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Biblioteca Clásicos Cristianos
Subida del Monte Carmelo
Juan de la cruz
Introducción
1. Apuntes biográficos de Juan de la Cruz
Su nombre de pila era Juan de Yepes Álvarez. Nace en Fontiveros (Ávila) en 1542. Sus padres Gonzalo y Catalina eran naturales del reino de Toledo; él, de la villa de Yepes; ella, de Toledo mismo, según parece. Tienen montado en Fontiveros, en la Moraña abulense, un pequeño telar de buratos. «Soy hijo de un pobre tejedorcillo», dirá Juan años más tarde en Granada. A poco de nacer el pequeño Juan, muere su padre; la pobreza más negra se apodera del hogar y la familia, compuesta por Catalina, Francisco, el hijo mayor y el pequeño Juan, emigra a Medina del Campo, habiendo tentado acaso fortuna anteriormente en tierras de Toledo y en Arévalo. Luis, el hermanillo intermedio, ha muerto en Fontiveros y allí se enseña hasta ahora su tumba junto con la del padre en la iglesia parroquial.
En Medina del Campo vivirá Juan trece años, probablemente desde 1551 a 1564; primero, como educando en los Doctrinos, después como alumno externo del colegio de los jesuitas donde se forma en humanidades. Trabaja también de enfermero de uno de los catorce hospitales de la villa: el de las bubas. Así aprende a hermanar el trabajo con el estudio. Y no saliendo de su pobreza sabrá lo que es también andar pidiendo por las calles, primeramente para los Doctrinos y después para los enfermos del hospital.
Codiciado por algunas órdenes religiosas y requerido a que se ordene y funja de capellán del hospital, se decide a entrar en el Carmen, allí mismo, en el convento de Santa Ana en 1563, emitiendo su profesión religiosa en 1564. De 1564 a 1568 estudia en la Universidad de Salamanca: tres años de Artes o Filosofía y uno de Teología, habiendo sido con toda probabilidad, fray Luis de León uno de sus maestros, junto a otros también ilustres.
Ordenado sacerdote en Salamanca en 1567, en el verano de ese mismo año se encuentra por primera vez con santa Teresa en Medina del Campo. Encuentro providencial que hace que fray Juan de Santo Matía (así se llamaba entonces en la Orden) cambie de idea y abandone la resolución de pasarse a la Cartuja y acepte la propuesta hecha por la Santa de iniciar la reforma o renovación del Carmelo entre los frailes, como Teresa la ha comenzado entre las monjas de la Orden en 1562. Es la Santa quien ha contado la entrevista de estos dos gigantes de la santidad y de las letras; ambos quedaron fascinados y su aprecio mutuo fue aumentando[1].
La primera casa de los descalzos carmelitas se abre en noviembre de 1568 en el lugarejo de Duruelo (Ávila) en una pequeña alquería, adaptada por fray Juan en persona, que entendía no poco de albañilería, a conventito, tan pequeño que santa Teresa lo llamará «portalico de Belén»[2].
Vive Juan de la Cruz –este es su nuevo nombre sugerido o impuesto por santa Teresa– entre los descalzos veintitrés años. La madre Teresa le reclama pronto desde su puesto de rector de Alcalá y le lleva a Ávila para que le ayude en la buena marcha espiritual del numeroso monasterio de La Encarnación de Ávila. Aquí se detiene varios años (1572-1577), acompañando a la Madre en algunos de sus viajes fundacionales.
Víctima de malentendidos y de pequeñeces humanas, a primeros de diciembre, el 2 ó el 3, de 1577 es detenido violentamente por frailes de la Orden y llevado a la cárcel conventual de Toledo. Comentará más tarde haber pasado en aquella cárcel nueve meses, tantos como los que pasa el niño en el seno materno; de modo que salió renacido de la cárcel, fugándose de ella en agosto de 1578.
En ese mismo año, octubre-noviembre, llega a Andalucía y allí vivirá diez años seguidos, y de nuevo volverá a tierras andaluzas en agosto de 1591, después de haber pasado tres años en Segovia (1588-1591). Querido y venerado por la mayoría, sufre, no obstante, una persecución ignominiosa por parte de uno de los superiores de la Orden resentido contra él. Bien firme en la virtud y dando ejemplos de caridad y amor heroicos, muere en Úbeda a medianoche del 13 al 14 de diciembre de 1591, a los 49 años. Su cuerpo es trasladado a Segovia en 1593.
Se sospecha, por parte de algunos cervantistas, que Miguel de Cervantes se pueda referir al traslado del cuerpo de fray Juan de Úbeda a Segovia, cuando en Don Quijote habla de «la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto»[3]. Sus restos reposan en el Carmen de Segovia, en la iglesia del convento que él había comenzado a levantar, junto al santuario mariano de La Fuencisla.
Las copias de sus escritos se multiplicaron. La primera edición de sus Obras es de 1618 en Alcalá de Henares; falta el Cántico espiritual. Canonizado por Benedicto XIII en 1726, fue declarado doctor de la Iglesia en 1926; patrono de los poetas españoles en 1952, y patrono de todos los poetas de lengua española en 1993.
2. Su misión dentro del Carmelo
Juan de la Cruz fue el orientador y el padre espiritual de la nueva familia del Carmelo desde su puesto de iniciador, y desde sus cargos de responsabilidad: maestro de novicios en Duruelo y Mancera (1568-1570); rector de sus colegios de Alcalá (1571-1572), de Baeza (1579-1581); Superior en El Calvario, en la provincia de Jaén (1578-1579); Superior en Granada (1582-1585; 1587-1588); Superior en Segovia (1588-1591); desde su puesto de Vicario Provincial de Andalucía (1585-1587), y desde su participación en el gobierno general de la Orden (1588-1591).
También adoctrinó a los hijos e hijas del nuevo Carmelo con sus cartas y otros escritos de poca mole, pero de mucha sustancia; lo mismo que con la Subida-Noche y Cántico que dedicó a miembros de la Orden. Abundantísimo fue su magisterio oral o de viva voz entre los suyos[4].
3. Sus escritos
La pervivencia de Juan de la Cruz en el mundo de la cultura, del arte y del espíritu la debe más que nada a sus escritos, sin olvidar tampoco las biografías antiguas y modernas que han contribuido también al lanzamiento de su figura.
Juan de la Cruz tenía más vocación de enseñar de viva voz que de escribir. Su magisterio oral se entremezclaba con su magisterio escrito, completándose mutuamente.
Si tomamos una edición de sus Obras completas nos sorprende, ante todo, la brevedad, real y relativa, de sus escritos, si los comparamos con los de otros doctores de la Iglesia: Agustín, Jerónimo, Tomás de Aquino, Alberto Magno, etc.
Entre su producción nos encontramos con escritos brevísimos (dos, tres, cuatro páginas), junto a otros más largos y sistemáticos. Encontramos páginas escritas todas en verso; páginas todas en prosa y otras escritas en poesía y prosa. Advertimos también que algunas obras están escritas o redactadas dos veces, y otras están sin terminar.
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