1 ...6 7 8 10 11 12 ...20 Para Hamilton ese ocultamiento era una especie “frazada corta” ante diversas personalidades asistentes, que fácilmente acceden a todo tipo de información sobre una persona si lo desean.
Un riesgo innecesario que pone en jaque el prestigio de la organización, tantas veces promovido.
Los sentimientos de Hamilton tenían como contenido una mezcla de vergüenza y resignación. Más aun al saber que esa misma comitiva bajo el ala del directivo en cuestión se había encontrado nada menos que con el presidente de la nación, Mauricio Macri, hacía pocos días.
Además no es de sorprenderse que con tamaña carga emocional interna el festival le pareció un verdadero fiasco. Una reproducción lisa y llana de los Festivales de la Corea del Norte, según su particular visión.
Sin embargo, callaba tal apreciación porque a todos sus compañeros les pareció una muestra artística maravillosa.
Tal vez era su propia condición de hartazgo lo que le hacía distorsionar un intenso despliegue de jóvenes comprometidos con un ideal, para convertirlo en una expresión de autoritarismo despiadado en la promoción e imposición de un dogma.
La cuestión es que Hamilton –en su fuero interno– sentía algo de rechazo a esa clase de festivales. De hecho el único en el que participó en el escenario fue el de 1993, cuando aún no era miembro.
No le gustaban. Le parecían una muestra de un poder no declarado o subrepticio de aglutinar y disciplinar o una expresión “malabarística” de una falsa utopía de trabajo en grupo o comunitario, que en verdad ocultaba cierto autoritarismo fanático no revelado, pero latente.
No le generaban absolutamente ninguna clase de emoción.
Sin embargo, contradictoriamente valoraba que de aquellos grupos surgía siempre algún líder potable para la organización y podía en alguna ocasión mostrar algún tipo de emoción ante el esfuerzo de esos protagonistas.
Aunque también era cierto que la gran mayoría abandonaba la fe, ya que solían terminar extenuados luego de tantas reuniones, preparativos y ensayos.
Hamilton –además de tener una verdadera fobia a la exposición enfundada en la expresión “perfil bajo”– siempre buscaba un lugar entre bambalinas para combatir el agotamiento que le implicaban esos interminables festivales y sus preparativos.
Así que, más allá de cualquier valoración escénica le parecía “patológico” que unos días antes el directivo que estaba en medio de una probation era desde hace mucho tiempo el timón de la organización local. Hamilton sabía que el directivo a cargo estaba en plena etapa de emprender las tareas comunitarias que formaban parte de las medidas ordenadas en la probation, y que el delito por el cual accedió a dicho beneficio –luego de ser procesado– estaba ligado directamente a sus actividades ya que –si bien se habían cometido en seno de la vida social– comprometían de manera directa el fuero interno de la organización, al figurar –esa misma persona– en varios documentos internos de aquella.
El problema que suscitó el procesamiento por parte de la justicia era que figuraba como profesional, pero en verdad le faltaban unas quince materias para recibirse.
Había aprobado veintiuna de las asignaturas, en medio de otra cantidad no menor de “aplazados”. Pero –en definitiva– nunca había concluido sus estudios universitarios.
Un verdadero escándalo que tenía al abogado Hamilton Garciarena en una de las la filas de un nuevo festival y como miembro de la organización.
No basta decir que con Hamilton –como asesor legal– tuvo varias discrepancias con ese señor, pero lo llamativo es que, cuando apenas esbozó evidenciarlas, fue suficiente para quitarle todo respaldo y blindar a la organización de todo posible contacto con Hamilton, aun en el ámbito de la fe, para luego desprestigiar su imagen si era necesario.
¿Con qué finalidad? Tal vez para que su imagen quede impoluta y pueda caminar como si nada junto a Hiromasa Yamamoto como uno de sus principales anfitriones.
«Trato de resistir y al final no es un problema.
Qué placer esta pena».
Charly García
Hamilton todavía no había asimilado el golpe que en aquel agosto de 2017 –pocos días después de concretar la compra de su “PH” y encauzar la obra para inaugurar su estudio jurídico y vivienda, con un amplio lugar para llevar a cabo reuniones de la Bukkyo– le había generado que un “responsable”, llamado Ramón Luján, cuando le comunicara que por “orden directiva” que no sería más convocado al Grupo de Transporte, por cuanto debía retirarse de las actividades de la Sede Central de la Bukkyo. A ese grupo pertenecía desde 2009 y en ese feriado Luján le transmitió que, por “orden directiva” no sería convocado ni a ese ni a ningún grupo de capacitación y sin mostrarse hostil, aunque sí preventivo, le pidió a Hamilton que abandonara el Centro Cultural de la Bukkyo Kai de Argentina.
Con respecto a las motivaciones de esa “orden directiva” el mismo Luján, mostrando una especie de diligencia en el cumplimiento de una orden, pero a la vez una evidente saturación, le llegó a admitir a Hamilton que no tenía muy en claro en qué se sustentaban, ya que no había advertido jamás un comportamiento que amerite una medida tan extrema.
A la vez, dejaba entrever como sugerencia que le hacía una especie de favor al hacerle saber dicha orden directriz, para que pueda –en el mejor de los casos– tomar cartas en el asunto y resolverlo de la mejor manera. La orden era que simplemente Hamilton Garciarena no sea más convocado a las actividades.
Una semana antes se había previsto una reunión general del grupo, en la que Hamilton iba a relatar su experiencia en la fe con respecto a los esfuerzos para la compra de su “PH” y cómo relacionaba eso a los beneficios –que sinceramente sentía– a raíz de participar en las actividades, sobre todo en las del grupo, las que habían servido de un gran entrenamiento y aprendizaje para lograr un progreso en su contracción a su trabajo profesional y vivenciar ello a través de un crecimiento como persona.
Era imprescindible dar ese mensaje motivador, ya que muchos de los “compañeros” sentían que no tenían beneficios o bien pasaban momentos laborales complejos. Siempre la idea era alentar y transmitir con algún ejemplo de autosuperación.
Hamilton no tenía ninguna ínfula al respecto, pero sí sentía la convicción de ser una persona tenaz a la hora de transitar la vida puliendo el valor de la coherencia, valor fundamental para dar validez a su experiencia y poder brindar a través de ella el más genuino y sincero aliento en la fe a otros compañeros.
Luis Nocetti, a cargo del grupo junto a Ramón Luján, le había transmitido días antes que la reunión había sido suspendida y que su intervención quedaba para alguna otra ocasión.
En la misma semana, precisamente el domingo siguiente posterior a la fallida reunión del lunes pasado, Luján le comunicaba a Hamilton la “orden directiva”.
A todo esto, la reunión del lunes no había sido suspendida en lo más mínimo, sino que se había exteriorizado la orden al conocerse que Hamilton estaría a cargo de contar su experiencia personal.
Dicha vivencia iba más allá de una reunión, ya que se basaba en quebrar los patrones emocionales y ancestrales de la propia carencia, para vivir una vida de prosperidad, buscando que ello siempre tenga una base en los valores de la fe.
Finalmente había roto varios patrones existenciales, pero incluso los de su trascendencia y motivaciones dentro de la organización.
Claramente conmovido, Hamilton buscó, al regresar a su departamento que todavía alquilaba y estaba por dejar para mudarse a la obra nueva, el correo electrónico que le había enviado a Nocetti con el texto de la experiencia.
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