1 ...7 8 9 11 12 13 ...20 Quería buscar si se había expresado con ingratitud, arrogancia o bien con ambas o si había cometido alguna clase de error que derivara en alguna expresión desafortunada, ya que por cierto algunas rigideces derivadas de los festivales seguían sin agradarle.
Nada de eso notó. Lo que sí le resultó llamativamente verificado es que Nocetti ni siquiera le había contestado el correo electrónico.
Algo muy poco habitual en él, debido a que siempre era muy amable, correcto y cálido con sus compañeros. Pero no iba a ser esa la ocasión para mostrar tan nobles virtudes.
Además Hamilton le había advertido que el texto era algo largo y que por supuesto estaba listo para acotarlo y ver con él en qué aspecto quería que haga más énfasis o bien si quería agregar o sacar algo.
Meses después vendría su renuncia como apoderado legal, que indudablemente no había sido producto de una intempestiva reacción al ver que el directivo en cuestión se exhibía como si nada hubiera ocurrido y seguía al mando de todas las actividades de tan importante institución, orientando a los miembros en las más diversas y variadas cuestiones atinentes a la fe y dirigiendo el movimiento por la “paz a través de la difusión del budismo” o Movimiento por la Paz. Fue luego de tragarse varios sapos, que comenzaban con el cumplimiento de esa orden directiva de seis meses antes.
Pero la sensación confirmada de Hamilton con respecto a que algo se había resquebrajado fue exactamente un mes después de tal suceso, cuando tres de sus compañeros lo citaron en un bar de una estación de servicio de Villa Urquiza.
Era un domingo, luego de muchas actividades que ellos habían realizado como preparativos del “Festival de Tecnópolis” de febrero, en que obviamente alguien importante de la Sede Central de BKI de Japón vendría a la Argentina y que luego se supo que era Hiromasa Yamamoto, el hijo del maestro Yamamoto.
Los anfitriones en el café de Urquiza eran Roberto Gámez, Gustavo Loiácono y Sergio Borges, tres personas del aprecio de Hamilton por cierto. Con cada uno de ellos había tenido actividades en común en algún momento de sus veinticinco años dentro de la organización y sinceramente se había llevado aceptablemente bien con cada uno de ellos.
Sobre todo con Loiácono y Borges en sus años en la División de Jóvenes. De hecho Loiácono fue la primera persona a quien Hamilton tuvo como una especie de referente o responsable en la fe. Y Borges cumplió la misma función en su afianzamiento dentro de la organización en su época juvenil.
En cambio con Gámez había interactuado ya en el Grupo de Transporte, integrado por señores de las divisiones de adultos, ya superada la etapa juvenil.
Roberto Gámez era un miembro de los más veteranos, y como Hamilton estaba a cargo de los señores transportistas de la Capital, lo llamaba cuando era necesario y generalmente respondía colaborando en cualquier clase de necesidad por cubrir, desde la búsqueda de un compañero para realizar alguna tarea específica o de ir él mismo a realizarla.
Además, como había tenido una gran experiencia dentro del grupo le daba valiosos consejos a Hamilton en diversas situaciones referidas a las actividades.
Para él, Roberto Gámez tenía una postura digna de un antecesor y Hamilton era totalmente consciente de que no todos poseían esa actitud.
Un ejemplo para seguir en su postura en la fe realmente. Además hacía poco había enviudado y Hamilton admiraba esa actitud positiva a pesar de la penosa pérdida de su esposa.
Lo que sí notó también es que desde ese luctuoso hecho estaba mucho más activo que otros tiempos y hablaba un poco más en las reuniones de diálogo y, más aún, desde que era responsable coordinador de toda una región.
A lo mejor eso lo haría para cubrir un vacío tan grande por la muerte de su querida esposa y compañera en la fe, y seguramente era natural que después de un gran impacto pudiera exteriorizar otros rasgos de su personalidad, pensaba Hamilton en su fuero interno, pero le preocupaba que –a la vez– lo notó bastante excedido de peso y algo agitado al hablar.
Siendo ellos los convocantes tenía cierta tranquilidad, ya que esperaba alguna muestra de apoyo o bien un reencauce de sus actividades “suspendidas” luego de la tan secreta “orden directiva”, que lo había dejado solo con algunas de las actividades en el barrio que llegaron a hacerse en su búnker tiempo después y no más que por unos breves meses.
A Hamilton particularmente emprender las actividades del Grupo de Transporte en la Sede de Argentina le había traído grandes satisfacciones y beneficios personales. Sobre todo de progreso, ya que sentía que si no fuera por esas actividades no se hubiera movilizado para comprar un vehículo y mantenerlo, lo que requería una mayor autodisciplina en materia económica, la que no había podido aprender su padre.
Gracias a poder encauzar esa virtud, fue generando la condición para un progreso ascendente en su condición económica, ya que al adquirir una sólida base de disciplina en las finanzas derivada al logro de objetivos concretos, pudo superar y dejar atrás apegos y mandatos ancestrales relacionados con sus propios miedos, debilidades y carencias.
Al ingresar en ese Grupo (cerca de sus 39 años) no había potenciado ni tenía esas prioridades en absoluto y solo se dedicaba a subsistir.
Además fueron numerosos los vínculos con las personas, tanto del propio grupo como con invitados y amigos de la institución que lo motivaban a Hamilton a afrontar esa responsabilidad con total seriedad, ya que para él la coherencia era fundamental.
Por cierto, que las actividades eran voluntarias y los gastos de mantenimiento del vehículo y transporte son a cargo de quien realiza la actividad, ello como una ofrenda más al Movimiento por la Paz.
Lamentablemente para Hamilton Garciarena, la reunión con sus viejos compañeros no resultó ser nada de lo esperado.
El motivo era que habían tomado conocimiento de su alejamiento del Grupo del Transporte de la Bukkyo y querían saber acerca de los motivos.
Hamilton llegó –como siempre– con una puntualidad rigurosa a la cita, que sería en el bar de la estación de servicio ubicada en Álvarez Thomas y Olazábal.
Al llegar, ya estaban los tres anfitriones, se ve que más rigurosos con la puntualidad que él o bien ya habían llegado con antelación en algún espacio luego de las actividades dominicales. El saludo fue una mezcla de afectuosidad y necesidad de poner distancia.
Antes de comenzar a dialogar sobre el tema en cuestión, conversaron acerca de la novedad de la gran concreción de Hamilton con respecto a su casa.
Habían tomado conocimiento a través de Marcelo “el correntino” Messina, quien contó acerca de la refacción que Hamilton le había encomendado, haciendo referencia además a que jamás tuvo un cliente tan bueno como él, ya que encomendó el proyecto y tuvo que pedirle por favor que venga a la obra para ver los avances…
A Hamilton le pareció un poco desatinada la exteriorización que había tenido Marcelo, aunque comprendía que lo hizo con total buena intención o bien ignorando cualquier situación relacionada con los sucesos que estaban ocurriendo.
En cambio, le llamó la atención que Gustavo Loiácono estuviera tan intrigado más que nada en saber cómo hizo Hamilton para afrontar tal emprendimiento sin siquiera solicitar un crédito hipotecario, olvidando tal vez de considerarlo como un abogado suficientemente exitoso como para adquirir una modesta propiedad y reformarla.
Las acotaciones de Loiácono le llamaban ciertamente la atención, más que nada porque como abogado siempre lo había asistido en su empresa familiar cuando lo necesitaba y hacerle alguna consulta.
Hamilton los ayudó a él y a los miembros de su familia a recuperar sus ahorros limitados por el “corralito” bancario de la crisis de 2001, por eso decidió dar un viraje al asunto y abocarse al tema que los había reunido.
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