Jorge García Tanus - Los Hijos de Mil Budas

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Hamilton Garciarena Temis es un abogado medianamente próspero de la ciudad de Buenos Aires, que en su juventud había conocido las enseñanzas budistas del Sutra del Loto e ingresado a una de las organizaciones que las promueve, la Bukkyo Kai, un hecho que significó una gran contienda espiritual y la vida secular en el ámbito de la abogacía, lo que derivó en un profundo y dramático cambio de perspectiva hacia los valores religiosos en general, luego de veinticinco años de práctica y pertenencia a aquella membresía religiosa.

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El catedrático colocó una serie de letras en el pizarrón y los alumnos debían –utilizando la misma cantidad de letras existentes– formar la mayor cantidad de palabras posibles, sin importar la cantidad de letras utilizadas, pero siempre sin exceder la cantidad y su denominación.

Es decir que si las letras eran la “I” y la “N” entre no muchas tantas posibles una palabra sería “NI”, aunque se excluyan otras letras como la “A”, la “O” u otra “N”. Debían ser en español, por cuanto IN quedaba invalidada como palabra formada.

Las letras eran: E–O–I–A–N–N–G–R–T y el tiempo era de tres minutos contados por reloj.

Al concluir el profesor preguntó quién había formado unas diez palabras y para sorpresa de Hamilton varios levantaron la mano tanto a diez, como a nueve, a ocho y a siete. Unos pocos a cinco, cuatro, tres y dos.

Hamilton estaba ya con la frente transpirada, porque no podía creer que sus compañeros hayan podido formar tantas palabras tan poco tiempo, cuando él apenas pudo formar solamente una.

En verdad pudo formar dos, pero no le gustaba enunciarlas juntas y se quedó con una de ellas.

Al consultar el profesor quien formó una sola palabra, Hamilton fue el único en levantar la mano y expresó.

—A R G E N T I N O.

En verdad la otra era IGNORANTE, pero no estaba de acuerdo en mencionarlas a las dos juntas y lo expresó a viva voz.

El profesor le recalcó al grupo que la consigna no tenía nada que ver con el ejercicio con respecto a lo que había expresado Hamilton entre la identidad del significado de las palabras, y mucho menos la identidad de ese significado entre sí, sino a la cantidad de palabras que en determinado tiempo todos podrían formar.

Destacó que había personas muy productivas y eficientes que habían formado muchísimas palabras. Había otras muy equilibradas que habían formado menos palabras, pero ya no buscando las fáciles como “NI”, “NO”, “TE” y con algo más de significancia como “ERA”; “ANTE”; “RIO”… y por último los que iban al límite de la consigna buscando combinar la mayor cantidad de letras, aun a riesgo de no llegar con el tiempo e involucrar a todas y cada una de ellas, buscando hasta una palabra con un sentido profundo de la expresión como ser: “ARGENTINO” destacando que en el equipo de trabajo puede ser aquel que encuentre la inspiración dada por la creatividad y las ansias de buscar un sentido a la tarea por desarrollar.

El experimento social quería destacar que trabajando en equipo los alumnos habían descubierto muchísimas palabras más que trabajando individualmente en el mismo lapso temporal.

Y atrás de cada uno de ellos había una característica indispensable para el conjunto.

Además, cada integrante del grupo posee diversas características y puntos a pulir, ya que se puede verificar que los expeditivos que formaron muchas palabras deben buscar algo más de profundidad y no cumplir simplemente con la consigna para solo ganar.

En cambio otros, cuyo extremo representaba Hamilton, podían tener la creatividad y osadía de combinar todas las letras, aun formando una sola palabra, pero tal vez como contrapartida debían acatar mejor la consigna y necesitaban no perder el tiempo en detalles y en buscar cierto grado de eficiencia y competitividad.

A Hamilton no le había interesado para nada la consigna y menos ganar un juego de esas características y la experiencia le sirvió de lección para todo el resto de su carrera e incluso ya en el ejercicio de su profesión. Es que ese profesor le remarcó que, si bien era una virtud la constante búsqueda de la perfección y de la excelencia, arriesgar tantas letras en tan poco tiempo para formar una palabra con consistencia y significado también implicaba un gran riesgo al no atender las palabras que nos hacen más expeditivos y cumplir con la consigna, que era la de formar la mayor cantidad posible y no las de mayor significado.

Es decir que a veces hay que ser más práctico y a veces más creativo y la clave pasaba por no aferrarse a un solo estilo y saber cuándo aplicar una u otra característica.

Mientras volvía en el tren, Hamilton había hecho un descubrimiento al que le faltaba gritar “eureka”. Tan vital era para el autoconocerse y aun sabiendo que la consigna no le había interesado lo más mínimo, se sentía capaz de formar palabras significativas y hacer una carrera significativa, transitando la materias que eran un embole como si fueran “NI”, “TAN” y “RÍO” de caudal y “RIO”... del verbo reír, aunque no había dicho nada el profesor sobre los acentos y lo que no está expresamente prohibido entonces está permitido, una de las primeras máximas que descubre el estudiante de abogacía.

Contemporáneamente y ya como integrante de la División de Jóvenes de la Bukkyo Kai de Argentina, el conflicto entre el clero y la organización a la que pertenecía lo tomó sin brindarle demasiada atención.

Nada de eso lo afectaba en su cotidiano.

Sin embargo, al poco tiempo estaba estudiando el tema con total profundidad y comenzaría a ocupar una parte importante de su vida como miembro de la Bukkyo, estudiante de abogacía y luego como profesional durante varios años.

«Importa mucho más lo que tú piensas de ti mismo que lo que otros opinan de ti».

Séneca

6

Los primeros años de Hamilton como miembro de la Bukkyo Kai fueron muy intensos.

Ingresó a las filas de la organización en 1993, luego de comenzar un noviazgo con aquella joven de la Bukkyo, a la que conoció en un bar donde se bailaba la salsa y ritmos caribeños, con la que terminó contándole que invocaba Ley Mística desde hacía un tiempo y no ingresaba a la organización porque sus padres no eran miembros y aún no había cumplido la mayoría de edad.

Hamilton había conocido a Micaela un par de meses antes de los dieciocho de aquella dueña de una melena negra bamboleante en un boliche de salsa.

Era un pésimo bailarín, pero se flecharon de inmediato, sobre todo cuando ella descubrió que aquel mal danzante era un aceptable bien parecido muchacho, sabía de la existencia de la Ley Mística desde ya hacía más de un año y tenía una cultura general poco común para los jóvenes que frecuentaba por entonces.

Micaela conocía a Magdalena, su compañera de trabajo de la clínica que le había transmitido la Ley, pero a la que había dejado de ver justamente porque se fue a trabajar a la administración de la Bukkyo Kai de Argentina.

Hamilton había renunciado días después porque tenía un trabajo por la noche como mozo de un bar tipo pub, donde se divertía más y ganaba el doble con las propinas a lo que ganaba como cadete en la clínica.

Luego de soportar varios abusos laborales de los dueños del pub, Hamilton comenzó a buscar nuevamente trabajo formal aprovechando el día, hasta que consiguió ingresar a una petrolera y optó por el empleo estable y sobre todo diurno.

Así también, tenía más tiempo para estar con Micaela, quien cada vez estaba más involucrada con las actividades de la Bukkyo Kai, así que el 2 de abril de 1992, le pidió a Hamilton que pase por la Sede Central, ya que –como estaba próxima a cumplir los dieciocho años– podría ingresar y recibir el Mandala en la próxima fecha de entrega.

Era un día que Hamilton recuerda muy bien porque tenía la inquietud y ansiedad que le generaba entrar a un lugar que sabía –casi de manera inconsciente– que iba a marcar gran parte de su vida.

Sin saberlo hasta entonces, era un día algo luctuoso para la entidad a nivel mundial, ya que se cumplía un nuevo aniversario del fallecimiento del mentor Dorei Tore, según le anticipado Micaela, pero significaba –en definitiva– un acontecimiento conmemorativo.

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