15. Personajes bíblicos
Las citas o «autoridades» bíblicas y su exégesis, practicada tantas veces «según el germano y espiritual sentido» (2S 7,4), se complementan y personalizan en ciertos personajes o tipos bíblicos que encarnan alguna de las situaciones espirituales que anda describiendo.
Bastará recordar algunos más principales: Sansón, privado de sus fuerzas monstruosas, vaciado de sus ojos, atado con doble cadena de bronce, moliendo en la prisión (Jue 16,21) es tipo de la esclavitud que imponen los apetitos desordenados (1S 7,1-2; 3S 22,5); el caso del incrédulo y escéptico apóstol santo Tomás (Jn 20,29) le sirve para insistir en el valor de la fe por la palabra (2S 11,12; 3S 31,8); en el ejercicio de la fe pura y más desnuda se referirá también a María Magdalena (Jn 20,11-18) puntualizando la pedagogía que fue usando con ella el Señor (2S 11,7, 12; 3S 31,8).
Job es un ejemplo muy socorrido para tantas cosas en los escritores espirituales. En Subida (2S 9,3-4) lo presenta como modelo de cómo y a quién se comunica Dios y le revela sus secretos (Job 38,1 y 40,1); las tres noches de Tobías con su esposa sin juntarse con ella (Tob 6,18-22), le saca un buen partido para diseñar el proceso espiritual (1S 2,2-5); del caso de Simón el Mago (He 8,18-19) extrapola la codicia de los simonitas de su tiempo (3S 19,9; 31,5); en Salomón que viene «a tanta ceguera y torpeza de voluntad» como a hacer altares a tantos ídolos y adorarlos él mismo (2Re 11,4-8) ve los daños de los apetitos desordenados que ciegan y oscurecen la razón (1S 8,6).
De la conducta ambivalente de san Pedro (Gál 2,14) desciende a defender, en contra de aquella simulación, los fueros de la razón y del sentido común (2S 22,14-15), tal como se lo vino a recordar san Pablo en persona (ib); ya en Jetró encontraba un ejemplar de sentido común frente a ciertas dudas de Moisés (2S 22,13); los ejemplos de Micas (Jue 18,24) y Labán (Gén 31,34) apegados a sus ídolos le sirven para ilustrar las devociones «a tontas y a bobas» en el mundo de las imágenes (3S 35,4); el profeta Elías «nuestro padre» es para él alguien a quien se comunicó altísimamente el Señor (2S 24,3); Moisés aparece en el mismo contexto que Elías (ib) y en las órdenes que recibe de Dios para subir al Monte Sinaí (Éx 34,3) encuentra las consignas pertinentes para subir al Monte de la perfección o Monte Carmelo (1S 5,6-7); también descubre consignas equivalentes y muy válidas para la misma escalada (1S 5,6-7) en las tres cosas que Jacob mandó a su gente al subir a Betel a edificar allí a Dios un altar (Gén 35,1-2); en Absalón con su muerte tan desastrada (2Re 14,25) encuentra cómo no hay que gozarse de nada, ni de la hermosura, ni de la riqueza, ni del linaje (3S 18,4).
En David, cuyos salmos cita tantísimo, identifica grandes experiencias personales de Dios (2S 26,3-4; 14,11) y aprueba sus preguntas a Dios, cosa entonces querida por el Señor y por el punto en que se encontraba la economía de la salvación (2S 22,2,8); en el proceder de Balaán (Núm 22,20-32) descubre uno de los ejemplos de la condescendencia enojada de Dios (2S 21,6); de esto mismo es ejemplo el rey Saúl (ib); Nadad y Abiú ofreciendo fuego ajeno en el altar del Señor (Lev 10,1-2) le son ejemplo de cómo no hay que hacer «para ser digno altar» del Señor y para que no se entremezcle «amor ajeno» en su santo servicio (1S 5,7; 3S 38,3); Judit (8,11-12) es modelo de confianza y esperanza en el Señor (3S 44,5); Jeremías alucinado ante los difíciles caminos del Señor y la oscuridad de sus palabras (Jer 4,10) le sirve para exhortar a examinar muy bien las palabras del Señor desde la óptica divina (2S 19,7); los estragos que producían en el pueblo los magos y aríolos que había entre los hijos de Israel (1Re 28,3) le lleva a hablar de discípulos y allegados del demonio en sus días y a decir: «Y cuán perniciosos sean éstos para sí y perjudiciales para la Cristiandad, cada uno podrá bien claramente entenderlo» (3S 31,6); la estratagema de Gedeón y sus soldados con la antorcha dentro del cántaro que luego se rompería (Jue 7,16-20) le sirve para explicar cómo la fe, figurada por los cántaros, contiene en sí la divina luz (2S 9,3); las órdenes recibidas por Josué de destruir todo cuanto hallase en Jericó, chico y grande (Jos 6,17-21) las traslada a la destrucción de todos los apetitos o afectos desordenados del alma (1S 11,8).
Abrahán es para Juan de la Cruz modelo de cómo hay que obedecer y entender las promesas de Dios y de cómo la palabra de Dios es eficaz y su generosidad desbordante (2S 19,2; 31,1; 3S 44,2); ejemplo de desapego de las cosas temporales encuentra en la persona del profeta Samuel que por eso fue, además, «tan recto e ilustrado juez» (3S 19,4); ponemos también como personajes bíblicos a personajes de las parábolas tales como Lázaro y el rico epulón para expresar «falta de caridad con los prójimos y pobres» y otros males sin cuento que nacen de la glotonería (3S 25,5); de otro par de personajes de parábola: el fariseo y el publicano se sirve para delatar los daños que se siguen de poner el gozo de la voluntad en los bienes morales (3S 9,2; 28,2-3).
Omitimos otros personajes, pero el personaje bíblico –y extrabíblico– por encima de todos es Cristo Jesús. Más adelante al indicar los temas principales de la obra señalamos la cabida que tiene Cristo Jesús en la trama de la Subida. Después de Cristo Jesús el personaje principal que aparece en la Subida es María Santísima. Principal en sí misma y por la principalidad que se le atribuye en un texto clave proponiéndola como la realización divina más completa de esa unión con Dios a que va enderezando las almas y a cuya explicación se endereza su pluma: «Dios sólo mueve las potencias de estas almas, para aquellas obras que convienen según la voluntad y ordenación de Dios, y no se pueden mover a otras; y así, las obras y ruegos de estas almas siempre tienen efecto. Tales eran las de la gloriosísima Virgen Nuestra Señora, la cual, estando desde el principio levantada a este alto estado, nunca tuvo en su alma impresa forma de alguna criatura, ni por ella se movió, sino siempre su moción fue por el Espíritu Santo» (3S 2,10)[26]. Como personaje también bíblico y extrabíblico y funesto, del que habla no poco Juan de la Cruz, y con el que tuvo descomunales batallas, habría que citar al demonio[27].
16. La experiencia y la ciencia
La Biblia es la fuente principal, pero pasada por el filtro de la experiencia religiosa y espiritual del autor. Experiencia personal y ajena a la que se remite no pocas veces del modo más explícito (1S 5,5; 2S 21,7; 22,16; 26,17 [«de que tenemos muy mucha experiencia»]; 31,2; 3S 2,4; 5,2; 13,9; 36,2), y otras muchas de un modo más difuso, pero seguro.
No en vano uno de sus más cercanos compañeros y confesor suyo, su secretario y amanuense, Juan Evangelista, declara: «Fue este santo de grandísima oración y muy dado a ella como se verá por sus libros, los cuales le vi componer, y jamás le vi abrir libro para ello, sino del trato que tenía con Dios, que se echa bien de ver que es experiencia y ejercicio, y que pasaba por él aquello que allí dice» (BMC 13, 585).
De su ciencia da bastante testimonio, además de su conocimiento de la Biblia, su saber filosófico-teológico esmaltado de alguna que otra cita de Aristóteles (2S 8,6; 2S 14,13); Boecio (2S 21,8; 3S 16,6); Ovidio «el poeta» (3S 22,6); Agustín (1S 5,1); pseudo Dionisio (2S 8,6); Gregorio (3S 31,8); Tomás de Aquino (2S 24,1). Otras veces, sin descender a nombres concretos, cita «los filósofos»; «los teólogos»; «los espirituales» (en cuanto escritores); o, simplemente, se refiere a la filosofía, o, de modo más genérico aún dice: «llaman», «se cree», etc. Todas estas citas y alusiones son indicativas de sus conocimientos, de su ciencia, pero sabía, evidentemente, mucho más de lo que estos detalles pueden sugerir, ya que se trata de un autor estudiadamente y, por buen gusto, sobrio y que no quiere alardear para nada de aquel tipo de erudición que era la peste de su siglo, como se puede ver ridiculizada en el prólogo cervantino de Don Quijote.
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