—Llamaré a Adrien. Nos llevará a casa —saca el móvil del bolsillo.
«Nos llevará» lo incluye también a él. Esa no es mi casa. Marca un solo botón y se lleva el teléfono a la oreja.
—Un minuto —y cuelga.
—No necesito niñera —me cruzo de brazos—. Quédate en la fiesta.
—No me interesa lo más mínimo la puta fiesta —dice exasperado.
—Necesito estar sola —me recojo la cola del vestido y bajo los escalones que nos separan de la carretera, casi de dos en dos.
Adrien para junto a la acera.
Vuelve a cogerme por el codo y me pone frente a él, entre su cuerpo y el coche.
—¿Qué ha pasado?
Sé a qué se refiere.
No me siento obligada a darle ningún tipo de explicación, pero me interesa que sepa que no quiero nada de ninguno de los dos.
—Le he pedido que me deje en paz.
—¿Por qué? —pregunta a escasos centímetros de mi boca.
—¡No lo sé! —grito—. Me estáis volviendo loca. Dejadme respirar.
Me suelto, entro en el coche y cierro la puerta con fuerza. Álvaro le pide a Adrien que me lleve a Montparnasse y se separa, dejándonos la vía libre. Espero a llegar al piso y encontrarme sola para llorar a gusto sin que nadie pueda verme. Me quito el dichoso vestido, me doy una ducha rápida y me acuesto, tapándome hasta la cabeza. Cierro la puerta de la habitación, dejando claro que no quiero interrupciones. Esta vez no intento serenarme. Me descompongo en un mar de lágrimas y sollozo desesperada. No puedo volver con Alejandro, no después de lo que ha hecho. Ha sido ruin y rastrero. No se merece ni que lo mire a la cara. Además, si sólo me utilizó para ganar millones en un trato, ¿qué quiere ahora? No me lo creo, no me creo que me ame. No puedo creerme nada de él.
Haré bien mi trabajo hasta que pueda dimitir y encontraré otra cosa. Mañana mismo llamo al señor Vial para concertar una entrevista de trabajo. No sé lo que éste tiene en mente para mí. Sea lo que sea, lo aceptaré. Necesito salir de la trayectoria de estos dos huracanes con fuerza de categoría 5 antes de que me destrocen del todo a su paso. Envuelta en mis pensamientos me encuentro, cuando escucho la puerta de la calle abrirse y cerrarse. Respiro hondo y me sereno. Álvaro ha llegado y no quiero que me encuentre llorando y desolada. Espero que no se atreva a entrar en la habitación, pero no apostaría por ello. Siento cómo camina por el piso durante breves minutos. Los pasos se detienen ante mi puerta, la abre lo suficiente para comprobar que me encuentro dentro y la cierra despacio. Escucho el agua caer en la ducha de su habitación y el corazón se me acelera al recordar las veces que hemos compartido un momento tan íntimo en el pasado. Vaya lío tengo. Sus manos deslizándose por mi cuerpo, enjabonando cada rincón. El agua resbalando por su perfecto, delgado y moreno torso. Su cabello mojado sobre la frente. Su boca sobre mi cuello…gimiendo…Necesito ayuda. Son las dos de la mañana de un lunes, pero podemos tratar esto como una emergencia. Sara lo entenderá.
—Espero que te estés muriendo para llamarme a estas horas. Si no es así, te mataré yo con mis propias manos —su vivaracha voz me hace sospechar que estaba despierta.
—Tú no estabas durmiendo —la acuso.
—Estaba follando. El incordio es mayor.
—Por eso te llamo.
—¿Para follar? Estás un poco lejos, ¿no crees? —es imposible.
—Escucha. Álvaro se está duchando en la habitación de al lado. Y no puedo dejar de pensar…
—Si te digo que te lo tires, ¿me dejarás en paz?
—¡Sara! ¡Necesito tu ayuda!
—Poco puedo hacer desde aquí —imagino su sonrisa detrás del teléfono.
—No seas zorra —sonrío yo también.
—Está bien. No te lo puedes tirar —enfatiza cada palabra—. El plan es trabajar con él hasta que te marches. Puedes aguantar ese tiempo. De acuerdo que ya no tienes al dios griego del sexo a tu disposición para que te aplaque la libido, pero nunca has sido muy activa sexualmente… puedes aguantar unas semanas sin acostarte con nadie. Date una ducha fría. Llama a Jose.
—Alejandro está aquí —le corto la perorata.
—¿Aquí? ¿Dónde? ¿En el piso? ¿En la habitación? ¿En tu cama? ¿Entre tus piernas?
—¡No! ¿Estás loca?
—Yo no soy la que se ha ido a París, a casa de su ex, al que lleva odiando cinco años, y hermano del que se la ha estado follando hasta dejarla inconsciente, hasta ayer.
—Está bien… —trato de serenarme—. Me refiero a que está en París. Nos hemos visto en una fiesta. Es muy largo de contar.
—¿Ha pasado algo?
—Quería llevarme a su hotel y que… habláramos.
—Ahora lo llaman hablar.
Silencio.
—¿Con quién estás? —la interrumpo.
—No te gustaría saberlo.
Seguro que no, pero mi yo cotilla es más fuerte que yo.
—¿Por qué no?
—Con Roberto.
¿Qué?
«Que está follando con Roberto».
Ya, lo he oído.
—¿Estás loca? —pregunto exasperada—. ¿Y Joan? Creí que las cosas habían mejorado.
—Es complicado.
—¿Tirarte a tu mejor amigo lo hace todo más sencillo?
—¡Eh! No lo he violado. A él le apetecía tanto como a mí. Lo dices como si lo hubiera obligado a ello.
—¿Nos acostamos los tres anoche? —caigo en la cuenta y pregunto temerosa.
—Nos acostamos en la misma cama.
—Sabes perfectamente a qué me refiero —me crispo.
—No. Quédate tranquila, ¿vale?
Suspiro varias veces y me siento en el borde de la cama.
—Es tarde, hasta mañana —me despido de ella.
—Te quiero.
—Y yo a ti.
No le doy más vueltas y me levanto con una idea serena cruzando mi mente: es hora de dejar las cosas claras también con Álvaro. Tiene que entender que no volveremos a estar juntos jamás. El tiempo que nos queda trabajando el uno con el otro tiene que mantener las distancias y las formas. La relación que nos une es la de jefe-empleada y esa es la que exclusivamente tendremos.
Salgo decidida de la habitación. Escucho ruidos en la cocina y voy hasta allí. Se encuentra bebiendo agua de una botella, semidesnudo, con el torso, que nada tiene que ver con el que recordaba (mucho más ancho y musculado), al descubierto y unos pantalones largos de pijama, azul oscuro, que le caen a la cintura.
Esto no ha sido buena idea.
«Como casi todas las que se te ocurren».
5
ESTO ES UNA LOCURA
Álvaro me mira por encima de la botella.
—Tenemos que hablar —digo, intentando parecer segura.
Deja el agua sobre la encimera y mi yo descentrado tiene tiempo de fijarse en todos y cada uno de los movimientos que sus músculos realizan antes de pararse y decir con dureza.
—Tú dirás.
«Deja de babear y céntrate».
Me doy cuenta del corte que tiene en el labio.
—¿Estás bien? —me acerco a comprobar que no es grave.
Me aparta con cuidado, pero sin vacilar.
Se lleva la mano a la boca y, con un gesto que me parece de lo más sexi, saca la lengua y toca la herida con la punta.
—No es nada.
Baja los brazos, dejándolos junto a su costado, y con la mirada me insta a que hable.
—Necesito que entiendas que entre nosotros no va a ocurrir nada. Nunca. Estamos aquí por trabajo.
Se cruza de brazos y cambia el peso de pie. Está esperando a que siga hablando.
—No sé por qué me has traído aquí y no a un hotel. Ni siquiera sé qué significa… todo esto —muevo las manos, refiriéndome al piso en general—. Pero no quiero volver a tener nada que ver contigo. Necesito que lo tengas claro.
Da un paso, quedándose a escasos centímetros de mi cuerpo. Su olor… a gel, a limpio, a hierba recién cortada…
No retrocedo. No quiero que crea que le tengo miedo.
Читать дальше