Jorge García Tanus - Los Hijos de Mil Budas

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Hamilton Garciarena Temis es un abogado medianamente próspero de la ciudad de Buenos Aires, que en su juventud había conocido las enseñanzas budistas del Sutra del Loto e ingresado a una de las organizaciones que las promueve, la Bukkyo Kai, un hecho que significó una gran contienda espiritual y la vida secular en el ámbito de la abogacía, lo que derivó en un profundo y dramático cambio de perspectiva hacia los valores religiosos en general, luego de veinticinco años de práctica y pertenencia a aquella membresía religiosa.

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Comenzó Roberto Gámez:

—El motivo por el cual te convocamos, Hamilton, es porque –ante todo– valoramos tu trayectoria como miembro de Kai y discípulo de Yamamoto sensei y hemos tomado conocimiento de tu apartamiento del Grupo de Transporte. Nos llamó mucho la atención. Sobre todo de un compañero como vos con tantos años dentro de la organización, nos vimos totalmente sorprendidos por esta clase de sucesos dentro de un grupo de capacitación de la Bukkyo Kai de Argentina.

El que estaba sorprendido era Hamilton, a quien comenzó a transformársele el rostro y enseguida percibió que el encuentro con sus compañeros no tendría nada de amable.

Sin embargo, hizo un gran esfuerzo por mantener la compostura y dejar que el querido Gámez terminara de introducir su interrogante plagado de conjeturas de alguien que pregunta algo que tal vez no sepa con certeza lo ocurrido, pero que seguramente tenía alguna especie de versión de los hechos.

De un modo totalmente enfático y tajante Hamilton contestó:

—No soy yo quien tiene que responder a tu interrogante.

Gámez, asumiendo el rol de referente máximo de la reunión, le afirmó a “Hami””, ese era el apodo de Hamilton.

—Mirá, querido “Hami”, quien debe reflexionar sobre lo ocurrido sos vos, en función de que no es normal que con un ex responsable y miembro de tu trayectoria se tome una medida de tal naturaleza. Estamos acá para que revises tus propias actitudes y nos cuentes lo ocurrido para poder crear valor.

Percibiendo un panorama muy poco claro, Hamilton les contó lo que Ramón Luján le había hecho saber, tal vez con la imprudencia de que el propio Luján asumía que no conocía los motivos de la “orden directiva”.

Fue ahí cuando Hamilton aludió a que no conocía ningún rasgo de su conducta que amerite una medida de tal naturaleza, la que se equiparaba prácticamente a la expulsión del núcleo de las actividades de la organización.

Agregó que eso le haría presuponer que días antes de la “orden directiva” había vuelto de un viaje a Europa y que antes de eso había exteriorizado un desacuerdo con un directivo cumpliendo su actividad profesional y que lo atribuía a eso, ya que indudablemente esa persona tramaba ocultar ciertos aspectos de su conducta a la organización local y a la Sede Central del Japón y que él no iba a facilitar eso, por lo tanto no puede venir la orden directiva de otro lugar, justamente porque su asistido es un directivo.

Al pedirle los tres convocantes más precisiones, aludiendo a que su relato o explicación eran poco claros, Hamilton acudió a excusarse de seguir la conversación en virtud del secreto profesional, lo cual tornó más virulenta la conversación, sobre todo con Loiácono, que exigía una respuesta y daba nombres buscando su aseveración o su propio convencimiento tal vez o justificar acaso alguna o varias negaciones que deambulaban en la charla.

Al no llegar a un acuerdo, Loiácono comenzó a balbucear una serie de supuestos actos de mala conducta cometidos por Hamilton, sobre todo hacia una señorita que participaba en el mismo barrio que Hamilton en las actividades de la organización.

Para su sorpresa, Hamilton preguntó qué era lo que había ocurrido con esa mujer, a lo que Loiácono, con un asentimiento dudoso de Gámez mencionó que esta había expresado cierto malestar porque Hamilton le había consultado en qué sector del barrio rendía sus ofrendas que cuatrimestralmente los miembros de la Bukkyo Kai realizaban, ya que según dónde vivía debía rendirlo en el sector a cargo del propio Hamilton con respecto a dichas ofrendas.

Ella le respondió que, si bien vivía en el mismo sector, realizaba sus actividades en otro lugar, por lo que iba a consultar con su responsable, y al no tener una respuesta definitiva entonces Hamilton no le insistió más.

Infirió Loiácono que eso era una mala conducta de parte de un integrante de la División de Señores de la Bukkyo, ya que no debía dirigirse de ese modo a una mujer a la que no conocía o nueva en la zona y como que eso estaba mal visto.

Sorprendido y generando más sorpresa aun en los tres anfitriones, Hamilton aludió que no veía ningún tipo de mala conducta, añadiendo – además– que la conocía desde hacía varios años atrás, más precisamente desde 2009 y que si bien no eran amigos, habían dialogado en más de una oportunidad de diferentes cuestiones e incluso había invitado a una clienta suya a las reuniones que se hacían en el barrio donde ambas vivían, hecho por el cual el trato –si bien no era frecuente– tampoco se interpretaba como que un desconocido se dirigía a ella.

Además, Hamilton sabía algunas cosas de la vida de esa activa integrante de la división femenina, que eran imposibles conocerlas sin que no hubiera un mínimo conocimiento previo entre ambos, pero no iba a entrar en tales detalles.

Aun asimilando la sorpresa por ese conocimiento previo, de todas formas, Loiácono y Gámez fueron llevando todo a un terreno en el que la mujer en cuestión no quería realizar actividades en el sector donde estaba Hamilton, supuestamente molesta por su actitud de requerirle su ofrenda, lo que tampoco había sido así.

El más incisivo era Loiácono, pero al ver que era un poco prematura la acusación, Gámez y Borges decidieron poner paños fríos.

Hamilton quedó muy inquieto porque esa supuesta acusación algo traía entre líneas o de algún modo le anticipaba posibles cuestionamientos a su conducta como líder del sector de Villa Urquiza y podría quedar hilada a la orden directiva de no ser más convocado a hacer actividades en la Sede Central de Argentina.

También hablaron de la compra de su casa y Loiácono volvió a mostrarse muy inquieto acerca de la procedencia de los recursos con los cuales la misma fue adquirida, tal como si fuera un inspector de Administración Federal de Ingresos Públicos y no un compañero en la fe.

Hamilton comenzó a sentir que la charla era una especie de pesquisa para indagar en una posible justificación de motivos para apartarlo de la organización.

Decidieron, luego de algunos consejos para que lo ocurrido –sea lo que sea– no nuble su fe, a lo que Hamilton respondió que no tenían de qué preocuparse, ya que él no había cometido ninguna falta y remató en que tampoco ellos quieren saber bien de qué se trata, por más que él se ampare en el secreto profesional, así que lo mejor era dar por terminado el encuentro.

Gámez decidió ser la voz final que termine la conversación aludiendo que tener una actitud disidente ante esa clase de antecesores era lo mismo que no responder al propio maestro, ya que el propio Yamamoto sensei confiaba en esas personas.

Hamilton admitió haber perdido totalmente la confianza en ese directivo y extendió ello a quien era la máxima autoridad de la institución local, ya que nunca le contestó los mensajes y llamados para que tome cartas en el asunto.

Ni habló de la probation y decidió irse a su casa, a sabiendas de que le esperaba una época dura y que tarde o temprano ello haría mella en el último bastión que le quedaba, el sector de Villa Urquiza en donde participaba de las reuniones.

Loiácono continuó hasta por mensajes de WhatsApp reprochándole la actitud a Hamilton y que todo era por un problema personal entre él y más que un directivo, un auténtico antecesor en la fe al que había que respetar. Decidió no contestar porque comprendió que estaba proyectando un suceso personal, vinculado a su pasado con el mismo antecesor que ahora se desvivía por defender y que lo alejó varios años de la fe, pero prefirió no escarbar en el asunto, ya que iba a parecer una venganza por pretender incomodarlo por el tema referido a esa mujer quejosa de la actitud de Hamilton.

Se acercaba el festival en Tecnópolis y estaba confirmada la visita de Hiromasa Yamamoto, hijo del presidente de la Bukkyo Kai Internacional, maestro de la vida y un verdadero conductor en la fe.

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