1 ...6 7 8 10 11 12 ...26 En este instante, dejo de tener envidia a mi sentido común y a mi yo más malévolo, quienes siguen bebiendo cócteles tropicales sobre un yate de lujo. Les doy un silbido al rudo estilo del viejo oeste y, desde la orilla, les enseño sonriendo mis, a partir de ahora, más preciadas pertenencias. Me seco el pelo, lo ondulo con la plancha (la ocasión lo merece), me maquillo levemente y cubro mi cuerpo con aquellas maravillas para los sentidos. Es delicioso el tacto del raso del vestido entre mis manos. Convierto el colocarme los zapatos en un ritual. Deslizo el pie izquierdo dentro de uno y lo miro, después hago lo mismo con el otro. Aprietan lo justo y hacen que me sienta reina todopoderosa. Veo mi reflejo en el espejo que cuelga de una pared de la habitación y tengo que agarrarme para no caer de espaldas al suelo. ¡Es espectacular! Y parece que lo han hecho a medida para mí. Me giro a un lado y a otro, dando saltitos de alegría. En el cuarto giro me encuentro con un Álvaro, perfectamente despeinado, bajo el quicio de la puerta de la habitación, mirándome concentrado. Su cara no me dice nada. Sonrío y contengo las ganas de salir corriendo hacia él y abrazarlo para darle las gracias.
—¿Te importa terminar de subirme la cremallera?
Después de lo que me parece una eternidad, se acerca, colocándose a mi espalda. Me mira a los ojos a través de nuestro reflejo en el espejo que tenemos delante. No hace nada, sólo me observa. El corazón se me desboca y empiezo a temblar. Rompe el contacto visual y comienza a subirme la cremallera. Cuando lleva media espalda recorrida, para y le veo agachar la cabeza y posar las manos en mi cintura. Aprieta con fuerza, como si estuviera luchando contra algo. Después de unos segundos, se recompone, termina lo que le he pedido, gira sobre su cuerpo y desaparece. Está tenso y parece enfadado. Su reacción me descoloca. Me quedo unos instantes pensando qué he hecho mal. Vuelvo a mirarme en el espejo y salgo de la habitación en su búsqueda. Está junto a la puerta, agarrando el pomo con fuerza y mirando al suelo.
—Gracias —le digo en un susurro—. No era necesario —refiriéndome a la ropa.
—Tenemos que irnos —responde en un golpe de voz.
Abre la puerta y espera junto a ella a que yo salga primero. Bajamos en el antiguo ascensor de hierro las seis plantas en silencio. No ha vuelto a mirarme. Ahora es él quien parece que ha viajado a otro planeta. La sensación que produce en mi cuerpo su indiferencia me trae recuerdos de un pasado lejano que tanto he tratado de olvidar. Abre la puerta de un coche de alta gama negro con los cristales tintados y entro. Cierra detrás de mí. Da la vuelta y se acomoda al otro lado sin decir ni una sola palabra. El conductor arranca y se incorpora al tráfico parisino gradualmente. No tengo la menor idea de adónde vamos ni qué vamos a hacer, pero va a ser muy difícil e incómodo pasar la velada juntos si no piensa hablarme. Agarro el bolso con fuerza y lo aprieto contra mi regazo, tratando de tranquilizarme. Hace demasiado tiempo que no paso por esto con Álvaro y no estoy familiarizada con sus repentinos cambios de humor. Me siento como una impostora vestida con esta ropa regalada por él. Lo único que me apetece ahora mismo es volver a su casa y cambiarme.
—Estás... increíble —su voz es un susurro sensual que me acelera de golpe el corazón.
—Gracias —trago saliva y lo miro—. No debiste hacerlo —la profundidad de sus ojos negros me atrapa. Brillan aun en la oscuridad del asiento trasero del coche—. Es… demasiado.
Baja su mirada, la posa sobre mi boca y permanece allí. Puedo escuchar desde aquí el fuerte latido de su corazón. Agarro más fuerte el bolso en un intento por contar hasta diez, pero no llego ni siquiera al número dos. Mis ojos acompañan a los suyos y contemplo el casi imperceptible movimiento de sus labios, rozando uno contra el otro.
—Nada es demasiado —vuelve a mirarme a los ojos, atrapando mi mirada. El coche para junto a la acera.
—Señor Llorens, hemos llegado —escuchamos desde el asiento delantero en francés.
La tensión creada entre nosotros desaparece al instante y doy gracias a los dioses del Olimpo y a Adrien por la interrupción. Álvaro me abre la puerta y me ayuda a salir dándome la mano. La suelto en cuanto me pongo en pie, pero me agarro fuerte a su brazo para no caerme de bruces al suelo y hacer añicos el maravilloso Armani color champán al comprobar lo que tengo delante de mí. Noto su cuerpo tensarse al instante. Es como si, de pronto, no aguantase que le toque. Adrien se acerca a Álvaro y le dice rápido:
—Señor, está aquí.
Éste asiente con la cabeza y no dice nada más, pero puedo notar el brillo metálico que atraviesa su mirada. Ante nosotros se abre una gran plaza y, detrás de ella, se impone la inmensidad del Museo del Louvre. Toda mi vida he soñado con venir aquí. Está totalmente iluminado. La pirámide de cristal flanquea la entrada.
Rompo el contacto de nuestros cuerpos soltándome del brazo y comenzamos a caminar. Los zapatos son muy cómodos, pero los nervios, la desazón que me crea la actitud de Álvaro y no saber qué hacemos aquí me hacen tropezar varias veces y me tambaleo. Álvaro me ofrece su brazo de nuevo y lo acepto sin rechistar. Me da mucho miedo caerme. Avanzamos despacio hasta la puerta y veo una marabunta de gente y medios de comunicación. Los fotógrafos se pelean por el lugar más cercano y dominante para conseguir la mejor foto. Antes de darme cuenta, un flash profesional me ciega y cierro los ojos instintivamente. Después del primero, vienen muchos más. Varios periodistas preguntan a Álvaro sobre la próxima exposición y éste responde sin parar de caminar. Me tengo que agarrar más fuerte a él para no quedarme atrás y poder subir los pocos escalones del final.
Mareada, entramos juntos en un salón y me quedo petrificada. Sigo caminando por inercia mientras admiro todo a mi alrededor. Hay mucha gente y un catering ofrece comida y bebida. Un hombre mayor, trajeado, alto y con el pelo blanco, se acerca a nosotros con una copa de cava en la mano.
—Álvaro, creía que estabas en España —sonríe el hombre de pelo canoso—. ¿Has conseguido cerrar el trato que te tenía tan irritable?
—Es complicado.
Un camarero se acerca con una bandeja y Álvaro coge dos copas, ofreciéndome una. La acepto y le doy un pequeño sorbo.
—Estás perdiendo fuelle —dice divertido y después me mira a mí—. Y la señorita es…
Siento el brazo de Álvaro agarrarme posesivo por la cintura y atraerme hacia él. Cuando se da cuenta de lo que acaba de hacer, me suelta como si le quemara, pero su reacción no me pasa desapercibida. Ni a mí, ni al hombre que tenemos delante, quien levanta su copa y se la lleva a los labios para contener una incipiente sonrisa. Le ofrezco mi mano.
—Daniel Sánchez, directora de la galería D´Arte en Madrid —digo en un perfecto francés.
Coge mi mano y se la lleva hasta su boca, dándome un beso en el reverso.
—Leonard Vial, director ejecutivo de Vial Art Nouveau . Si deseas cambiar de trabajo y de jefe —esto último lo dice guiñándome un ojo—, busco una directora de expansión para España. Estoy abierto a discutir las condiciones. Tenemos sede en Barcelona.
—No le interesa —responde Álvaro claro y conciso.
—Dejemos que conteste ella —Leornard está divirtiéndose, pero dice en serio lo del puesto de trabajo y yo, dentro de poco, voy a necesitar uno para poder seguir pagando facturas. Trasladarme a Barcelona no entraba dentro de mis planes, sin embargo, puede ser una buena opción para alejarme de todo durante algún tiempo.
—Estaría encantada de poder hablar más a fondo sobre ello. Estaré en París durante un par de días.
Читать дальше