Jean coge su cerveza Quilmes y brinda en un gesto solitario, en dirección a Álvaro, con una expresión un tanto maliciosa. Éste no cambia su semblante serio y suelta un bufido. Poco después, Clara y Jean comienzan una conversación sobre arte contemporáneo, dejándonos completamente al margen. Si no supiera lo que mi amiga odia a la persona que está sentada a escasos centímetros de mi cuerpo, diría que lo ha hecho a propósito. No sabe nada de arte. Estudió económicas, por favor. Visita el MoMA y se cree experta.
—El verde te sienta genial —Álvaro se gira y me obsequia con una media sonrisa.
Si no fuera tan extraordinariamente atractivo, ahora no me estaría derritiendo debajo de la ropa, soñando con la posibilidad de terminar desnuda debajo de él.
«¿Te estás oyendo?».
Oh, mi subconsciente. Qué oportuno.
Es culpa del alcohol. Me defiendo.
Bebo un largo trago para intentar refrescarme.
—¿No has bebido demasiado?
Me encojo de hombros y dejo la copa sobre la mesa. Giro mi cuerpo para quedar completamente frente a él y le miro directamente a los ojos, achicándolos.
—Te odio. Lo sabes, ¿verdad? —llevaba años guardándomelo dentro. Pensando si algún día tendría la oportunidad de decírselo y de si me atrevería a hacérselo saber. No ha sido tan difícil como creía.
«No has sido tú, ha sido el alcohol». Pongo los ojos en blanco.
No puedo descifrar la expresión de su rostro al escuchar lo que mi yo descerebrado e inconsciente ebrio acaba de decir. Al cabo de un momento, Álvaro suelta una deliciosa carcajada.
—Vaya. Gracias por tu aplastante sinceridad —sonríe, levantando su copa en un brindis solitario y, a continuación, bebe—. Te lo agradezco. Duele, pero es… reconfortante.
Eso sí que no me lo esperaba. No se lo ha tomado tan mal.
—Me lo merezco —cambia el semblante y lo vuelve un poco más serio. Yo lo miro confundida. El alcohol está haciendo mella en mí—, que me odies —especifica—. Fui un estúpido, te eché de…
—¿Sabías que estaría aquí? —le corto y pregunto dando palos de ciego. Es imposible que lo supiera, ¿no?
—No, no esperaba encontrarte aquí —el semblante de su cara se vuelve todavía más serio—, pero no es casualidad que estés en este sitio —dice muy seguro de sí mismo.
No lo entiendo. Estoy realmente confundida. Mi cara delata mi estado. No tengo ni idea de qué ha querido decir con eso.
—Alejandro es el dueño de este club —aclara antes de beber otro trago de su cerveza—. Y conozco muy bien a mi hermano y sus artimañas para conseguir lo que quiere. El azar no ha tenido nada que ver.
Alejandro. Lo sé. No tengo que pensar mucho para recordar lo que fue capaz de hacer conmigo para ganar varios millones de euros. Qué deprimente.
Estoy borracha y mis pensamientos chocan inconexos unos con otros, hasta que una luz se enciende dentro de mi mente y todo cobra sentido.
El chico amable a la salida del bar, ofreciéndonos una oferta imposible de rechazar, el coche que nos ha traído hasta aquí (con más pinta de coche oficial que de taxi parisino), la relaciones públicas que nos habló en español, antes incluso de que abriéramos la boca, este reservado… lo bien que nos han tratado desde que llegamos. ¡El ofrecimiento a Thomas y a sus amigos para que cambiaran de local, alejándolos de nosotras!
El corazón me late tan fuerte dentro del pecho que creo que lo va a romper. El pulso acelerado, como un cronómetro en una cuenta atrás. El enfado que se está creando dentro de mí es tan potente como una bomba atómica estallando en medio del Pacífico. Una bruma negra se apodera de mi mente y el pensamiento racional desaparece. Me levanto como un resorte y con una única idea en la cabeza: matar al cabrón engreído enchaquetado. Paso por encima de Álvaro, sin darme cuenta de que me ha cogido de la mano, hasta que me frena y no puedo seguir. Lo miro con ira.
—Suéltame.
—¿Adónde vas? —pregunta duro y convirtiendo su boca en una fina línea.
—A hacer una llamada —de un tirón, me suelto, encolerizada.
Entro como una exhalación en el ridículamente elegante aseo. Es innecesario y absurdo tener obras de arte de cincuenta mil pavos adornando un cuarto de baño. ¡Joder! Marco el número de teléfono antes de darme cuenta. No es que piense que me vaya a arrepentir, tengo muy clara cuál es mi intención en este momento. Todo lo contrario, tengo tantas ganas de gritarle que no puedo esperar más tiempo. ¡Me da igual que sean más de las tres de la mañana de un día entre semana!
Descuelga justo antes de que termine de sonar el primer tono. Me esperaba, es evidente. O, por lo menos, contaba con la posibilidad.
—Dani —escucho su voz… áspera y sexi.
Sólo con escucharlo, todo lo que tenía pensado decirle desaparece en un instante. Los pelos de mi piel se erizan, llevándome hasta otra dimensión.
Alejandro.
Lo escucho respirar tras la línea y puedo sentir sus manos acariciando mi piel, nuestros labios rozándose desesperados, su cuerpo de dios griego empujando dentro del mío… su olor… a limpio, a sexo salvaje…
«Detente».
Gracias.
Respiro hondo. Me recompongo. O, al menos, lo intento.
—No puedes hacer esto —escupo entre dientes —. ¡No puedes controlarme de esta manera! —grito más fuerte—. ¡Tú! ¡Tú lo has organizado todo! Este local es tuyo. Es otra trampa para ratones. ¡No sé cómo no me he dado cuenta antes! —escucho acelerarse el ritmo de su respiración al otro lado. Está cabreado, pero yo lo estoy muchísimo más.
Sigo.
—¡Déjame en paz! ¡Quiero seguir con mi vida! ¡Y tú no estás dentro de ella! Me utilizaste…
—Que no estemos juntos, no significa que no pueda cuidar de ti —dice áspero y seguro de sí mismo, convencido.
—¡No quiero que cuides de mí! ¡Quiero que desaparezcas para siempre! —comienzo a llorar. Ya estaba tardando—. Confié en ti. Me enamoré tan rápido de lo que creía que eras… que ahora… ahora ya no sé si existió o no. ¡No sé si lo que tuvimos fue real!
—¡Por supuesto que lo fue! —escucho el rechinar de las patas de la silla por el suelo.
—¿En serio? ¿De verdad lo crees? ¿Fue real lo que me contaste sobre la primera vez que nos vimos? ¿Te acercaste a mí porque sentiste una atracción indescriptible? ¿O porque me necesitabas para extorsionar a Fernando? —me duele tanto el corazón que me cuesta respirar.
—Dani —intenta cortarme, pero yo voy montada en un tren de mercancías a doscientos kilómetros por hora, con viento a favor y sin frenos.
—Te quería. Creí que jamás podría volver a querer a nadie…
—No hables en pasado —puedo sentir el dolor en sus palabras. Nuestras respiraciones se mezclan—. Dani, me equivoqué… Déjame explicarte…
—No tienes que explicar nada, no quiero escuchar excusas baratas—le corto—. Olvídate de mí, de nosotros. No tengo nada que ofrecerte. Tú lo destrozaste todo.
Y cuelgo.
Temblando, dejo el móvil sobre el lavabo y me agarro fuerte a él con las dos manos para no caerme de bruces al suelo. Me siento completamente exhausta, abatida y cansada.
—¿Te encuentras bien? —escucho a Clara a mi espalda.
Me incorporo y me giro. Niego con la cabeza y ella da un paso hacia adelante, estrechándome entre sus brazos. No, no me encuentro bien. Deseo desaparecer. Ahora pienso en Isabelle abducida por una nave extraterrestre y, más que alegría, lo que me causa es envidia. Me encantaría estar en su lugar. Camino de un planeta muy lejano, a miles de años luz de la Tierra. Lejos de Alejandro, lejos de Álvaro.
Alejada de los dos.
—Todo saldrá bien —susurra junto a mi oído.
No, nada saldrá bien. Me siento exhausta. Cansada, aburrida de luchar contra lo que siento por los dos. No puedo negar que mi cuerpo se siente atraído por el de Álvaro, como las abejas a la miel; y que amo a Alejandro de una manera que duele. Estuvimos juntos hasta hace tres días. El amor no se apaga como una lámpara de salón, no tiene interruptor. Tras un minuto abrazadas y, después de tranquilizarme lo bastante como para dejar de llorar, nos separamos.
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