Antonio Espino - La invasión de América

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¿Por qué la sociedad española siempre ha creído en las bondades de la llamada conquista de América? ¿Fue en realidad un proceso civilizador, altruista y liberador? ¿Es justo considerar el imperialismo propio como un acto cualitativamente diferente al de otras naciones? ¿Debemos calificar a los conquistadores como héroes desde la óptica actual? Tras el desembarco de Cristóbal Colón en las Indias se inició la explotación de un vasto continente habitado por millones de personas. Durante varios siglos, las fuerzas hispanas desplegaron toda una serie de estrategias militares para derrocar a los imperios precolombinos y oprimir a las sociedades amerindias, usando con profusión el terror, la crueldad y la violencia extrema. Tácticas de combate fríamente calculadas que desencadenaron uno de los hechos más sangrientos de la historia moderna y cuyas consecuencias todavía hoy padecemos. El catedrático Antonio Espino ofrece en este libro una brillante crónica de la Conquista y analiza la historia militar y sus aspectos más brutales y sanguinarios. Una extraordinaria y documentada narración que permite observar bajo una nueva luz el brutal pasado del continente americano. Una luz que despoja los hechos de cualquier desviación mitificadora y de los reiterados intentos de buena parte de la historiografía conservadora hispánica de justificar la colonización, alegando una inequívoca intención civilizadora.

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Hallo y puedo çertificaros que es la más cruel guerra y temerosa del mundo que pintaros pueda, porque la de entre cristianos, tomándose a vida el contrario, halla entre los enemigos amigos y por lo menos proximidad. Y si es entre cristianos e moros, los unos a los otros tienen alguna piedad e sígueseles ynterés de rescates, por do llevan algund consuelo los que se toman a vida. Pero aquí entre estos yndios e los de qualquier parte de Yndias, ni tienen razón ni amor ni temor a Dios ni al mundo ni ynterese para que, por él, os den vida, porque están llenos de oro e plata y no lo tienen en nada. Y sin dexaros entrar en plática ni aprovecharos cosa ni avellos tratado bien e syn ser su amigo ni seros en cargo, os dan la más cruel muerte que pueden (Enríquez de Guzmán, 1960: 151).

Por otro lado, las diferencias entre las Indias y la Península en cuanto a cuestiones bélicas también fueron tan notorias como para que, en lo que respecta a Hernán Cortés, Beatriz Pastor lo vea más bien como un creador de modelos y no tanto como un imitador de los mismos (Pastor, 2008: 156 y ss.). De hecho, el caso de Hernán Cortés, o modelo cortesiano de conquistador y de conquista, sería el que todos los restantes caudillos quisieron revivir, o emular, pero con ellos como protagonistas supremos, claro está. No obstante, y según Pedro Cieza de León, el propio caudillo de Medellín se vería a sí mismo como un caballero cruzado y, a ese nivel, mucho más «perfecto» que sus colegas conquistadores del Incario:

E cuentan que el marqués del Valle, don Hernando Cortés, espejo de gobernadores e capitanes de Indias, dijo públicamente muchas veces, que Blasco Núñez [primer virrey peruano] no tendría en paz al Perú porque la gente que en el vivían eran mal corregidos, absolutos en hacer su voluntad, e que él, cuando iba descubriendo el reino de la Nueva España, por todos los caminos iba poniendo cruces; e los capitanes que habían descubierto el Perú siempre en ellos hubo envidias, e rencores disimulados, e negocios que vinieron a términos de dar las batallas que todos habían oído (citado en Crespo, 2009: 117).

Nunca debemos olvidar que, mientras Cristóbal Colón se aprestaba para realizar su primer viaje atlántico, un drama se estaba viviendo en las islas Canarias 24. Tras el impulso inicial de Juan de Bethencourt en 1402, cuando se ocuparon Fuerteventura, Lanzarote y parte de El Hierro, y el de los Peraza a partir de la década de 1420, cuando se terminaría de controlar El Hierro y se ocupó La Gomera (Fernández Armesto, 1988: 192 y ss.), la intervención de la Corona solo llegaría en 1477 y, sin duda, viendo en la conquista de Canarias «una empresa semejante a la que les ocupaba en España contra los moros» (Zavala, 1991: 20). Precisamente a causa de la guerra civil castellana y la intervención portuguesa en la misma (1475-1479), con el peligro que suponía la injerencia portuguesa en las Canarias, además de la falta de capacidad militar para tomar Gran Canaria demostrada por Diego García de Herrera desde un ya lejano 1461, los Católicos se decidieron por comprarle a este último sus derechos sobre las islas no conquistadas en 1477 y, al año siguiente, firmaron una primera capitulación para la conquista de Gran Canaria con el obispo de Lanzarote, Juan de Frías, y con el capitán aragonés Juan Rejón. Rejón estaría acompañado por un clérigo sevillano: Juan Bermúdez, deán de Rubicón (Lanzarote). Pero la conquista de Gran Canaria, tras múltiples peripecias y desavenencias entre los integrantes del bando hispano, no finalizó hasta 1483 y fue obra, más bien, del gobernador Pedro de Vera, quien sustituyese a Juan Rejón en 1480. En abril de 1483, el gobernador Vera, con unos mil efectivos, incluyendo tropas de gomeros, así como de habitantes de Lanzarote y Fuerteventura, cercó en Ansite a los últimos grancanarios resistentes, donde se rindieron, si bien el rey de Telde y uno de sus fieles prefirieron el suicidio arrojándose desde un despeñadero.

Alonso Fernández de Lugo capitularía con la Corona las conquistas de La Palma y Tenerife, pero estas tendrían que esperar un decenio. Mientras tanto, en La Gomera el gobernador Hernán Peraza se involucró en las luchas intestinas entre parcialidades autóctonas —había cuatro—, resultando muerto. Su viuda, Beatriz de Bobadilla, solicitó ayuda al gobernador Pedro de Vera, quien se personó en la isla con cuatrocientos hombres. Tras informarse sobre quiénes eran los causantes del delito, los bandos de Pala y Mulagua, cuyos integrantes se habían hecho fuertes en Garagonay, fueron cercados y derrotados, muriendo muchos de ellos en el encuentro, y, según la crónica conocida como Matritense ,

[…] sentenciaron a muerte a todos los que quinze años arriba, y dado que los matadores fueron pocos, los condenados a muerte fueron muchos, que a unos arrastravan y los desquartisavan, y a otros les cortaban pies y manos, y a otros ahorcavan, y a otros muchos echavan a la mar en barcas a lo largo, atados de pies y manos y con pesgas a los pescuesos.

En la crónica de Pedro Gómez Escudero, se especifica que «fueron diversos los géneros de muerte porque ajorcó, empaló, arrastró, mandó echar a la mar vivos con pesgas a los pescuesos; a otros cortó pies i manos vivos, y era gran compasión ver tal género de crueldad en Pedo (sic) de Vera». Los menores fueron embarcados y vendidos como esclavos para subvenir en los gastos de guerra. Según Juan de Abreu, como se ejecutó de modo tan horrible a gente inocente,

de que Dios entiende no haber sido servido, pues todos los más que fueron ejecutores pararon en mal, y mas por haber enviado a vender muchos niños y mujeres a muchas partes, y un Alonso de Cota ahogó muchos gomeros que llevaba desterrados a Lanzarote en un navío suyo.

Entendiendo el gobernador Vera que los gomeros que habían luchado en Gran Canaria habían participado en la conspiración y asesinato de Peraza, avisó a los alcaldes de las villas de Telde y Gáldar, donde habitaban, para que los prendiesen; estos cumplieron con éxito el encargo, dado que fueron atrapados «casi doszientos, y a todos los condenaron a muerte poblando muchas horcas y [em]palisadas de ellos y echándolos a la mar atados de los pies y con pesgas». J. Pérez Ortega disiente sobre el número de gomeros ejecutados, amparándose en los estudios del antropólogo austriaco Dominik Wölfel, para señalar que se ejecutarían entre doce y diecisiete hombres y se esclavizaron de doscientas a doscientas sesenta personas, pero sus ideas no nos parecen del todo concluyentes y sí algo contradictorias (Pérez Ortega, 1984: 183-193). El obispo Juan de Frías se quejó por la esclavitud de los muchachos gomeros, ya cristianizados, pero el gobernador Vera argumentó «que aquellos no eran christianos, sino hijos de unos traidores que mataron a su señor y se querían alçar con la isla». Las protestas del obispo ante los Católicos acabaron con la destitución de Pedro de Vera, sustituido por Francisco Maldonado en 1488. Más tarde, los gomeros esclavizados fueron puestos en libertad, lo cual no quita que, en otras ocasiones, los Católicos pudiesen confiar una conquista, como la de La Palma, argumentando que la isla estaba «en poder de canarios infieles», o sea, de gentes esclavizables en un momento dado, se asevera en la crónica Matritense . En realidad, desde el primer ataque normando a las Canarias en 1402, lo habitual fue esclavizar a sus habitantes, atacando nuevas islas y comunidades cuando estas se iban entregando y cristianizando 25.

Muchos de los castigos que sufrieron los gomeros nos los encontraremos en la ocupación de las Indias. Como veremos, el castigo de las gentes ya sometidas que se atrevían a sublevarse, en pocas palabras: la rebeldía, era tremendo, pues no se podía dejar la retaguardia con un mínimo asomo de inseguridad. Si dicha circunstancia a nivel insular queda demostrada, piénsese en cómo sería en las Indias, donde grupos muy reducidos de hispanos debían hacerse con el control de enormes territorios que, una vez dominados, dejarían a sus espaldas mientras se proseguía con el avance. El uso del terror, de la violencia, de la crueldad por imperativo militar —o de conquista colonial— estaba más que justificado para seguir adelante con los planes de ocupación.

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