Damián Pachón - Política para profanos

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Este libro busca que los estudiantes de las clases de Filosofía Política y Sistemas Políticos tengan un acercamiento a ciertos conceptos básicos de la política, entre ellos el concepto de cultura política, la importancia de la participación ciudadana, el contractualismo, la soberanía popular, el poder, la hegemonía, la ideología, la alineación, el nazismo, el marxismo, el totalitarismo, el progreso, la diversidad, la identidad, el socialismo raizal, etc., a la vez que pueden tener un acercamiento a la cultura política colombiana y al proceso de formación de sus aristocracias.

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Para nuestro interés, podemos utilizar una definición que hermane los dos sentidos recién mencionados: como «espíritu objetivo», esto es, ciertas producciones objetivadas del hombre y como ciertos aspectos subjetivos, entre ellos, formación, valoraciones, actitudes, expectativas. Podríamos, entonces, definir la cultura como un conjunto de normas o pautas de comportamiento, reglas de acción, creencias, costumbres, valores, ideales, rituales, prácticas, símbolos y mitos, etc., transmitidos generacionalmente, que le dan identidad y estabilidad a una comunidad específica ubicada tiempo-espacialmente y que dotan de sentido el mundo del sujeto, para el que orientan sus acciones frente a distintos aspectos y objetos del sistema social. Ahora, esto no implica que la cultura sea estática, sino todo lo contrario: esta es afectada, por ejemplo, por la globalización y los medios de comunicación, donde muchos de estos elementos son «objeto» de disputa, de apropiación y resignificación, con lo que empieza a formar parte de la lucha política como «elemento» clave en la lucha por la institución de lo real y lo social.

La cultura es, por una parte, costumbres, creencias, prácticas reiteradas, pero también es, por otra, un conjunto de ideales, valoraciones, utopías, actitudes y comportamientos. Es esto lo que la hace dinámica. De la cultura dependen nuestras prácticas sociales, y dentro de ellas, las políticas.

La política, por su parte, es un subsistema social encargado de la organización y gestión del poder. Es el ámbito de la gestión de la vida en común, como ya pensaba Aristóteles, lo cual implica la toma de decisiones y la ejecución de las acciones encaminadas a satisfacer las necesidades de la población. La política es la administración de la res publica, de la cosa pública, de lo común. Esa «organización» del poder implica una relación de dominio y sujeción legítimas, para decirlo con Max Weber (2007), donde intervienen gobernantes y gobernados en un cúmulo de distintas relaciones de mando, subordinación y codependencia. Es un subsistema que influye profundamente en la vida de los asociados en las comunidades políticas y que tiene efectos reales sobre la vida cotidiana.

Hay que decir que la política es un arte, una techné, una manera de saber hacer, que busca la gestión adecuada de la vida humana como contenido, justamente para permitir su producción, reproducción y potenciación (Dussel, 2009). En este sentido, la política es política de la vida o biopolítica, lo cual siempre ha existido. Aquí yerra Foucault cuando sitúa la biopolítica en la modernidad, pues desde que existe «sociedad», hay gestión de la vida, hay contención, cierta represión instintiva, reglas del poder o de distribución de los recursos para la población asociada y el control del tiempo libre o el ocio.

2. El concepto de cultura política

Hechas las anteriores aproximaciones conceptuales, se puede intentar un concepto de «cultura política», que debe incluir aspectos objetivos y subjetivos o, si se quiere, estáticos y dinámicos, o más bien, cierta dialéctica entre estos elementos.

La cultura política sería un haber, una posesión, una tradición, una herencia, un conjunto de prácticas dentro del campo político; sería, además, la manera como la población percibe o se representa diferentes objetos y dimensiones de ese mismo campo. Almond y Verba la definieron como el estudio de las orientaciones específicamente políticas, «posturas relativas al sistema político y sus diferentes elementos, así como actitudes relacionadas con la función de uno mismo dentro del sistema» (Mejía, 2009, p. 108). Esas orientaciones frente al campo político pueden ser cognoscitivas, afectivas y evaluativas. La primera se refiere a un saber, un conocimiento que se tiene del sistema político, entendiendo sistema como un conjunto de elementos, interconectados, interactuantes, no aislado como mónada, sino en acción recíproca con el medioambiente (Vargas, 1998). La orientación afectiva hace alusión a orientaciones de tipo emocional, irracionales, etc., a mi juicio, muy propias del fanatismo político que alimenta los nacionalismos y el patriotismo. Por último, orientaciones del sujeto dentro del sistema político, donde hay reflexividad, crítica, juicio, ponderación, etc., de tal manera que el agente puede valorar, sopesar, elegir y actuar racionalmente.

Para el caso colombiano, podríamos preguntar ¿tienen nuestros ciudadanos orientaciones cognoscitivas, afectivas y evaluativas frente al sistema político? ¿El voto de opinión, por ejemplo, a cuál de las tres orientaciones corresponde? ¿No fue el apego al bipartidismo una orientación meramente afectiva? ¿Tiene el ciudadano de a pie una orientación cognoscitiva frente a la política, esto es, sabe qué es, cómo funciona, para qué sirve? ¿Puede el ciudadano enjuiciar (evaluar) críticamente el desempeño de los políticos y de la actividad política en general? Son preguntas claves en momentos de efervescencia electoral en Colombia.

Almond y Verba (1963) hablaron también de tres tipos de cultura política: la parroquial, la súbdita y la participativa. ¿Qué entender por cultura parroquial? Son prácticas políticas determinadas por la tradición; en el caso colombiano, la adscripción hereditaria a un partido, como ocurría en época de la Violencia, como un apego a la tradición, al uso, al pasado. Esta cultura se basa en la autoridad, y es proclive a la inmovilidad del sistema social y político. ¿Qué entender por cultura súbdita? Es la basada en relaciones de subordinación y dependencia, muy propia del gamonalismo regional y de sus relaciones con la población rural en la provincia colombiana. Por último, la cultura participativa, que en teoría sería la ideal, alude a una cultura crítica, reflexiva, donde el ciudadano es activo dentro del campo político. Esta tipología la debemos entender como conceptos-tipo en el sentido de Max Weber (2004), pues son categorías que intentan dar explicación de ciertas realidades, ciertos objetos. En la realidad, estos tipos ideales no se dan puros, pues en un análisis empírico de una cultura política cualesquiera pueden encontrarse mezclados.

La concepción de estos autores, su clasificación y su preferencia específica han sido tildadas de conservadoras, y han tenido muchas críticas por tomar el modelo norteamericano y buscar ante todo la estabilidad y el statu quo (García, 2006). Veamos, ahora, un deslinde necesario que debemos hacer aquí entre cultura política y cívica, en lo cual nos apartamos también del clásico estudio de Aldmon y Verba.

La cultura cívica o civismo es también un comportamiento sedimentado, pero que alude a un conjunto de costumbres, reglas y normas de una determinada sociedad, específica, histórica, concreta culturalmente. Es la variable educativa y pedagógica sobre el mit-sein (Heidegger), vivir-con, compartir un horizonte de sentido en comunidad, conviviendo y posibilitando la coexistencia. En el caso colombiano, el paradigma de civismo está representado por las políticas del alcalde de Bogotá (1995-1997; 2001-2003) Antanas Mockus, cuando en su periodo de gobierno impulsó pedagogías para mejorar la cultura ciudadana y el comportamiento de los bogotanos en la capital de la República.

Ahora, ¿con qué «objetos», con qué temas tiene que ver entonces la cultura política? Expongamos algunos ejemplos:

a. Con la representación o los imaginarios que el ciudadano tiene de la política, de su importancia en la esfera social, y de la forma como esta se relaciona con su vida diaria y la vida de la comunidad.

b. Con las apreciaciones que el ciudadano tiene de su rol, de su papel en la conformación de ese subsistema social. Esto implica tener en cuenta el poder del pueblo, la comunidad, el poder constituyente primario, el poder de la soberanía popular —o como quiera llamársele— y la importancia de su participación política.

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