La pérdida de la pareja y el tiempo que se ha vivido con ella. Cuanto más tiempo, mayor dificultad. Muchas veces esta pérdida implica otros duelos como una merma económica, la aparición de problemas que antes solucionaba esa persona que ya no está, Si el que se va es el hombre, posiblemente todo lo que llevaba como las cuentas y las previsiones, la movilidad, el poder salir y hacer una vida social fuera de casa. Si es la mujer la casa y todo lo que se necesita para llevarla se hace cuesta arriba. El vacío de esa presencia perenne va a caer como una losa anulando toda capacidad de recuperación al principio. Con el paso del tiempo si esos problemas no se han solucionado el duelo se ira dificultando cada vez más ya que el proceso de envejecimiento traerá más retos y dificultades.
Muerte por suicidio. Además del impacto de todo lo que puede significar que un ser que queríamos haya optado por dejarnos, también está ese otro impacto que no tendría que influenciar pero que se ha probado que tiene su peso y es el significado de estas muertes a nivel social y religioso. Desde un punto de vista metafísico no hay culpabilidad ni existe error ya que normalmente son situaciones que tampoco permiten opciones ni libertad de elección, pero normalmente el apoyo y la aprobación social son necesarios y en estas muertes entran muchísimos factores que hacen mucho más cuesta arriba una transformación de lo que ha sucedido. Las culpabilidades proliferan y la pérdida de autoestima puede ser total.
Las muertes repentinas como accidentes o infartos que no permiten despedirse o por lo menos vivir la realidad de la partida con el ser querido y las muertes violentas en donde la culpa lo tiene otra persona o circunstancias ajenas, también pueden añadir más dificultad y complicaciones.
FASE CRISÁLIDA
Si como hemos visto antes, la inconsciencia es el territorio de la oruga, en la etapa de crisálida existe una crecida de consciencia, una desaparición de la incapacidad y se adquiere un propósito y un conocimiento, no sólo de las circunstancias sino de cómo se están viviendo. Esta es la fase de los descubrimientos, altamente necesarios para la construcción que va a permitir finalmente que la mariposa nazca y emprenda su vuelo, acabando con el proceso de duelo y emprendiendo una nueva y más completa forma de relacionarse con el ser querido.
Primero existe una consciencia de lo que se está viviendo y la certeza de ser el principal arquitecto del día a día. En vez de dejarse llevar por las circunstancias, se empieza a dirigirlas y dominar lo que pasa y cómo se va a pasar. La depresión cesa ya que ha habido una conquista del entorno con sus nuevas fuentes de nutrición y motivación. Se han alcanzado profundidades que permiten una comunicación más auténtica con otras personas que hablan el mismo lenguaje.
En esta fase la oportunidad que ofrecen los grupos de apoyo para relacionarse a través de compartir y comprender, ser comprendidos y apoyarse es llevada a su máxima expresión. La primera fase ya se ha cumplido y el acompañamiento es ahora más completo. Existe una necesidad de desarrollar las nuevas capacidades y una búsqueda de algo más. También puede haber el deseo de volver a disfrutar y ser felices, pero no retornando a lo que se hacía antes sino incorporando a amigos que han tenido experiencias similares.
Hay una profundidad mayor de sentimiento y pensamiento. Posiblemente, desde fuera no se note ningún cambio ya que muchas veces se harán las mismas cosas, pero lo que estará variando será la forma de hacerlas. Por ejemplo, el llanto seguirá presente para los que necesitan llorar, pero será un llanto vivido y sentido y no una descarga incontrolada, imparable que no parece tener fin.
Hay una aceptación generalizada de todo lo que está ocurriendo no por resignación sino como el paso necesario para ponerle remedio. Se acepta el hecho de estar mal y se acepta que se pueda estar menos mal. La aceptación en esta fase, permite hacerse cargo de la realidad para poder cambiar lo que se tiene que cambiar. Pero y esto es importante, jamás se va a aceptar la muerte de ese ser, no de forma directa. En esta fase empieza un desapego hacia la necesidad de tenerlo de forma física, pero no se aceptará su muerte, ya que con el tiempo se ha ido descubriendo que esa persona no ha muerto, sino que vive. Vive y quizás de una forma más real y con una presencia más consolidada que cuando estaba físicamente presente. De hecho, ahora el acompañamiento es total y no, como muchas veces en el pasado que incluía la presencia física de la persona.
La aceptación entonces se torna en herramienta por excelencia para corregir lo que hace falta y salir de los estados que aún hacen daño. Se acepta para dejar marchar. Sin aceptación no hay reconocimiento y sin reconocimiento lo que se enfrenta es un vacío inidentificable que duele, pero sin saber lo que realmente es. Reconocer la tristeza es significarla y saber hasta que punto aún es necesaria y que papel juega en el momento preciso que se está viviendo. De esta manera se vivirá cuando toca y se expresará como se quiera y necesite. Se acepta para conocer.
Si no se acepta estar mal no se podrá saber en que se está traduciendo ese malestar. Se acepta que ya no se podrá hacer lo que se hacía antes para crear y encontrar nuevas actividades, se acepta que los amigos de antes han cambiado y entonces se abre la puerta a nuevas amistades. Y sobre todo se acepta el cambio en todas sus acepciones para descubrir las nuevas capacidades y recursos. Y así poco a poco a través de la aceptación empieza un auto reconocimiento para poder vivirse auténticamente.
Cuando se ha aceptado lo que no está funcionando y se le ha puesto remedio y transformado, finalmente la persona que está en plena construcción va a poder aceptar el giro que ha tomado su vida y reconocer las nuevas posibilidades que están a su disposición y que probablemente han estado desde el primerísimo momento. La vivencia, tan descomunal y tremenda de la muerte de un ser querido, precipita por su magnitud, cambios igualmente importantes pero imposibles de identificar hasta mucho después. Reconocerlos y reconocerse va a ser una tarea importantísima para que esa persona pueda entrar en las frecuencias de la autoestima, muy necesarias especialmente porque como decíamos antes, una de las fuentes de valoración y aprecio ya no está.
DESAPEGO Y TENER QUE PAGAR “IDA”
También el desapego hará su aparición, pero no en la forma que se teme y evita. Jamás habrá un desapego a la importancia de ese ser, pero se va a necesitar para sobrevivir muchas situaciones de dolor y muchas actitudes de los demás que pueden incluso añadir más dolor.
El desapego en el sentido útil para el proceso de duelo, es aquella actitud o sentimiento que proporciona una manera de relacionarse con las propias ideas y emociones, con personas y con las circunstancias y el entorno, de manera que todo eso no domine, y pueda, a su vez, ser dirigido. En este caso el desapego permite relacionarse con todo, sin que eso pueda dañar o causar más preocupación.
El desapego y la concienciación de su utilidad especialmente ante situaciones de IDA, que en esta etapa y debido a la negación de poder ser felices empezarán a abundar, será una herramienta de gran utilidad. IDA (Impuesto de Dolor Añadido) representa todos los dolores que no tienen que ver directamente con el duelo, pero que muchas veces suelen ser fomentados por la necesidad de no dejar de sufrir. Pensar que estamos queriendo menos a esa persona si dejamos de sufrir o peor aún tenemos momentos de alegría y disfrute, puede impulsarnos a seguir estando mal y pagar IDA.
Todos los dolores que no tienen que ver con la pérdida, en un momento puntual van a obstaculizar aún más el camino de la recuperación. Incluso un comentario de una persona poco importante, puede ser la leña que se añade al fuego para seguir estando mal. La no recuperación en este sentido se convierte en la constatación de que esa persona que ya no está de forma física, ha sido algo excepcional y de tanta importancia, que, por esto, su muerte ha precipitado una situación que jamás se va a superar.
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