Lo extraño es que llegaste por una zona no habitual. Las almas se acercan a pie y nunca a caballo. Por tu aspecto diría que te has peleado con la montaña.

Sus ojos son intensamente verdes y sus cabellos se enmarañan conformando una selva; de sus labios brota una fuente perfecta y su rostro conserva un brillo ingenuo e infantil a la vez. El comandador ha encontrado la segunda de las Mariposas, la primera no pudo reconocerla.

—Tropecé mientras bajaba; me sorprendió la tormenta y apresuré el paso.

—Un visitante que cruza Paraíso nunca se dio antes. Dime, ¿cómo es que la montaña te dejó pasar? —Lo mira asombrada—. Anda, acércate a casa. Océano tendrá a bien recibirte.

Circundan el arroyo hasta llegar a una especie de molino.

—Tras las acequias está nuestra casa. No tiene pérdida, es amarilla y se encuentra a la orilla del lago. Instálate como si fuese tuya, yo regresaré en cuanto termine.

—Muy amable. ¿Por qué nombre debo conocerte?

—Soy Asián, y Océano es quien pesca en el lago.

—Encantado —contesta el comandador, fascinado.

—Dime, ¿vas vestido de comandador o tan solo me lo parece?

—Soy soldado, aunque no dependo de la ciudad de Lagos. —El comandador menciona el nombre antiguo por el que era conocida la ciudad de Luzbarán—. Tan solo respondo ante el Powa.

—Ve a casa. Océano estará encantado de recibirte y sé bienvenido a la granja del agua —insiste la muchacha.

El comandador siente el frescor de la brisa, mientras observa una gran variedad de acequias que se multiplican en diferentes direcciones. Los acueductos bajan de la montaña y entre ellos descubre infinidad de senderos y surtidores. Sigue la dirección del agua, que baja de manera caudalosa hasta desembocar en un plácido merendero, donde un entramado vegetal se entremezcla en una pérgola de madera. Del interior de la glorieta mana un caño de agua con excesiva violencia, anegando su superficie y desde donde percibe un reino de líquenes y plantas. Avanza hasta llegar a la orilla del embalse y allí observa a un hombre que pesca en una pequeña barca. Es Océano, que viste un enorme sombrero y una pelliza oscura. El tobillo se le ha inflamado, aún más si cabe. La casa se encuentra inclinada y da la sensación de querer huir del agua; presenta dos plantas, además de un cobertizo. Alguien ha debido pintarla de amarillo. Sus ventanas son dos ojos que con infinita nostalgia miran hacia el lago.

Una luna macilenta y tenebrosa se asoma sobre un mundo que es un dibujo en el que una barca atraviesa lánguidamente el lago. Por entre la niebla se conforman un par de personajes surgidos de los mitos más antiguos. En esos momentos, ella es la mujer más misteriosa de la tierra y el comandador comprende que Thyrsá se encuentra más cerca que nunca. Ya en el interior de la casa, Asián le hace tomar asiento al tiempo que Océano enciende su pipa y se deshace del sombrero. Entonces Asían le acerca una jarra de cristal.

—Toma un poco de esta agua, te sentirás mejor y reanimará tu cuerpo. No te preocupes por nada, aquí todo funciona distinto. Dulzura descansa en el cobertizo, me he encargado de ponerle algo de heno y agua limpia.

—¿Desde cuándo vivís aquí? —se decide a preguntar el comandador, mientras la dama frota con agua fría su tobillo. Océano le mira con unos ojos que reflejan la eternidad y Asián tose incomodada por la pregunta.

—Hay cosas que es mejor no comentar, situaciones que pesan más que la montaña que acabas de salvar.

Le ofrecen una habitación pequeña en el piso superior de la casa, donde una ventana se asoma hacia el lago. La hermosa luna se refleja de manera fantasmal sobre la superficie, las aguas ocultan cierto celaje; un lugar sin nada a lo que aferrarse y capaz de transformar cualquier tipo de certeza. Sobre la mesita, una nueva jarra de cristal, un vaso y una toalla pequeña. A los pies de la cama se encuentran sus pocas pertenencias. Ixhian rebusca hasta hallar el cuaderno.

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