Estrella Correa - Bésame, por favor

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Bésame, por favor: краткое содержание, описание и аннотация

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Dani se siente perdida, confió de nuevo en el amor y nada era lo que creía. Ahora, decepcionada y rota por el dolor, decide dar una oportunidad al pasado. Piensa que acercándose a él puede conseguir las respuestas que lleva tanto tiempo esperando, pero tal vez, y sólo tal vez, lo que encuentre vuelva a romperle todos los esquemas y tenga que replantearse que las cosas no siempre ocurren como nosotros deseamos.
En «Bésame, por favor», Dani vive inmersa en un mundo de pasiones peligrosas.
Las probables salidas puede que la llenen de felicidad, pero sus pliegues ocultan no pocas frustraciones y desdichas.

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Saca una tarjeta del bolsillo interno de su chaqueta y me la ofrece sin titubear.

—Y yo estaré encantado de poder llegar a un acuerdo con usted. Mi secretaria le dará cita antes de irse.

—Cariño.

Una voz de mujer llama la atención del señor Vial y éste dice sin girarse:

—El deber me llama —vuelve a sonreír, brinda al aire y bebe un sorbo de cava—. Llámame la semana que viene y hablamos —le dice a Álvaro—. Un placer, señorita Sánchez. Espero volver a verla pronto.

Se aleja de nosotros en dirección a la mujer que le ha llamado. Le agarra de la cintura y besa su mejilla. Después le da un apretón de manos a la persona que hasta ahora la acompañaba a ella.

—No puedes hacer eso —le miro enfadada. Se vuelve hacia mí.

—¿Qué? ¿Evitar que trabajes para un mujeriego que sólo quiere meterse en tus bragas? —aprieta la mandíbula.

—Voy a necesitar un trabajo dentro de poco. Creo que tengo derecho a poder estudiar diferentes posibilidades —intento no apartar mi mirada de la suya—. Además, no es de tu incumbencia con quién me acueste y con quién no.

—¿Lo es de Alejandro?

Eso ha sido un golpe bajo.

—No, tampoco lo es —el dolor impregna cada palabra. Se da cuenta.

—Lo siento. Sólo… No es momento de tener esta conversación —ni ahora ni nunca—. Hagamos acto de presencia y te llevaré a cenar —termina categórico.

La siguiente hora la pasamos hablando con los que, hasta ahora, son desconocidos para mí y me presenta a todos y cada uno de ellos. Hablamos de arte y futuras colaboraciones. Está claro que esto más que una fiesta es una gran reunión informal para estrechar lazos profesionales y cerrar algún que otro trato. Álvaro no se ha separado de mí en ningún momento. Cada vez que alguien ha reclamado su presencia, me ha hecho que le acompañe, agarrando suavemente el bajo de mi espalda. Me disculpo ante nuestros actuales acompañantes, de los que no recuerdo los nombres, y me dirijo al baño más cercano. Necesito librarme de parte de las seis copas de cava que me he bebido.

Camino perdida entre el gentío, buscando el aseo. Cuando creo que no aguanto más, diviso a lo lejos un cartelito que indica el pasillo por donde deben encontrarse. Entro y, afortunadamente, no hay nadie. Es inmenso, me relajo y accedo a uno de los cubículos, que son enormes. Me recojo el vestido con cuidado y hago lo que he venido a hacer. Justo antes de abrir la puerta, escucho varios tacones al otro lado de la estancia.

—Entonces, supongo que los rumores no son ciertos —dice una voz desconocida.

—Sólo ha sido un contratiempo. A todos les da miedo el compromiso —ésta otra me resulta familiar. Sólo tardo un segundo en reconocer la voz de grillo.

Marina de la Rosa.

Todo mi cuerpo se tensa y me acerco más a la puerta para poder oír mejor.

—Precisa que le recuerde que nadie más que yo puedo darle lo que necesita.

—Yo también podría —responde, sardónica, la voz desconocida—. Cualquier mujer estaría dispuesta a dárselo—ríen impertinentes.

—Esta noche voy a ser yo y, créeme, le haré correrse tantas veces que olvidará hasta su nombre.

—Una señorita como tú no debería hablar así —le recrimina la primera voz a Marina, displicente.

—Claro que no. Soy Marina de la Rosa. Yo no hago esas cosas.

Rompen en carcajadas y a mí me entran ganas de vomitar. El cuerpo se me descompone por varias razones. Doy por hecho que hablan de Alejandro y me da mucho asco pensar lo que puede suceder entre ellos, pero el cuerpo se me tensa al ponderar que puede estar aquí. Si piensa acostarse con él hoy, no puede hallarse muy lejos. Física básica. Nerviosa, espero a que se vayan y salgo del baño.

No tengo los suficientes problemas como para ahora pensar en que puedo encontrármelo en cualquier esquina de esta maldita fiesta. Lo mejor es que salga corriendo de aquí ahora mismo. Recorro el pasillo que llega hasta el salón y veo desde lejos a Álvaro hablar con varias personas. Paro y me armo de valor. Voy a decirle que no me encuentro bien y que me voy a casa a descansar para mañana estar en perfectas condiciones para todo lo que nos espera. Siento su presencia antes de poder verlo. Giro el cuello ciento ochenta grados a mi derecha y nuestras miradas se encuentran, a pesar de la gran distancia que nos separa. Está en medio del salón hablando con una pareja y, agarrada a su brazo, susurrándole algo al oído, veo a Marina de la Rosa.

4

¿QUÉ HACES AQUI?

Lleva un traje de corte italiano con camisa blanca y corbata negra a juego, impresionantemente atractivo. Se me reseca la garganta antes de poder evitarlo. Alejandro no deja de mirarme. Intento caminar en otra dirección, pero mis pies han decidido no obedecerme. No me sorprenden, suelen tener vida propia. Siempre han sido muy independientes. Me pongo nerviosa al ver a Alejandro disculparse ante sus acompañantes y caminar seguro hacia donde me encuentro. Suplico encarecidamente a mi cuerpo que se mueva y, tras breves segundos, corro por el pasillo por donde se encuentran los baños, dejándolos a un lado, y llego hasta un balcón desde donde se ve toda la plaza del Museo del Louvre. Respiro varias veces tratando de tranquilizarme y doy gracias, cargadas de ironía, al universo por odiarme tanto. Dejo caer mi cuerpo sobre la pared y el frío de la noche consigue relajarme, lo que me permite disfrutar de la vista que tengo ante mí.

—Es extraordinario —susurro en voz alta, fascinada.

—No tanto como tú.

Escuchar su voz a un escaso metro de mí me tensa al instante. Despego el cuerpo de la pared e, inconscientemente, me pongo en alerta.

—¿Qué haces aquí? —pregunto mirándole a los ojos, pero intentando que no me atrape. Soy tonta de remate.

«Lo eres».

No dice nada. Da un pequeño paso, acortando nuestras distancias, y yo doy un paso atrás, tratando de mantenerla como estaba.

—No huyas de mí —dice cabreado.

—No te acerques o gritaré —intento que suene a amenaza, pero no sé si lo consigo.

—Estoy seguro de ello… —su voz, salvaje y sensual, me descoloca.

Doy otro paso hacia atrás y él lo da hacia delante. Me topo con la baranda del balcón, construida con frías piedras. Me agarro a ella y miro al vacío.

No está tal alto. Podría saltar, ¿no?

«Suicídate tú sola. No me metas en esto».

Vuelvo a mirarle y es el mayor error que cometo. Está a escasos centímetros de mí y puedo escuchar su agitada respiración.

Me derrito.

—Déjame salir —suplico.

—No hasta que me escuches —gruñe.

—No quiero escuchar nada.

Agarra mis muñecas con fuerza y las atrapa con la mano izquierda detrás de mi espalda, dejándome completamente inmovilizada. Con la derecha, agarra mi cadera, sube lentamente por mi torso, roza el pecho casi sin tocarlo, hasta llegar a mi garganta y aprieta levemente dejándome sin respiración durante un breve segundo.

Gimo y él sonríe. Sabe lo que hace.

Acerca sus labios a los míos y se detiene justo antes de que se toquen.

—Cuando te he visto entrar agarrada del brazo de Álvaro, he tenido que contenerme para no partirle la cara. Tengo ganas de arrancarte este puto vestido desde hace dos horas y follarte hasta que me supliques que vuelva a hacerlo una y otra vez hasta que caigas desmayada —susurra, feroz.

No me muevo. Ni siquiera parpadeo. Mi yo sensato se ríe de mí, encadenado al yate de lujo donde se encuentra desde hace demasiado tiempo. Ya va siendo hora de que baje a tierra firme, antes de que sea demasiado tarde. Acaricia mis labios con la yema de sus dedos y me remuevo intranquila. Sus ojos, de un azul oscuro intenso, brillan de lujuria y desesperación. Intenta controlarse, pero no lo consigue.

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