Enrique M. Rodríguez - 7 cuentos

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En esta recopilación de cuentos, la mayoría de ellos breves, predomina el componente fantástico en diversas vertientes. Así, su lectura incluye escenarios de realidad virtual, visitas atípicas, sueños reveladores y un poco aterradores, magia extraterrenal y mitos campestres, proponiéndole al lector varias interpretaciones posibles. La diversidad de temas y tramas responde a la variada experiencia de vida del autor, y a su formación como científico y músico. Estos primeros siete cuentos representan la primera incursión formal del autor en la literatura no científica, como auspicio de una nueva vocación.

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—¿Te refieres a los bebopers, no?

—Así es. Les debemos mucho a los que abrieron el camino. También, aunque con un estilo más introvertido, Lester Young aportó lo suyo. Por supuesto hubo otros, pero esos dos fueron grandiosos. Charlie está de acuerdo conmigo en esto.

—Ah, Parker. Uds. dos tienen estilos parecidos, ¿no?

Sonny se sintió un poco incómodo con la pregunta, y comenzó a dar una larga explicación sobre el tema, que incluía una comparación minuciosa de la historia personal de él con la de Charlie “Bird” Parker.

—Ambos tuvimos las mismas ideas musicales en momentos casi idénticos, sólo que Charlie, que es un poco mayor que yo, se hizo conocer primero. Era inevitable que me sintiera influido por su manera de tocar. Pero eso terminó siendo un problema para mí: sin proponérmelo, me encontraba en el medio de un solo tocando frases y patterns muy parecidos a los de Bird. Incluso lo hablé con él, le dije que no era mi intención copiarlo, pero que me costaba mucho despegarme de su impronta. Una vez me dijo: “Tranquilo Sonny, ya vas a encontrar tu propia ruta”. Pero el hecho es que hasta ahora no he conseguido hacerlo. Es realmente frustrante, además yo…

En ese momento, Wanda se puso rápidamente de pie y detuvo el discurso de Sonny al darle un ligero beso en los labios. Cuando éste reaccionó, Wanda ya estaba inspeccionando la pequeña biblioteca que se encontraba al lado del tocadiscos.

—Veo que te gusta la buena literatura —dijo ella—. Melville, Fitzgerald, Faulkner, incluso tienes un libro de poemas de Dylan Thomas. ¿Y este de aquí: “Hadas de Pembrokeshire”? No veo el nombre del autor.

—Me lo regaló un irlandés que estuvo tocando la trompeta en la banda durante un tiempo, y al que le di alojamiento. Lo consiguió de casualidad en un viejo depósito de libros. Me dijo que es de autor anónimo.

—Ah, sí... Irlanda y los irlandeses.

—¿Conoces ese país? Por el color de tus ojos y de tu cabellera apostaría a que tienes ancestros irlandeses.

—Sí, en parte —respondió vagamente ella—. Pero hace mucho tiempo que no voy por allá.

Mientras Sonny cambiaba el disco, pensó por un momento en lo raro de la respuesta de alguien tan joven como ella: “hace mucho tiempo que no voy por allá” hubiese sido un comentario lógico en alguien mucho mayor. Mientras se escuchaba el percusivo y zigzagueante sonido del piano de Art Tatum, Sonny observó que, en la mesa cercana al sillón, la bebida de Wanda estaba intacta.

—¿No te gusta el whisky con hielo? Ahora que lo pienso, tampoco tomaste un solo sorbo en el bar del teatro. Puedo prepararte otra cosa, sólo dímelo.

—No, gracias, Sonny, estoy bien así. ¿Esta manija es para bajar la cama rebatible? Quisiera recostarme un rato, si no te incomoda… — agregó ella luego de una breve pausa, mientras le dedicaba una mirada divertida.

Sonny se apresuró a bajar la cama. “Por suerte cambié las sábanas hace poco”, pensó.

Wanda se tendió de costado y entrecerró los ojos. Sonny se sentó a su lado. Sin decir palabra, extendió la mano hasta tocarle una pantorrilla, y ante la sonrisa aprobatoria de ella, progresó con su mano hacia el muslo para encontrar el borde de una de sus medias de lana. “No usa portaligas, qué raro”, pensó él al encontrar sólo una banda elástica como todo sostén, justo por debajo de su ropa interior. “Tampoco usa enagua”, se extrañó. Con movimientos pausados, introdujo sus dedos debajo de cada banda sujetadora y empujó suavemente hacia abajo para quitar cada media. Luego deslizó lentamente el dorso de su mano sobre una de las piernas desnudas de Wanda, desde el empeine hasta la rodilla. Era como acariciar una seda finísima.

—Tienes unas piernas preciosas —sentenció él, observando la amplia sonrisa que vino como respuesta.

Sonny le quitó luego la pollera escocesa y la blusa, para desprenderle finalmente el corpiño y quitarle las braguitas de seda color salmón, con la amable colaboración de ella. No podía creer lo increíblemente bella que era la mujer desnuda que reposaba sobre su cama.

—Ponlo un poco a Lester, ¿sí? —pidió gentilmente Wanda.

Sonny se inclinó sobre el tocadiscos y puso un disco de baladas de Lester Young. También apagó la luz principal, dejando sólo una lámpara que proyectaba una luz tenue hacia el techo. Se paró luego al costado de la cama, frente a Wanda, y comenzó a desnudarse lentamente, al compás de la música.

—¡Wow! —lo animó ella—, casi un striptease privado… lindos pectorales.

Al terminar, Sonny se arrodilló en la cama, al costado de ella, y comenzó a acariciarla. Se detuvo en cada parte de su esbelto cuerpo, hurgando, acariciando, apretando suavemente, lamiendo aquí y besando allá. Le llamó mucho la atención que no tuviera ni un solo vello púbico; por un momento pensó que se depilaba, pero una prolija inspección reveló que no era el caso. El mayor descubrimiento, sin embargo, fue verificar que cualquier parte de ese hermoso cuerpo, aún las más íntimas, le dejaba el mismo rastro químico en su lengua y su nariz: era como una mezcla de incienso y almizcle, raro y agradable a la vez. Lo sintió incluso cada vez que interrumpía su reconocimiento para besarla profundamente en la boca. Mientras recorría su espalda, notó que ella tenía algunos espasmos leves y le pareció ver un cierto resplandor en la cabecera de la cama: breves destellos de una luz azulada. “Quizás es la lámpara, que está titilando”, pensó.

—No me equivoqué con él —reflexionó Wanda por su parte.

Luego hicieron el amor durante interminables minutos, en distintas posiciones. Wanda estaba meciéndose rítmicamente encima de Sonny, cuando sintió que el orgasmo de él se aproximaba. Apuró entonces el suyo, arqueando la espalda y dejando caer su cabeza hacia atrás, hasta que su larga cabellera rozó la planta de sus pies. En el momento en el que ambos tuvieron el espasmo final, a Sonny le pareció ver un intenso resplandor azul que iluminaba el rostro de Wanda. Un momento después, se descubrió a sí mismo con un agotamiento que nunca antes había experimentado después del sexo. Estaba recostado y Wanda acariciaba su cabeza.

—Tienes que dormir, lo necesitas, estás muy cansado.

Estas palabras actuaron como un bálsamo, e inmediatamente Sonny cayó en el más profundo de los sueños.

Cuando despertó, encontró a Wanda en el sector de la cocina. Había preparado un desayuno completo: además de los huevos y el bacon crujiente, había trozos de pollo asado y rodajas de tomate, que Wanda había conseguido rescatar de la caótica heladera. Sonny comió de muy buena gana, tomando largos sorbos de jugo de naranja a intervalos. Luego Wanda le sirvió una generosa taza de humeante café, acompañada de tostadas con mantequilla y miel de maple. Al terminar, Sonny esbozó un gesto de satisfacción que Wanda contestó con una cálida sonrisa. De pronto, cayó en la cuenta de que ella no había probado bocado. Le preguntó por qué.

—Desayuné algo mientras dormías como un angelito —se justificó ella.

Sonny miró entonces por la ventana, y por los ruidos que venían de la calle calculó que estarían a media mañana.

—Shit, ¡el ensayo! Buscó su reloj de pulsera para verificar la hora. Tenía casi toda la cuerda, aunque no recordaba habérsela dado durante la noche. Pero no tenía tiempo de pensar en detalles.

—Wanda, my dear, tengo que irme ya mismo, estoy llegando tarde a mi ensayo diario, y el director va a matarme. Estaré de regreso en un par de horas. ¿Te quedas aquí esperándome?

Ella se limitó a sonreír y guiñarle un ojo.

Sonny salió disparado, y corrió hasta la esquina, para prácticamente saltar al tranvía que ya estaba abandonando la parada, luego de cargar pasajeros. A pesar de su apuro, cuando llegó a la sala de ensayo ya estaba sonando un tema, que él no consiguió identificar. Cuando el director lo vio, paró bruscamente el ensayo y con una expresión de enorme enfado encaró a Sonny.

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