En una de ellas, solo por ser dotado muscularmente, Hamilton terminó calzándose unos títeres gigantes que solo podían ser soportados por hombres con cierta fuerza física, ya que eran muy difíciles de manipular. En una de esas actividades conoció a un señor japonés llamado Tadeo Kisamura y al final de cada reunión preparativa y de la actividad en misma, daba las palabras finales a modo de conclusión.
Si bien le pareció un personaje algo simpático, le llamaba la atención que todos escucharan lo que decía como si fuera una verdad revelada. Kisamura acotaba con mucho convencimiento e histrionismo acerca de diversos principios budistas, de los que tenía muchísimo conocimiento, el cual se ocupaba de demostrar.
A Hamilton esa actitud también le había parecido algo autoritaria y un poco ególatra, sobre todo a la hora de expresar su propio punto de vista en un español algo bien aprendido con los modismos de Buenos Aires, en una mezcla de ritualismo japonés con expresiones lunfardas simpáticamente pronunciadas como ser: “no samos boluro”, claramente en alusión a “no seamos boludos”.
Sin embargo, a veces Tadeo o se extendía un poco de más en sus alocuciones, de las que estaba vedado retirarse, lo que a Hamilton le comenzaba a inquietar hasta el punto de buscar una excusa para anticipar su partida antes del comienzo de la conclusión, lo que con Micaela era solo posible aludiendo una ganas irresistibles de ir al baño y tardar más de la cuenta.
No obstante que esa era una de sus primeras molestias inconfesables. Sobre todo ante Micaela y otros miembros a los que les encantaba escuchar las alocuciones del japonés.
Justamente Tadeo se había despedido hace poco de su cargo como máximo responsable de las Divisiones Juveniles, para pasar a un cargo directivo como directivo en la entidad.
El nuevo responsable de los jóvenes de la Argentina sería José Nakaki, ello ante la emoción principalmente de Magdalena, quien ya en numerosas ocasiones le había dicho a Hamilton que tenía que conocerlo y dialogar con él.
—Sí, cuando quiera –respondía Hamilton naturalmente. Magdalena sonreía, y le respondía:
—Sí, lo que pasa es que está muy ocupado. Ya se dará la oportunidad.
Magdalena y otros tantos designaban la función de Nakaki en japonés, lo que a Hamilton le provocaba una especie de fastidio, si decirlo en japonés le diera más jerarquía o relevancia, aunque debía comprender que la Bukkyo era una entidad japonesa y sin duda se estaban refiriendo a un cargo importante.
No obstante quería conocer a esa persona y a Víctor Rodríguez, el vice juvenil, que había tenido una alocución más que interesante al cierre de esa reunión y era probablemente esos pares que Hamilton tanto buscaba.
A los pocos meses y concurriendo Hamilton a las reuniones en el barrio de Micaela, ocurrió un suceso inesperado: la muerte –cuya noticia había sido algo repentina– del padre de Magdalena.
Las reuniones en las que había participado hasta ese entonces Hamilton no habían sido muy numerosas en participación. Solo alguna que otra reunión preparatoria para el ingreso de nuevos miembros de la que participaba Micaela y en la que él la acompañaba.
Allí había tenido la oportunidad de escuchar a Tadeo y a Rodríguez al cierre y unos días después había llegado justo para manejar el títere gigante en la reunión en sí, que si bien era más numerosa era solo para los aspirante al ingreso y algunos de sus familiares.
Pero ese día, al enterarse de la noticia del fallecimiento del padre de Magdalena fue al salón del barrio de Belgrano en donde era velado y para su sorpresa, el lugar estaba atestado de gente invocando la entonación del mantra (del jap. “título”), es decir la Gran Ley del Sutra del Loto al Mandala instalado al lado del féretro.
Nunca había visto tanta gente en un velorio, según sus cálculos más de cien, que sumado a la limitación de espacios del lugar provocaba que la entonación del mantra del conjunto de asistentes genere una vibración que nunca había presenciado en ninguna de las pocas reuniones a las que había concurrido.
Él llegó con su congoja occidental y cristiana típica a cuestas, que produce esa clase de sucesos vinculados al fin de la existencia de una persona, al menos en este plano. Pero inmediatamente notó un clima totalmente diferente a los velorios tradicionales o conocidos hasta entonces. Una total distensión.
El clima era respetuoso pero alegre y hasta podríamos decir festivo y el acompañamiento a la hija y esposa del muerto era el de contención anímica muy positiva, al punto tal que hasta circularon algunos “chistes” que generaron la carcajada de Magdalena y su madre, que no practicaba ni era miembro de la organización.
Allí Hamilton conoció a muchos quienes en el futuro serían sus compañeros directos y principales referentes de la División de Jóvenes de la Bukkyo, como Gustavo Loiácono, Leonardo Torreta, entre otros tantos.
Ese mismo día la propia Magdalena le presentó personalmente a Tadeo Kisamura, que recordaba el rostro de Hamilton y ató cabos en que era el novio de Micaela, con quien conversó brevemente y le dio algunas sugerencias para practicar seriamente.
Si bien entendió la buena voluntad, no entendió mucho a qué se refería, ya que notó que era muy tajante y visceral sobre las personas que practican y las que no practican, y aún más con los que practican y su práctica es “floja”, según sus propias palabras.
Ya le había explicado Micaela, que los tres pilares eran la fe, la práctica y el estudio de las cartas del Buda Nanjo y las orientaciones del Yamamoto sensei, como así notó Hamilton que muchos llamaban al presidente de la organización.
Siguió la explicación en que esos pilares son como las tres patas de una mesa. Si uno de esos lo sacamos, las otras dos patas no pueden sostener la mesa y se cae. No es mesa y no es una práctica seria del budismo Bukkyo.
Esa analogía se aplica a un prácticamente del budismo dentro de la Bukkyo. Sin la práctica y el estudio no se puede nutrir la fe. La práctica sin la fe no produce resultados y sin el estudio no puede mejorar la práctica. El estudio sin fe y sin práctica es solo teoría abstracta.
Algo de eso explicó Tadeo, pero de un modo más terminante, sobre todo al saber que si bien Hamilton invocaba y había leído mucho, aun no sabía leer los párrafos de la enseñanza que los miembros enunciaban en japonés, conocidos como recitación.
En verdad era una parte de la práctica que ya tenía aprendida pero aún le daba algo de vergüenza o pudor decir en voz alta, porque le generaba extrañeza, sobre todo cuando lo hacía en su habitación y pronunciaba esos pasajes en silencio para que no lo escuchen sus padres, que ya estaban sorprendidos de la ceremonia que Hamilton había comenzado a hacer a diario al costado de la cama y con un altar improvisado en su mesita de luz y en la que entonaba una frase algo extraña, pero que se ve que le hacía bien.
Siempre había sido un poco raro para su padre y brillante para su madre, aunque los dos coincidían que era mejor que ese chico haga algo que lo haga sentirse bien.
En ese velorio por fin Hamilton había encontrado a alguno de los pares con los que podría dialogar. Y si bien no era muy dado o sociable al principio, ya que le costaba iniciar un diálogo por su timidez, una vez que entraba en confianza allí comenzaba a conversar de algunos temas, generalmente de fútbol, alguna cuestión de actualidad o su interpretación de las guías del presidente Yamamoto que había tenido ocasión de leer. Notó que todos eran muy cálidos y amables.
Conoció a prácticamente toda la cúpula de la organización, al propio director general de ese entonces, vicedirector, responsables e integrantes de divisiones de damas, etc.
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