Buena y mala fe
Se acerca el cumpleaños de mi amiga y tengo que comprarle un regalo. De camino a la tienda, me detengo en un par de semáforos. En la tienda, elijo lo que necesito. Ahora tengo que comprar una bonita bolsa de regalo o un bonito papel de envolver, y luego tengo que formarme en la fila. Una vez en la caja, tengo que pagar. Todos estos momentos en los que me siento obligado a hacer cosas son en realidad elecciones: No quiero decepcionar a mi amiga. Prefiero no obtener una multa. Quiero que a mi amiga le guste lo que le compro, y quiero que aprecie mi esfuerzo hasta en la envoltura. Colarse en la fila no merece todos los problemas que voy a crear. Si robo el artículo puedo ir a la cárcel . Resulta que no tuve que hacer nada. Tras bambalinas, hay un director de escena que sopesa los pros y los contras de mis decisiones.
Jean-Paul Sartre, el célebre existencialista francés, denominó “mala fe” a esta forma de autoengaño, en la que se niega la capacidad de decisión de uno mismo y de los demás. 5La mala fe viene en diversas presentaciones: desde algo tan mundano como comprar un regalo de cumpleaños hasta las grandes mentiras que nos decimos, siendo la más reprobable: “Sólo cumplía órdenes”.
Es la postura en la que el ser humano niega su libertad absoluta y se comporta como un objeto inerte que simplemente está a merced de los eventos fortuitos. Entonces, en oposición, la “buena fe” tiene que ver con la libertad para elegir y dirigir nuestras vidas hacia el objetivo final que hemos escogido. La mayoría de nosotros escoge el camino de la buena fe más raramente que el de la mala fe, preferimos elegir nuestras opciones, pero inevitablemente decidimos protegernos de la ansiedad que surge de ser responsables y estar solos en nuestras decisiones. Por eso, cuando intentas cualquier transformación, actúas más de buena fe que de mala fe. Eso significa que intentar siempre viene con su propia fuerza de restricción. Cuando te comprometes con un cambio personal, te enfrentas de forma automática a grandes dilemas sobre tu existencia, los cuales comúnmente intentas evitar. Así que una postura de mala fe, en la que te quedas igual, supuestamente incapaz de hacerte cargo y avanzar, aparece como una alternativa razonable.
Por suerte, también hay fuerzas que te movilizan al cambio como tu capacidad de esperar y tener fe.
SEGUNDA LEY DEL CAMBIO PERSONAL:
LA FUERZA MOTRIZ DE LA ESPERANZA
La esperanza es la fuerza contraria a la ansiedad existencial. Te hace seguir adelante a pesar de ser consciente de que eres el único responsable de tu vida ( figura 6). Parte de la esperanza es la fe y, sin ella, su poder colapsa y aumenta tu ansiedad respecto a tu responsabilidad y soledad, haciendo que consideres peligrosas las energías que normalmente te impulsan .
Claro, la libertad viene con la carga de la responsabilidad y la amenaza de la ansiedad. Pero sólo los fascistas y los fundamentalistas ven la libertad como una mala palabra. La libertad es la raíz de las aspiraciones democráticas, y aquello por lo que muchos lucharemos y moriremos. Es algo que consagramos y protegemos como sagrado en la Declaración de Independencia de Estados Unidos y en la Constitución, sobre todo en la Declaración de Derechos. La libertad, al igual que volar, puede asustarnos, pero también nos entusiasma vertiginosamente. Puede que nos enfrente a nuestra soledad, pero a través de la libertad podemos encontrar y realizar nuestro yo más profundo.
Me adhiero a la creencia jeffersoniana de que todos nacemos con el derecho inalienable de la capacidad de voluntad: la posibilidad de tomar decisiones que tendrán consecuencias importantes para la calidad de nuestra vida, para las experiencias y la calidad de las vidas de los demás, y para nuestro entorno, tanto natural como humano. Aunque este hecho puede suponer ansiedad, también puede ofrecer una perspectiva emocionante, ya que ofrece la posibilidad de inventarnos a nosotros mismos y hacer que nuestras vidas sean profundas y ricas. Cuando te enfrentas a tu responsabilidad y a tu soledad, tienes una oportunidad real de desarrollar tu propio yo de forma completa, y de notar las fortalezas y los dones potenciales que quizá sólo sospechabas que poseías. Pero para emprender el vuelo hacia la libertad, en lugar de caer en picada en una ansiedad abrumadora, se requiere la emoción propulsora de la esperanza.
Figura 6
La segunda ley del cambio personal dice que todo movimiento hacia delante está impulsado por esta poderosa pero delicada emoción. Cuando te propones cambiar algo de ti mismo, hay muchas cosas que te impulsan: amigos que te animan, la confianza en ti mismo, los recursos materiales como dinero y un trabajo estable, tus talentos innatos, tu posición en la sociedad. Y estas fuerzas impulsoras son tan idiosincrásicas como tu campo lewiniano particular: a veces las tienes, a veces no, unas veces son fuertes, otras no. La esperanza, sin embargo, siempre está presente cuando intentas algo. Está tan presente en el proceso de cambio como la ansiedad existencial y el empuje contra esa fuerza restrictiva.
La esperanza es un concepto que se utiliza con frecuencia en el ámbito espiritual, el lenguaje de la religión y la poesía. Sin embargo, yo la veo también como un elemento integral de nuestra supervivencia psicológica y física. De hecho, creo que la esperanza es la base del concepto más secular: la evolución. Es lo que nos impulsa a actuar, lo que sostiene nuestros esfuerzos por adaptarnos y cambiar, a pesar de las poderosas fuerzas que nos frenan.
Cada vez que te propones algo, te enfrentas a una amenaza (si no dejo de fumar, es probable que muera joven) , a un reto (dejar la nicotina no va a ser fácil) , o a ambos. Es tu postura ante ellos lo que determina tanto tu voluntad de intentar cambiar como tu capacidad de persistir una vez que empiezas. La esperanza es la fuerza interior que te provee ganas de intentarlo, la fortaleza para seguir adelante y la capacidad de levantarte e intentarlo de nuevo cuando fracasas.
La esperanza es fundamental para actuar o congelarte ante las amenazas y los retos, razón por la cual este término etéreo se relaciona con nuestra evolución. La forma en que cualquier animal percibe y afronta las amenazas y retos es una parte central y básica de su propia supervivencia y del progreso evolutivo de su especie.
Es probable que un ciervo que posterga la huida cada vez que oye a un posible depredador termine adornando algún día una chimenea, y una hormiga que se resista a subir la de una colina creará un caos importante en el ordenadísimo mundo de las hormigas. Los humanos, en cambio, tenemos algo más que una configuración automática para sobrevivir. Contemplamos y decidimos qué hacer cuando vemos amenazas y desafíos. Nuestras opciones superan el dilema binario de luchar o huir, lo que significa que nuestras decisiones se guían por las preferencias personales, las normas culturales y nuestra colaboración con los demás. Programados para la incertidumbre (incluida aquella causada por saber que morimos, pero no cuándo ni cómo) nuestro filtro para las amenazas y los desafíos depende de nuestras elecciones. Eso significa que debemos lidiar de forma constante con el peligro potencial del fracaso. La esperanza nos permite reunir la energía necesaria para seguir adelante a pesar de nuestro futuro incierto. Es más, nos da el poder de participar en los comportamientos más humanos: relacionarnos en libertad con los demás, explorar, ser curiosos, imaginar, innovar y descubrir. La esperanza es un medio de supervivencia en un mundo incierto y la actitud que hace soportar la incertidumbre: es nuestra capacidad para manejar lo desconocido, para darle un buen uso y quizás hermoso, sin quedarnos inmovilizados por el miedo.
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