—Tardabas demasiado —no puede ocultar lo embriagada que está—. ¿Ha ocurrido algo?
—Yo… Estamos aquí por él —me mira desorientada—. Este local es de Alejandro, no nos han confundido con famosas —especifico—. Él ha orquestado todo para poder tenerme controlada.
La cara de Clara es de completa estupefacción.
—Es de locos. Lo sé —me paso la mano por la frente, derrotada—. Es posible, incluso, que haya estado observándonos a través de las cámaras de seguridad durante toda la noche. No sería la primera vez.
Darme cuenta de ello me deprime y me turba. Desde que lo conocí, mi vida ha sido una farsa orquestada por él. Me han estado persiguiendo y fotografiando desde entonces, sin que me diera cuenta de nada, para presionar a mi hermano después. Que ahora me vigile a través de cámaras no hace otra cosa que confirmar lo que supe el primer día que lo conocí (cuando ni siquiera podía imaginar lo que me esperaba): apartarme de él es la decisión más acertada que puedo tomar.
—Tal vez sólo se preocupa por ti —dice Clara, intentando buscar una explicación. No salgo de mi asombro repentino. Me desconcierta. ¿Lo está defendiendo? Suelto un bufido.
—No lo defiendas. ¡Está completamente loco! No puede manipularme a su antojo. Es lo que ha estado haciendo desde que lo conocí —cojo el móvil, que aún descansaba en la encimera del lavabo donde lo dejé, y lo meto dentro del bolso—. Sólo quiero… desaparecer —la hago partícipe de mis deseos—, salir huyendo lejos de él y de Álvaro. Los odio a los dos. Me gustaría no tener que volver a verlos nunca. Es… difícil… —no consigo aguantar las lágrimas que pugnan por salir y rompo en un llanto demoledor—. Y estar aquí no lo hace más fácil. ¡Son hermanos! —suspiro e intento coger aire—. Ver a Álvaro todos los días, estar con él… en París. Fue lo que siempre deseamos. ¡Yo lo deseaba! Por mucho que me diga a mí misma que le perdoné hace mucho tiempo, es mentira. Jamás lograré comprender cómo pudo ser capaz de desaparecer sin más, sabiendo que acababa de perder un hijo suyo —rompo en sollozos. Clara se acerca a mí y vuelve a abrazarme. Tras breves segundos, se separa.
—Dani —coge mi mano derecha y la levanta con cariño—. No lo hizo. Álvaro nunca supo nada. Fernando y yo decidimos no decírselo. Estoy casi segura de que ignora lo que sucedió.
¿Qué?
¿Qué?
¿Qué?
Estoy completamente atónita, patidifusa, aturdida. Un agujero negro se ha abierto bajo mis pies y me ha absorbido a una dimensión paralela donde todo es gris y se camina sobre arenas movedizas. No logro ver con claridad. ¡Claro que lo sabía! No puede ser de otra manera. Parpadeo repetidamente.
—Lo… lo sabía mucha gente —consigo balbucear—. Me llamaron compañeros de la universidad, preguntando por mi estado de salud—tengo náuseas.
—Supieron que estabas enferma. Te desmayaste por una anemia considerable. Eso fue lo que le dijimos a todo el mundo…—besa mis nudillos, intentando tranquilizarme y, a continuación, me mira fijamente, transmitiéndome valor—. Lo mismo que a Álvaro cuando llamó preocupado, tras enterarse. Quería ir a verte, pero no le dejé. Y… Fernando amenazó con matarlo si se acercaba a menos de un kilómetro de ti. No queríamos volver a darle la posibilidad de destrozarte una vez más. Creíamos… —cierra los ojos y los vuelve a abrir— que no aguantarías otra decepción y no confiábamos en que Álvaro no te fuera a dejar tirada otra vez. Tampoco estábamos seguros de que tú quisieras verle.
Una punzada de dolor me atraviesa el alma.
—La tarde que me desperté… —tengo un leve recuerdo.
—Era Álvaro con quien estaba hablando por teléfono —confirma mi idea.
—¿Por qué no me lo has dicho antes? —me siento traicionada. De un tirón suelto la mano que tenía agarrada.
—No creí que saberlo cambiaría nada. De todas formas…
—No lo hubiese hecho, pero le he odiado cada maldito día por aquello. No entendí cómo pudo engañarme con otra de aquella manera tan descarada, pero perder un hijo suyo… me cambió por dentro. Nunca he vuelto a ser la misma. Y que no se preocupara por mí… —sollozo—. ¡Me ha estado comiendo por dentro durante más de cinco años!
—Lo siento. Pensamos que lo mejor era no volver a hablar de Álvaro jamás. Que pasaras página pronto era lo único que Fernando y yo deseábamos.
Salgo del baño como una exhalación y lo último que escucho, antes de cerrarse la puerta, es a Clara llamándome para que vuelva y la escuche. Voy directamente a nuestra mesa, donde se encuentran Álvaro y Jean charlando, aparentemente distendidos, pero puedo ver la cara de preocupación del culpable de parte de mi dolor. Cojo la copa que había dejado hace un rato sobre la mesa, un combinado de ginebra y tónica ridículamente caro (ahora todo empieza a tener sentido, incluso, la decoración, absurdamente elegante y perfecta), y me la bebo de un trago. Quedaba más de la mitad, pero lo necesitaba.
Escucho a Álvaro farfullar algo ininteligible, pero no me quedo a saber de qué se trata. En estos momentos, me dirijo decidida a la barra color oro, perfectamente pulida y con un haz de luz que sale del suelo, iluminando hasta el techo. Ahora no me parece tan bonito y encantador. Puedo sentir a Alejandro en cada rincón de este club para pijos esnobs.
Sólo quiero salir de aquí.
«Inconsciente, por lo que veo».
Exactamente.
—Un chupito de tequila —intento serenarme antes de pedirlo.
Margaret me sirve con rapidez. Con una destreza y agilidad dignas del mejor barman reconocido. Me lo bebo sin pestañear. La sal, el limón y el tequila. Una cosa detrás de otra. Sí, tal vez no sea la mejor idea que he tenido hoy (que han sido muchas), pero necesito olvidar y, sobre todo, conseguir que deje de doler. No conozco otra opción más rápida. Bueno, sí: tirarme a las vías del tren, pero no conozco esta ciudad y me temo que nadie querrá acompañarme. De todas formas, no quiero morir, sólo arrinconar la desazón y el cabreo. Sigo desvariando.
—Otro más —le digo a la camarera, dejando caer el vaso que acabo de verter en mi garganta sobre la barra.
Margaret me mira entre asombrada y confusa. Estoy segura de que no creía que fuera capaz de seguir bebiendo. No sabe si ponérmelos o no. Al fin y al cabo, le han ordenado que nos conceda lo que pidamos, sin embargo, mi evidente estado de embriaguez le hace dudar durante unos segundos. Finalmente, llena un vaso delante de mí. Lo cojo, en cuanto termina de servirlo, y me lo llevo a la boca, justo después de brindar hacia la cámara de vigilancia que tengo justo enfrente. Va por ti. Lo trago. Sienta bien notar el ardor por la garganta, el calor llegar hasta el estómago y el cosquilleo en las extremidades. Oficialmente, estoy completamente borracha.
La miro esperando a que llene el vaso de nuevo. En ese momento, un camarero se acerca a ella y le comenta algo al oído. Margaret asiente con la cabeza. Clara se planta a mi lado y dice algo, mientras se toca el tabique de la nariz. Ni siquiera la miro. Ahora mismo pertenece al grupo de gente non grata , en el que están incluidos Álvaro, el-hombre-más-atractivo-de-la-Tierra, y Alejandro, puto-dios-griego-del-sexo-dominante-y-controlador. Tras unos segundos, la camarera, que debía servirme durante toda la noche, cierra la botella y la deja bajo la barra, donde no llego ni a verla.
—No puedo servirle más alcohol. Lo siento —se encoge, incómoda, de hombros. La miro inquisitiva—. Órdenes de arriba —y desaparece sin dar más explicación. No hace falta. Sé muy bien qué está pasando aquí. Comprobar que Alejandro sigue vigilando y controlando cada paso que doy me cabrea a niveles que no conocía. Agarro fuerte el canto de la barra para no caerme.
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