El Gris se inclina y deposita un lirio de agua sobre sus raíces, mientras el comandador se sienta junto al árbol. En eso, se manifiesta un fantasma cuyo rostro se cubre bajo una gasa oscura. Es la tejedora, aquella que hilvana la vida de todos los hombres y mujeres. Suelta sus agujas y le hace señas a Ixhian para que se acerque.
—No te preguntes, comandador. Todo se te ha dicho y, aun así, todavía no te has enterado —le dice el fantasma.
Ixhian se posiciona y toma asiento frente a la figura, lo que le provoca un sueño incontrolable. Sin esperarlo, el Gordo le propina un pequeño mordisco en su oreja izquierda, haciéndole dar un respingo.
—¡Vámonos! No te dejes atrapar por la melancolía, y menos con esta vieja medio chingada.
—Nos encontraremos bajo el fresno, comandador —son las últimas palabras de la anciana.
Alcanzan un pequeño claro, en cuyo centro se levanta una pequeña columna de mármol y sobre la que descansa una urna de cristal. El Gordo alza la tapa y eleva la manzana. En ese instante cae por su mejilla una lágrima imposible de contener.
—Blancanieves, Blancanieves… la manzana que fue capaz de mitigar tus párpados de rosas y amapolas —murmura el Gordo.
Continúan avanzando entre el canto de las aves y el incesante revuelo de mariposas, hasta que el Gordo se detiene en seco y dice:
—Venga, chicos, animaos, que nos encontramos muy cerca de la salida, pero estáis obligados a ver este último. —Se miran entre sí, intentando evitar toda suspicacia posible.
—Ahí lo tenéis, es todo vuestro, el árbol del bien y del mal, aquel que dio su nombre a un paraíso.
—Es un árbol maldito, ¿no? —pregunta el comandador, mientras el Gris lo mira aterrado.
—Los árboles nunca son malditos, los hombres sí. Aquí están a salvo de toda mezquindad humana.
Ambos buscan la susodicha manzana sin encontrarla, limitándose a dirigir una mirada al Gordo y sin atreverse a preguntarle.
—Lo siento, se ve que la señora Eva se las engulló todas. Ya conocéis la historia… Además, desde la marcha de los magnificentes, el hombre carece de paraíso del que se pueda expulsar.
Oyen un persistente siseo a sus espaldas y perciben una gigantesca serpiente enroscada en una de las ramas del árbol.
—Esa maldita serpiente entró en el lote y os advierto que no me cae simpática —replica el Gordo.
La tarde se les echa encima. Cruzan un pequeño puente de madera a cuyos bordes se pincelan diminutas florecillas.
—Vaya, acabadito de llegar, mi última adquisición. Ya comenzaba a cotizarse, pero aún debo buscarle sitio, y es que, para ser un buen hombre de negocios, hay que saber anticiparse.
Ixhian se acerca al manzano. Un cisne blanco se arropa entre sus raíces. El cisne alza su cuello, lo mira con tristeza y le señala un corazón tallado en el árbol en el que se suscriben dos nombres: Ixhian yThyrsá. El comandador cae abatido. Las emociones le alcanzan de lleno y el Gordo le ofrece uno de sus frutos.
—Este chico no está bien, ¿verdad? —objeta Gum en voz alta.
Justo a la salida, Ixhian se golpea con un barril de madera y el Gordo grita:
—¡Cuidado! Es de «La Española», no te vayas a cargar el refugio de Jim Hawkins. Un barril de manzanas que fue en busca de un tesoro. ¡Vale toda una fortuna, niño!
***
Se oye un griterío enorme, cientos de antorchas arden en la noche. Las gentes cantan alborozadamente por las calles. Al cruzar la puerta del comedor, perciben unos olores suculentos. El Gordo baila en el centro de la sala, a la vez que los demás le acompañan en delirante frenesí.
—Aquí llega nuestro héroe, ¡el señor del último manzano! ¡Alcemos nuestras copas! —vocifera el Gordo en voz alta.
Los presentes alzan sus jarras en pos del brindis formulado por Gum.
—¡Por Ixhian y su dama! ¡Aquella que le aguarda tras los pastos de Zamora!
—¿Descansaste? —pregunta el Gris, acompañado de una bella muchacha.
—Parece que me cayó una losa encima.
—Este Gordo es un pasote, tómate un trago y come algo.
—Sí que es sorprendente…
Tras saborear el vino, Ixhian se fija minuciosamente en el interior del recinto; pieles de animales salvajes, un viejo escudo de armas y una red de pescar cuelgan de las paredes.
—No respondiste a mi pregunta, errante: ¿quién es Gordo Gum?
—Que te lo diga él mismo. No me gusta desvelar la vida de nadie, ya deberías haberte dado cuenta.
—Sí, ya… qué me vas a contar.
El Gris efectúa una mueca en señal de desaprobación, mientras vuelve a llenar los vasos de vino.
—El símbolo de los errantes es el aire, por eso nos adornamos con plumas, dándonos al sigilo.
—¿Y ahora a qué viene eso?
—Recuerda siempre, comandador, que caminamos juntos, pero ambos pertenecemos a tradiciones distintas. Sin embargo, llevas sangre errante en tus venas. ¿Recuerdas la historia que contó Dewa en Madriguera?
—¿Te refieres a mi abuelo, el Dasarí?
—Exacto. Conforme pasan los días más te pareces a él.
—Mi padre abandonó pronto la senda del comandador.
—Comienzas a entender, la sangre te llamará algún día. Tus orígenes son las tribus, lo demás no pasa de ser un mero accidente.
—Explícame entonces. ¿Por qué los magos decidieron que me uniera al cuerpo militar?
—No había elección. Marcelo respondía por ti. Tenías que forjarte y endurecerte. Las tribus ahora son meras marionetas de Melodía. El mundo en la Isla es tremendamente simple, para como era antes.
En eso que irrumpe el Gordo en el centro de la sala.
—En honor por los que por aquí pasan, a mi viejo amigo el Gris y a mi nuevo hermano. A ellos les ofrecemos nuestra sangre transformada en licor y nuestra carne en festín. ¡Benditos seáis!
Todos, sin excepción, se ponen en pie y brindan. En eso que hace presencia en la sala una señora que parece nacida de una fábula y a la que siguen varios jóvenes que portan bandejas repletas de manjares, mientras el Gordo recita los nombres de cada comida y hace pura literatura de ellos.
—Con este no se aburre uno —vuelve a manifestar el comandador.
—A veces hay que salir corriendo y alejarse de él lo más que se pueda.
—Dime, hijo mío, cuéntame tu historia con detalles e intenta no dejarte nada atrás.Tenemos toda la noche por delante. Le diré aAmparito que nos preparé unos combinados.
—¿Quién es la señora?
—¿Quién va a ser? Amparito. Llegó aquí muy perdida, como todos; buscaba su amor, como todos, y aquí se quedó, como todos.
—Su presencia sobresale al resto.
—Sí, es muy linda, pero te advierto que tiene muy mala uva.
La llegada del diario
Amanece mientras Ixhian relata su vida al Gordo que, ensimismado, muestra un especial interés por el tiempo transcurrido en La Sidonia y la aparición de Dewa. Historia que le hace repetir hasta tres veces, revolcándose de risa hasta quedar finalmente dormido sobre un taburete en el que dificultosamente puede dar cabida a su generoso trasero. Pasado el tiempo, aparece Amparito con tres tazas humeantes. Su peinado con forma de diadema le otorga cierto postín y elegancia. A diferencia del resto, es alta y apuesta. El Gordo despierta y le dirige una sosegada mirada, a lo que ella le responde besando su enorme cabezota.
—La quiero con locura, y lo bien que me conoce, sabe que me encanta su puchero. Qué habría sido de mí…
—Excepto ella, todos parecen niños —objeta el comandador.
—No quiero que crezcan, no eran más que críos cuando los salvé de la servidumbre. Aquí serán felices de por vida, yo me ocuparé de ello. En Paradiso, el Péndulo de la Clepsidra apenas interviene y Amparito es mi garantía.
—Guardas más de lo que expresa, señor Gum.
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