1 ...6 7 8 10 11 12 ...16 —Tenemos que irnos, se está haciendo tarde.
Salimos a la calle y llegamos a lo que imagino será su coche, todavía cogidos de la mano. Un BMW X6 negro con los cristales tintados. Un todocaminos muy caro con apariencia de coupé . No hemos vuelto a hablar. No ha hecho falta. En el ascensor he intentado soltarme, no porque me sintiera incómoda agarrada a él, algo que no consigo entender, sino porque mi vecina del quinto se nos ha quedado mirando de una manera que no me ha gustado nada. El próximo día me hará un interrogatorio que durará media hora, si no la corto rápido. Me da igual lo que piense de mi vida, pero valoro mucho mi tiempo y me entretendrá hasta haber saciado por completo su insana curiosidad o, al menos, lo intentará. Esa mujer debió trabajar para la CIA o alguna organización parecida. Sabe lo que se hace.
Me suelta para abrir la puerta del copiloto e inexplicablemente me siento abandonada. No noto su calor y su piel pegada a la mía. Durante unos segundos me he sentido arropada y protegida.
«No lo conoces de nada, Dani».
Entro en el coche y cierra la puerta tras de mí. Alejandro da la vuelta, se acomoda en el asiento del conductor, me ordena que me abroche el cinturón y arranca.
Tiene unas manos enormes y el pelo castaño oscuro y alborotado. Mientras conduce en silencio, me permito observar el perfil de su cara, digno de un boceto de Miguel Ángel. Y, por primera vez, sonríe.
—Te entretienes con lo que ves.
No es una pregunta, lo está afirmando.
Me ruborizo, pero no puedo dejar de mirarlo. Ha sonreído y tiene la sonrisa más bonita que pueda existir en el universo. Sus labios son carnosos y sus dientes blancos y perfectos.
—Perdona. Aún no sé qué hacemos aquí. Y no encuentro la razón por la que estás interesado en pasar el tiempo conmigo. Creo que no tenemos nada en común. Bueno, a Fernando, a quien por cierto estoy segura que no le gusta la idea de que me hayas raptado de esta manera, en contra de mi voluntad.
«Ya estás soltando idioteces».
—Pobre damisela —vuelve a sonreír—, ya eres mayorcita y, no, Fernando no tiene nada que ver con esto. Es sólo una coincidencia. Olvídate de él —ordena cambiando el semblante a uno mucho más serio y contraído.
Acelera un poco más. ¡Dios, cómo me pone este hombre! Miro por el espejo retrovisor y observo que salimos de la ciudad. Me pongo un poco nerviosa. Se da cuenta.
—No te preocupes, puedes confiar en mí. Sólo vamos a cenar.
Me mira y me nota asustada.
—Llama a Sara y le dices dónde vamos.
Me cuesta reconocer mi intranquilidad, pero llamo a mi amiga para que sepa dónde nos encontramos y con quién exactamente —con el cabrón enchaquetado más atractivo que he visto en mi vida— y respiro más pausadamente. Al menos si no aparezco, mañana la policía sabrá dónde comenzar a buscar y a quién investigar, me digo, pero no me tranquilizo. Que encuentren mi cadáver, ni me consuela ni me alivia en absoluto.
Llegamos a lo que a primera vista parece una casita antigua que han reformado hace poco para adecentarla lo suficiente como para no caerse. No veo bastantes luces para ser un restaurante, ni el cartel que lo debe indicar por ninguna parte. Conforme nos acercamos a la puerta, vuelve a entrarme el pánico que había abandonado mi cuerpo al llamar a Sara. Le había dicho que íbamos a cenar a un establecimiento que había en el municipio de Valdemanco, es la única referencia que tenía. Pero aquí no veo más coches, ni luces, ni señales de otra vida que no sea la mía y la de este hombre de metro noventa que puede hacer conmigo lo que quiera. Tengo que hacer más caso a Fernando y menos a la loca de mi compañera de piso que me ha servido en bandeja a un–seguro–asesino–en–serie. Me cortará a trocitos y nadie me encontrará.
Por favor, soy muy joven para morir.
—¿En qué piensas? —posa su mano derecha sobre el bajo de mi espalda y un cosquillo la recorre entera.
«En que eres demasiado guapo para ser un asesino».
—¿Dónde… dónde estamos? —me tiembla la voz y todo el cuerpo.
—Tranquila, ya te he dicho que sólo voy a darte de comer.
Me coge la mano, creo que para que no salga corriendo, y me guía hasta la entrada. Debo de estar volviéndome loca porque su contacto consigue tranquilizarme al instante y el calor vuelve a mi cuerpo de una manera muy natural. Entramos en aquella estancia amplia, pero acogedora. Tiene la chimenea encendida y una pequeña mesa preparada con los cubiertos y las copas justo delante. La habitación es preciosa, cortinas beis, lámparas de lágrimas muy antiguas, sofá de piel color chocolate... Una cocina office blanco roto y unas escaleras de mármol al fondo. Todo está rodeado de velas encendidas. Alguien ha preparado esto a conciencia.
—Es... preciosa...
—Gracias, es mi lugar preferido en el mundo —y seguimos adentrándonos en aquel sitio de ensueño. No sé por qué, pero ha sonado a confidencia.
Me rodea y tira suavemente de mi abrigo quitándomelo despacio.
«Joder, si ha preparado todo esto, será por algo. Dani, espabila. En el sexo también debe de jugar en otra liga… Tranquilízate. Vive el momento, diviértete y adiós muy buenas».
Estoy al borde de un ataque de nervios.
—Siéntate —me ofrece la silla junto a la chimenea.
—¿Qué quieres beber?
«Un gin–tonic, o mejor, whisky seco, doble. No, triple».
—Agua, por favor.
—Vaya... Precisamente hoy decides no perder la cabeza —sonríe y me desarma.
Y por supuesto, la pierdo. En cuanto se quita la chaqueta camino de la cocina y la deja sobre el sofá. La camiseta de mangas cortas deja al descubierto sus brazos musculados, perfectamente alineados y definidos. Pero no es eso lo que hace que se desintegren mis bragas. Esto ocurre exactamente cuando observo todo su brazo derecho tatuado —hasta mucho después no pude distinguir los dibujos que pintaban su piel—, pero, por favor, ¡con lo que me pone un hombre tatuado…! Tengo que tragar saliva varias veces para humedecerme la garganta. Me atraganto y empiezo a toser. Alejandro se acerca a mí con el agua y pregunta si me encuentro bien.
«Por favor Dani, deja de hacer el ridículo».
—Bebe —ordena.
—Gracias —musito tras dar unos pequeños sorbos mientras me observa.
Vuelve a la cocina y trae varios platos con queso, uvas y salmón.
—Espero que te gusten.
—No te preocupes, tengo muy buena boca —digo sin pensar. Una de mis virtudes, decir todo lo que se me pasa por la cabeza. Lo repito, no tengo filtro.
Me mira asomando una sonrisa y me pongo colorada. Vuelvo a atragantarme, esta vez con el agua. Y vuelvo a toser. Se acerca a mí y me rodea el hombro con su brazo tatuado. Me pone los vellos de punta.
—Estás temblando.
—Tranquilo, estoy bien —miento.
Sé que se ha dado cuenta de lo nerviosa que estoy. Ya se sabe..., un libro abierto...
—Será mejor que te lleve a casa. Esto no ha sido buena idea.
«¡No! No quiero que me lleves a casa. Quiero que me sigas rodeando con ese brazo de Thor tatuado». Lloriqueo para mí. Vuelve a leerme la mente.
—Está bien, avivaré el fuego.
Se levanta y echa un tronco a la chimenea. Después de eso, se sienta frente a mí y empezamos a comer.
—Este sitio es precioso. Ya te lo he dicho, pero... es magnífico.
—Venía aquí con mis padres y mis hermanos cuando era pequeño.
—Tienes hermanos.
—Dos, sólo de madre. Una larga historia para una primera cita.
—Esto es... ¿una cita? Vaya... —toqueteo los cubiertos nerviosa.
—Tiene todos los ingredientes para serlo.
Nos quedamos en silencio y seguimos comiendo. Me siento como 'Alicia en el País de las Maravillas'. No sé qué esperar ni qué será lo siguiente que ocurra.
Читать дальше