Antonio Espino - La invasión de América

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¿Por qué la sociedad española siempre ha creído en las bondades de la llamada conquista de América? ¿Fue en realidad un proceso civilizador, altruista y liberador? ¿Es justo considerar el imperialismo propio como un acto cualitativamente diferente al de otras naciones? ¿Debemos calificar a los conquistadores como héroes desde la óptica actual? Tras el desembarco de Cristóbal Colón en las Indias se inició la explotación de un vasto continente habitado por millones de personas. Durante varios siglos, las fuerzas hispanas desplegaron toda una serie de estrategias militares para derrocar a los imperios precolombinos y oprimir a las sociedades amerindias, usando con profusión el terror, la crueldad y la violencia extrema. Tácticas de combate fríamente calculadas que desencadenaron uno de los hechos más sangrientos de la historia moderna y cuyas consecuencias todavía hoy padecemos. El catedrático Antonio Espino ofrece en este libro una brillante crónica de la Conquista y analiza la historia militar y sus aspectos más brutales y sanguinarios. Una extraordinaria y documentada narración que permite observar bajo una nueva luz el brutal pasado del continente americano. Una luz que despoja los hechos de cualquier desviación mitificadora y de los reiterados intentos de buena parte de la historiografía conservadora hispánica de justificar la colonización, alegando una inequívoca intención civilizadora.

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La conquista de la isla de La Palma se inició, antes de que capitulase Alonso Fernández de Lugo, entre finales de 1491 y abril de 1492, cuando el gobernador de Gran Canaria, Francisco de Maldonado, el obispo de Canarias y el cabildo catedralicio consiguieron que algunos de los caudillos palmeros se cristianizasen, una vez fueron llevados a Gran Canaria, y luego hiciesen proselitismo entre los suyos en su tierra. Así, Fernández de Lugo, cuando capituló la conquista de la isla en junio de 1492, ya tenía buena parte del trabajo hecho. Cuando desembarcó en la isla en septiembre, hasta cuatro bandos palmeros se pusieron de su lado. La resistencia la protagonizó el caudillo Tanausú quien, una vez preso mediante engaños, se dejó morir de hambre. Algunas revueltas en mayo de 1493 no consiguieron alterar el curso de los acontecimientos, tanto es así que a finales de año Alonso Fernández de Lugo se trasladó a la metrópoli para capitular en la conquista de Tenerife. Entre otras mercedes, recibió ciento cuarenta cautivos de La Palma (Morales Padrón, 1993: 34-35. Zavala, 1991: 54). Según Juan de Abreu, el capitán enviado para sofocar las revueltas, Diego Rodríguez Talavera, «puso la isla en paz y sosiego, haciendo en los alzados castigo ejemplar, con el cual estuvieron siempre leales y obedientes».

La hueste que organizó en Sevilla, a la que se sumarían tropas en Gran Canaria, alcanzó los ciento cincuenta jinetes y mil quinientos infantes que se embarcaron en una treintena de navíos, aunque quizás estas cifras incluyen varios cientos de auxiliares guanches. Entre finales de abril y primeros de mayo de 1494 se desembarcó en la zona de Añazo, donde más tarde se edificaría la ciudad de Santa Cruz. Nueve parcialidades, dominadas por otros tantos menceyes , se dividían la isla, de las cuales cinco, localizadas en el norte y occidente de Tenerife, se mantenían en pie de guerra. Así, Alonso Fernández de Lugo entró en negociaciones con los menceyes de paz para asegurar los frentes que se dejaban a retaguardia (el oriental y el meridional).

Tras desembarcar en Añazo, y antes de iniciar las operaciones, Fernández de Lugo ordenó algunas cabalgadas para la captura de ganado; el capitán Castillo operó con veinte lanceros y treinta infantes, pero al día siguiente, buscando más movilidad, se envió al capitán Alarcón con sesenta de caballería. Si bien se capturaron ganados, pudieron comprobar las dificultades orográficas de la isla y cómo algunos guanches vigilaban las evoluciones del campamento cercano desde las sierras más próximas. El 4 de mayo de 1494 comenzó a moverse la hueste hacia La Laguna, atrapándose un guanche que informó de la presencia de efectivos isleños. Tras fijar un nuevo campamento en Gracia, la hueste prosiguió su avance hacia el barranco de Acentejo donde unos tres mil guanches emboscados esperaron su oportunidad. Según Javier García de Gabiola, con deducciones bastante creíbles a partir de las extrapolaciones de los casos de las islas menores, es factible pensar que los opositores isleños serían unos mil seiscientos (García de Gabiola, 2019: 173-174). Demorándose los castellanos, atrapando unos ganados dejados allá por los tinerfeños, el escuadrón isleño les cayó encima; los hombres de Lugo intentaron defenderse «formando un pedazo de batallón». Tras una hora y media de lucha, el enfrentamiento reverdeció ante la llegada de nuevos efectivos guanches. Poco después, la resistencia castellana empezó a decaer. Según la crónica de Pedro Gómez Escudero,

retirándose los españoles de tanta mortandad que fue uno de los días más tremendos que hubo en las yslas, solamente escaparon muy pocos; treinta españoles retirándose i peleando, viéndose acosados, se entraron en una cueba pendiente de un cerro onde se defendían citiados a que muriesen. Estubieron hasta el día siguiente; iban siguiendo más de mil i quinientos Guanchos a ciento veinte Canarios christianos i quatro portugueses arrojándose por unos barrancos i despeñaderos a las parte del [A]Centejo, se metieron por el agua a guarecerse en una baja o rocha, siguiéronles más 160 que se ajogaron i otros de enfadado se fueron.

Siguiendo con Gómez Escudero, la batalla duró cuatro horas. Seis mil guanches, que tuvieron dos mil muertos, se enfrentaron a mil doscientos hispanos y canarios, de quienes hubo ochocientos muertos y sesenta heridos; «este citio llamaron la matança». Como veremos en las próximas páginas, el mismo nombre se aplicará en otro lugar de las Indias en circunstancias parecidas. Francisco Morales Padrón refiere la pérdida de noventa jinetes y mil doscientos infantes, casi con toda seguridad a causa de su bisoñez. Juan de Abreu da como cifra seiscientos muertos, recalcando que la elección del lugar del combate por los guanches hizo que los castellanos «no pudieran valerse ni pelear, ni aprovecharse de los caballos, que era la fuerza de la gente». Alonso Fernández de Lugo, que escapó a duras penas de la muerte, quedó herido y se vio obligado a evacuar su gente cuando, quedándole apenas doscientos efectivos, fueron atacados de nuevo en la torre de Santa Cruz por una escuadra de cuatrocientos guanches. En aquella ocasión, estos tuvieron ciento sesenta muertos y cien heridos, por tan solo tres muertos y quince heridos del lado hispano, según la evaluación hecha por Pedro Gómez Escudero. Pero ¿son cifras reales o es una compensación por el desastre de Acentejo? A primeros de junio ya se hallaban en Las Palmas.

Una vez obtenida en la Corte una prórroga para la conquista de Tenerife y para constituir una nueva sociedad con los antiguos armadores, que seguirían aportando medios económicos y materiales, así como para recibir ayuda de los señores de Lanzarote (Inés Peraza) y de las islas del Hierro y La Gomera (Beatriz de Bobadilla), además del gobernador de Gran Canaria, Francisco Maldonado, cooperando los dos últimos con hasta ciento cincuenta efectivos, Alonso Fernández de Lugo desembarcó un primer contingente a inicios de 1495. Su primer objetivo fue hacerse fuerte levantando dos torres en Añazo y Gracia, mientras se renovaban los pactos de paz con los bandos de Anaga, Adeje, Abona y Güimar. En noviembre llegaría a la isla un segundo contingente, aportado por el duque de Medina Sidonia —seiscientos cincuenta infantes y cuarenta efectivos de caballería, de modo que las tropas de Alonso Fernández de Lugo alcanzaron el millar de infantes y setenta caballos, según Juan de Abreu—, mientras las fuerzas guanches, unos once mil efectivos, comenzaban a padecer los efectos de la enfermedad —Pedro Gómez Escudero habla de seis mil muertos—, como ocurriría en el caso de la caída de México-Tenochtitlan. Cerca de la ciudad de La Laguna, en terreno favorable para la caballería hispana, se trabó el 14 de noviembre de 1495 una batalla con los tinerfeños, que recularon, con bajas por ambas partes, haciéndose fuertes los castellanos en una eminencia, donde les llegaron refuerzos, de modo «que llegó a [h]aber para cada uno de los nuestros dies y dose [h]onbres». Esta apreciación puede ser más que correcta, dado que, también según Pedro Gómez Escudero, las tropas de Lugo eran un millar de hombres, además de setenta jinetes. En la batalla hubo treinta y cinco bajas entre los infantes y cincuenta entre los efectivos de la caballería —muchas si solo eran setenta— que, sin duda, tuvo un papel muy destacado «alanseando i atropellando enemigos», por mil setecientas del lado guanche (Abulafia, 2008: 137-138. Zavala, 1991: 83 y ss.). Más tarde, un grupo hispano de doce soldados que acompañaban a dieciocho heridos a curarse fue apresado por los guanches, que los harían prisioneros, pero al coste de trece bajas. En este encuentro murió el jefe militar Chimenchia (Tinguaro), vencedor de la primera batalla de Acentejo. Su cadáver, a decir del cronista Gómez Escudero, fue mutilado:

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